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Columna
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La burla que mata

A algunos compañeros de Verónica no les funcionaron los sentimientos correctores de la crueldad. No estaría de más que antes de sacudirse la culpa, la sintieran

Elvira Lindo
Concentración este viernes en Madrid, en memoria de V. R., la empleada de Iveco que se suicidó el sábado pasado.
Concentración este viernes en Madrid, en memoria de V. R., la empleada de Iveco que se suicidó el sábado pasado.J. Villanueva

El linchamiento no es una invención surgida en las redes sociales, se apresuran a decir aquellos que temen que pueda ponerse en duda su existencia. Pero lo cierto es que han generado una suerte de desconexión con la realidad, que nos libera de la responsabilidad personal: al mismo tiempo que nos ofrecen mecanismos más sofisticados para amplificar un linchamiento nos inducen a creer que lo que vemos en una pantalla o lo que reenviamos depende de la voluntad de un yo virtual que no ha de responder a las mismas obligaciones que el real. Que antes de las redes éramos maledicentes, cotillas o crueles, capaces de hacer daño y también de acusarlo, está claro, pero todo iba más despacio, la burla se materializaba, se daba en mano, en un VHS, por ejemplo, que algunos entusiastas estaban locos por compartir. Ahora, la burla se viraliza en un segundo, y costará que entendamos que el ataque virtual provoca un daño verdadero. Es lamentable que reparemos en eso cuando ocurre una desgracia, pero estamos obligados a reflexionar sobre nuestro comportamiento digital.

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Si compartir unas escenas íntimas sin permiso de quien en ellas aparece se puede cobrar una vida, también debiera tener consecuencias legales, laborales y sociales. Las legales están en marcha. Las laborales, no sé. ¿Es lógico que un departamento de Recursos Humanos no se haga cargo del sufrimiento de una trabajadora? ¿No tendrían que admitir que han sido negligentes en su función? Si exigimos responsabilidades al claustro de un centro educativo cuando algo trágico le ocurre a un niño en el ámbito escolar, ¿por qué no pedir explicaciones en el lugar donde transcurre la mayor parte de la vida adulta?

Hablaba de responsabilidades sociales porque hay algo que nos concierne colectivamente: el abuso desproporcionado de la burla. Es más sencillo que una persona se reponga de una discusión agria en la que se intercambian insultos graves que de una burla colectiva. La burla incumbe a nuestra autoestima, al sentido del ridículo, nos condena a la exclusión y nos hace sentir culpables y desgraciados a un tiempo. Si esa mofa está provocada por escenas que muestran un comportamiento de naturaleza íntima, entonces nos arrebatan lo más sagrado, que es el pudor. Nos dejan socialmente desnudos, desarropados. Quien no entienda que ese señalamiento somete a la víctima a una tortura fatal es porque necesita unas cuantas lecciones de empatía, eso que antes llamábamos piedad, misericordia o compasión, hasta que fuimos descartando estos términos del vocabulario por sus connotaciones religiosas. Mal hecho. Definen muy bien lo que deberíamos sentir los seres humanos cuando vemos a otro en un estado de vulnerabilidad.

A algunos compañeros de Verónica no les funcionaron estos sentimientos correctores de la crueldad. No estaría de más que antes de sacudirse la culpa, la sintieran. Otra palabra, culpa. Es sano sentirla cuando se merece, aunque exija una reconsideración sobre uno mismo. Por lo demás, esto de airear el sexo de las mujeres como si fuera un delito o un pecado es preocupante. Si alguien en nuestro entorno familiar es objeto de burla o chantaje por una escena sexual (me temo que sabremos de más desgraciados casos de difusión de la intimidad ajena) deberíamos saber arropar a quien sufre, proteger a nuestro ser querido del insoportable acoso, aunque eso conllevara tragarnos el orgullo. Porque es muy triste pensar que a esos niños tan pequeñitos habrá que explicarles que su madre se quitó de en medio por una burla de las que hacen sangre. De las que matan.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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