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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Frontera inhumana

Resulta esperanzador que la Cámara de Representantes destine 3.960 millones de euros a mejorar la seguridad y salubridad de los inmigrantes

Los cuerpos de Óscar Alberto Martínez Ramírez y su hija Valeria en el río Bravo.
Los cuerpos de Óscar Alberto Martínez Ramírez y su hija Valeria en el río Bravo.REUTERS

La estremecedora imagen de un hombre salvadoreño y su hija de menos de dos años flotando ahogados en las orillas del río Bravo es el mejor ejemplo del inmenso drama humano que se está viviendo en la frontera sur estadounidense y de cómo las políticas populistas de soluciones radicales y simplistas aplicadas a la inmigración, lejos de solucionar el problema incrementan el sufrimiento.

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Desde que inició su carrera hacia la Casa Blanca, Donald Trump siempre ha parecido obsesionado por la inmigración, a la que considera uno de los principales problemas de seguridad nacional de EE UU. Pero sus propuestas, primero como candidato y luego como presidente, lejos de aportar soluciones o aliviar la situación no han hecho otra cosa que aumentar su gravedad. Cuando no han creado un caos jurídico, han desatado indeseados roces diplomáticos o, lo peor de todo, han provocado un sufrimiento totalmente innecesario a las personas detenidas por intentar entrar en Estados Unidos, y a sus familias. Basta recordar la dura imagen de unos niños que observaban cómo la policía de fronteras esposaba a sus madres o la de los menores separados de sus padres durante meses.

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Nada de esto ha movido a la actual Administración, que sigue tratando a los menores inmigrantes con permanente olvido de tratados internacionales que protegen a los niños de la crueldad o desconsideración, especialmente si es ejercida por las propias autoridades de un país. Las degradantes condiciones en las que se mantenía a 300 menores en un centro de detención de Texas son indignas de una democracia republicana fundada y desarrollada gracias precisamente a la inmigración. El mismo Trump podría decir mucho sobre esto: su abuelo paterno y su madre eran inmigrantes. La dimisión del jefe interino del Departamento de Inmigración, John Sanders, forzada por la indignación de muchos de sus compatriotas, es un simple gesto sin valor si, como parece, su sucesor es un representante del ala más dura del trumpismo.

En este desolador contexto resulta esperanzador que el Partido Demócrata haya pasado a la ofensiva. La aprobación en la Cámara de Representantes de una ley que destina 3.960 millones de euros a mejorar la seguridad y salubridad de los inmigrantes que crucen la frontera sí que está acorde tanto con el elemental trato humanitario como con la tradición de acogida de EE UU. En paralelo, el Partido Demócrata ha comenzado a elegir candidato para las presidenciales del próximo año. Una oportunidad única para mostrar una alternativa viable a Trump.

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