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Columna
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Repetimos

Lo que el elector encuentra en el programa de Ciudadanos es exactamente lo que uno esperaría encontrar en un partido de centro

Juan Claudio de Ramón
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, junto a los candidatos al Parlamento Europeo, Luis Garicano; y a la alcaldía de Madrid, Begoña Villacís.
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, junto a los candidatos al Parlamento Europeo, Luis Garicano; y a la alcaldía de Madrid, Begoña Villacís.Rodrigo Jiménez (EFE)

Ciudadanos no es un partido grato a cierto comentarista de izquierda concienciada. A un partido que se presenta como “liberal y progresista” nunca se le han querido reconocer credenciales liberales ni progresistas. Cuando en su ideario figuraba la socialdemocracia tampoco se le reconocía ni medio gramo de pureza socialdemócrata. Más bien siempre se le ha tachado de partido de derechas, y esto, seamos sinceros, ya sucedía antes de que Vox se metiera en las fotos. En realidad, si atendemos a programa e iniciativas, lo que el elector encuentra allí es exactamente lo que uno esperaría encontrar en un partido de centro: una mezcla de liberalismo económico, laicismo en las costumbres, apuesta por un bienestar eficiente, prudencia regulatoria en temas espinosos y resuelto europeísmo. La percepción, por tanto, de que el partido se “derechiza” hay que buscarla en la querencia de nuestra cultura política en calificar de derechas toda muestra de abroquelada oposición a seguir cediendo cuotas de poder al nacionalismo subestatal vasco y catalán.

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Estamos tocando hueso. Cs (y antes UPyD, otro partido a quien nunca se quiso reconocer denominación de origen socialdemócrata) nace, principalmente, por un motivo: la idea de que los principales partidos españoles estaban siendo demasiado permisivos con los proyectos en curso de construcción nacional en País Vasco y Cataluña. Proyectos que no solo expulsaban al Estado de esos territorios, sino que daban muestras de grave antipluralismo. Cs, como antes UPyD, asumió el coste de rasgar el velo de silencio que escudaba una hegemonía que el nacionalismo travestía de consenso. Es su mérito: en lugar de callar, hablaron, y como en una vieja viñeta de El Roto, por señalar el problema, les acusaron de estar creándolo.

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Sea dicho todo esto como elemento de contraste de las dos acusaciones más repetidas que le caen al partido de Rivera: la de “derechizarse” (discutible) y la de “vivir del conflicto” (injusta). Pero esto no significa que Cs esté acertando aquí y ahora. Su peligro, a mi entender, no es tanto derechizarse como esterilizarse, confundiendo un acierto táctico con una victoria estratégica. Porque si el principal objetivo del partido era neutralizar la nociva influencia que tenían los nacionalismos secesionistas en el Congreso, tiene poco sentido no usar ahora sus escaños para frustrar cualquier intento de estos para acrecer su poder en las negociaciones de investidura. Cierto: hubo un veto. Pero los que en 2016 pedimos al PSOE que se entendiera con el PP, aún al precio de perder votos, en beneficio del común, no nos queda otra más que repetir hoy el ruego a Cs (extensible al PP): que se entienda con el partido llamado a formar gobierno (siempre que el PSOE lo proponga, claro). Bien lo sé: no ocurrirá y todos encontraremos buenas razones para que los nacionalistas vuelvan a tener la sartén por el mango. Todos menos los historiadores del futuro, que pensarán que somos idiotas.

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