Madrid y Barcelona, un modelo cooperativo
La cooperación entre ambas capitales, muy simétricas en fuerza económica y capacidad para atraer el conocimiento, podría situar a España en la vanguardia económica y científica del mundo
En España el debate territorial está más vivo que nunca por los tristes y recientes acontecimientos. Se trata de un debate histórico, nunca bien resuelto y vinculado más a sentimientos y a pasiones derivadas de capturas propias de nuestro turbulento pasado. El problema es que estamos en un bucle dialéctico que carece totalmente de visión de futuro. El mundo está cambiando muy rápido a nivel tecnológico, económico, social y político y en España discutimos sobre temas que están quedando obsoletos. Los Estados están en crisis ante el poder económico global y los ciudadanos tienen problemas de identidad y están crispados y temerosos por los efectos de la globalización.
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La competencia del futuro inmediato no será entre Estados sino entre ciudades (y sus áreas metropolitanas). Las grandes ciudades del mundo van a rivalizar por el conocimiento en sociedades del aprendizaje vinculadas a la inteligencia artificial y a la robótica. Las grandes ciudades van a ser los grandes motores de bienestar de sus ciudadanos y de sus territorios de influencia. En este sentido, Europa tiene un problema ya que solo posee dos grandes áreas metropolitanas que pueden competir a escala mundial (París y Londres) ante las grandes conurbaciones metropolitanas asiáticas, americanas e incluso africanas. La apuesta europea no puede basarse en la cantidad sino en la calidad de sus ciudades.
No deja de ser sorprendente que las áreas metropolitanas de mayores dimensiones en Europa, después de París y Londres, sean Madrid y Barcelona. Jacint Jordana, en un libro muy reciente (Barcelona, Madrid y el Estado, editorial Catarata, 2019), analiza como hay dos modelos que relacionan las grandes áreas metropolitanas con sus respectivos Estados. Por una parte, el modelo unicéntrico que consiste en que un país lo apuesta todo por una gran área metropolitana para que asuma la función de motor de todo un país: París en el caso de Francia y Londres en el caso de Reino Unido. Podemos observar que este sistema no tiene necesariamente correlación en que su modelo territorial sea centralista o descentralizado sino que lo que define este modelo es una determinada realidad demográfica, económica y social. Casi todos los países de América Latina poseen este modelo con la excepción de Brasil.
¿Por qué no unimos una de las universidades potentes de Madrid con otra de las potentes de Barcelona?
Por otra parte, un modelo policéntrico en el que un país tiene más de una ciudad que ejerce de tractor económico y de conocimiento: Alemania con Berlín, Fráncfort y Múnich; Italia con Roma, Milán, Génova y Turín; Australia con Sídney, Melbourne y Camberra. EE UU y China, dada la extensión de sus territorios, también responden a un modelo policéntrico. Unas ciudades tienen el poder económico y otras, el político institucional.
¿Y España? España sigue sin tener claro si apuesta por un modelo u otro. La realidad demográfica, económica y social atiende a un modelo policéntrico pero la política y las instituciones del Estado defienden, muy a contracorriente, un modelo unicéntrico. Una forma de interpretar la actual crisis España-Cataluña puede analizarse en clave de lucha entre las élites metropolitanas de Madrid y Barcelona por definir su capacidad de influencia en este campeonato europeo y mundial entre grandes ciudades. Carece de toda lógica racional que un Estado decida ir contra la realidad demográfica, económica y social, y ya sería hora de reconocer sin tapujos que España es un país policéntrico que tiene dos grandes motores metropolitanos en la lucha global por el conocimiento, los servicios y el bienestar: Madrid y Barcelona. Un modelo federal con un estatuto especial para estas grandes ciudades podría ordenar institucionalmente esta realidad económica y social. Un modelo federal entre Estados iguales y con dos áreas metropolitanas que establecen relaciones bilaterales.
También sería lógico una cierta distribución territorial de las instituciones del Estado para que tuvieran presencia en Barcelona (el Senado, agencias reguladoras y los nuevos organismos públicos que deberían crearse en el marco de la inteligencia artificial y de la sociedad del aprendizaje).
Siempre nos quedaría el fútbol para exteriorizar las pasiones derivadas de nuestras diferentes identidades
Pero también hay que tener presente que el modelo policéntrico español es peculiar ya que se sustenta sobre dos áreas metropolitanas muy simétricas en población, fuerza económica y capacidad para atraer el conocimiento (Alemania o Italia son más asimétricos). Este equilibrio entre Barcelona y Madrid genera rivalidades absurdas cuando es la gran oportunidad para diseñar un modelo policéntrico cooperativo que sería inédito en el contexto mundial. Pocas ciudades en el mundo tienen más vínculos económicos, sociales e incluso sentimentales como las que poseen desde hace tiempo Madrid y Barcelona. Es cierto que sus identidades son muy diferentes pero esta realidad social y cultural es más una oportunidad que un problema, ya que son dos ciudades muy complementarias.
En el contexto mundial, y en especial en el marco europeo, el diseño de un modelo cooperativo entre Madrid y Barcelona podría situar a España en la vanguardia económica, social y científica del mundo. El eje Barcelona-Madrid podría estar a un nivel parecido en influencia a Londres y París y permitir que España asome la cabeza en el escenario mundial.
Como la competencia entre las ciudades va a ser fundamentalmente por el conocimiento en el marco de una sociedad del aprendizaje es obvio que las universidades van a ejercer un papel clave. Por tanto, planteamos aquí una propuesta trasgresora y que puede escandalizar a propios y extraños: ¿por qué no nos planteamos la fusión entre una de las universidades más potentes de Madrid con otra de las más potentes de Barcelona? Esta experiencia podría ejercer de catalizador y de primer ejemplo institucional de este futuro modelo cooperativo entre las dos grandes ciudades de España. Quizás con esta nueva visión puedan resolverse las diferencias y rencores que nos incomodan a nivel doméstico y nos hacen débiles en un mundo cada vez más global y competitivo.
Siempre nos quedaría el fútbol para podernos hacer la competencia y exteriorizar las pasiones derivadas de nuestras diferentes identidades. Por cierto, este es un buen ejemplo de que la sana y reglada competencia nos hace más fuertes y líderes a escala mundial. A su manera se trata de un modelo futbolístico policéntrico cooperativo. La articulación y el reconocimiento político e institucional de las diferencias nos va a hacer más solventes y competitivos a escala internacional. Lo que siendo primero estrafalario consigue pasar al terreno de lo interesante suele tener sentido, aunque por ahora parezca condenado a residir solo en uno de los mundos posibles.
Jaume Casals es catedrático de Filosofía y rector de la Universidad Pompeu Fabra, y Carles Ramió es catedrático de Ciencias Políticas de la UPF.
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