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Columna
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Asaltar, ¿qué?

El propósito fundamental de Iglesias es alcanzar el poder personal. Disputar la democracia es jugar en su marco

Antonio Elorza
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados.
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados.Samuel Sanchez (EL PAÍS)

Para entender la lógica de Podemos, es útil remontarse a los orígenes y consultar en Youtube el vídeo de ocho minutos sobre el boicot en 2010 de su antecedente Contrapoder a una simple conferencia de Rosa Díez en Políticas de la Complutense. Lo habían intentado dos años antes con notable violencia y respaldo de simpatizantes de ETA, pero la disertación pudo tener lugar. Ahora intervenía la condescendencia de la autoridad académica, figura capital para la carrera político-académica de Iglesias y Errejón, de manera que un desconocido joven con coleta pudo organizar el show y reventar el acto. Ahí está semioculto en las imágenes. Iglesias había justificado el primer intento, imprescindible denuncia contra los portavoces políticos de la explotación, y nada menos que como un nuevo gesto de Antígona. Era una minoría activa que así, sustituyéndose a “los universitarios”, como luego a “la gente”, intentaba ocupar el poder en la Facultad y lo consiguieron, en los dos niveles (estudiantes y autoridad). Con agresividad, cinismo político y sentido del espectáculo.

La movilización de los indignados fue la estructura de oportunidad, aunque los intentos de control fracasaron. Recordemos la crítica de Monedero en la asamblea de Abtao, tras el éxito de las europeas. Pero el espacio libre estaba allí, y Podemos, disponible para ocuparlo. La ideología era un puzzle populista, con la formación de raíz chavista, aun no explicada, dualismo anticapitalista y anticonstitucional, más métodos y vocabulario del movimiento italiano 5 Stelle. Con modernidad en técnicas de propaganda, y ya personalización del liderazgo en Iglesias. Modificando el patrón de 5 Stelle, con “el calvo genial” —Lenin al fondo—, un “centralismo cibercrático” permitió conjugar la apariencia de participación generalizada y un control inexorable desde el vértice para las decisiones estratégicas. Pablo Iglesias lo ha ejercido así, y la depuración del primer grupo dirigente es la mejor prueba. Desde el monopolio de la información, ninguna consulta puede derrotar al jefe. La innegable acumulación de energías positivas en Podemos ha sido dilapidada.

El propósito fundamental de Pablo Iglesias es alcanzar el poder personal. Disputar la democracia es jugar en su marco, para desde un maquiavelismo primario llegar a ese fin. No cuentan los intereses generales, porque él es su personificación. Importa ante todo deshacerse de competidores; de ahí su “responsable” jugada contra Carmena y Mas Madrid. Y el no rotundo anterior a intervenir en el pacto PSOE-Cs, aunque en ambas ocasiones gane el PP. Tal vez como puede ocurrir ahora. Tampoco cuenta la fecunda experiencia de “cooperación” con Sánchez en minoría hasta las elecciones. Iglesias necesita ser ministro para, desde otras coordenadas ideológicas, imponer como Salvini en Italia su personalidad, ser la Imagen con mayúscula del gobierno. A eso juega.

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