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Juicio del procés
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La filósofa añora el café

El juicio iba fluido, bajo control, en gran medida por la mano izquierda de Manuel Marchena; pero se ha rozado el desastre

Declaración de la filósofa Marina Garcés en el juicio del 'procés'.Vídeo: EFE / EPV
Xavier Vidal-Folch

Iba fluido el juicio, bajo control. En gran medida por la mano izquierda del presidente, Manuel Marchena; por su despliegue explicativo; por su liberalidad permisiva de excursiones dialécticas superfluas; y por su trato a la par duro y seductor con defensores y fiscales: a veces más cruel con estos.

Pero en la sesión del martes se rozó el desastre. Al punto de que fuentes del Supremo difundieron el "malestar" de la Sala con la "provocación" de algún defensor (Benet Salellas y Àlex Solà) y algún abogado-testigo. Y que plataformas de agitación jurídica soberanista reanudaron aquí al lado, briosas, su campaña de "denuncia" a Europa contra la Justicia española.

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Ya con el primer testigo, el portavoz del sindicato de maestros Ramon Font, saltaron chispas. No por disertar sin freno ni tino sobre el derecho de autodeterminación, sino por no concretar un tema menor, olvidable. Marchena le recriminó la pérdida de tiempo.

Con la filósofa Marina Garcés, que dijo, un punto irónica, que añoraba tener un “café pendiente” con Jordi Cuixart desde hacía año y medio, fue de entrada más duro: no importaba la cosa del café, sino su relación.

Y al narrar que tenía fiebre y que "alucinó" el 1-O, pareció implacable: "No viene aquí para expresar su apreciación de su estado febril ni su grado de alucinación"... cuando policías y manifestantes han vertido aquí sus "sensaciones" de "miedo", "alegría", “odio”ajeno...

Y luego le impidió consultar unos apuntes, lo que se toleró a otros testigos, como el exdelegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo, siempre que no los leyesen literalmente.

A los magistrados les alerta que profesores universitarios puedan pretender darles lecciones: así, encajaron la "disertación" del constitucionalista Enoch Albertí como un "insulto" (25 de abril). Sucede a veces con los sindicalistas: Marchena se sumergió en la tarea de la abogada Marina Roig al opinar (6 de mayo) que con sus preguntas al jefe de CC OO Javier Pacheco "yerra en su estrategia de defensa".

También las discrepancias de testigos-juristas (hubo muchas, de abogados prorreferéndum de Manresa) enarcan sus cejas, hasta el punto de que las ven, a veces, como provocación: de ellos, de las defensas, o de ambos.

La réplica del manresano Lluís Matamala al presidente apoyando su deseo de hablar en catalán (se permite a los reos, no a los testigos) estuvo a punto de suscitar una catástrofe procesal. No por el catalán en sí. Porque el Supremo tiene a gala su calidad de autoridad judicial suprema y rechaza lo que pueda percibirse como desafío. Y además, esta es su casa.

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