La fatiga crónica no es una enfermedad psicológica
Un equipo estadounidense crea un método diagnóstico que, con un análisis de sangre, distingue las células de personas que sufren la enfermedad y las sanas
Sara Medrano recuerda que cuando exponía sus síntomas a los médicos una respuesta frecuente era enviarla al psiquiatra. Sufría un agotamiento continuo cuyo origen parecía imposible identificar. “Me decían que era algo psicosomático”, cuenta Medrano, que ahora es tesorera de la asociación de pacientes de fibromialgia y fatiga crónica Afinsyfacro. “Tuve la suerte de que acabé cayendo en la consulta de la misma persona varias veces y me dijo que no me podían ayudar desde el punto de vista psiquiátrico y me dio una nota para que la enseñase cuando me quisiesen volver a derivar psiquiatría”, continúa. Más adelante, recibió un diagnóstico en una clínica de Barcelona que se realiza a partir de una prueba de esfuerzo que se repite en dos días distintos y se completa con tests neurocognitivos. Como tratamiento no cuenta con mucho más que tramadol y paracetamol para el dolor.
El camino recorrido por Medrano es común entre los pacientes con esta dolencia. “Con demasiada frecuencia, esta enfermedad se clasifica como imaginaria", asegura Ron Davis, profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad Stanford (EE UU). Davis es el autor principal de un estudio que hoy se publica en la revista PNAS y puede ayudar a cambiar esa percepción ofreciendo una prueba científica de que el síndrome de fatiga crónica es algo real a partir de un análisis de sangre.
Con mucha frecuencia, esta enfermedad se clasifica como imaginaria
El diagnóstico de la enfermedad, cuando llega, se basa en síntomas como el cansancio inexplicable, la sensibilidad a la luz, dolores sin una causa identificable o dificultades para dormir, y siempre requiere que se hayan descartado otras dolencias más fáciles de definir. El test, diseñado por Rahim Esfandyarpour, consiste en medir la respuesta al estrés de las células del sistema inmune. Esta medición se realizó tomando muestras de sangre a 40 personas, 20 con síndrome de fatiga crónica y 20 que no lo sufrían.
Según explican los autores, los resultados fueron precisos y consistentes. Después de estresar las células con sal, se les aplicó una corriente eléctrica que servía para medir variaciones en esas células. Cuanto mayores eran los cambios en la corriente, mayor era el cambio en las células, una señal de que no estaban asimilando bien el estrés. Las muestras de los pacientes con fatiga crónica fueron las que mostraban cambios importantes en la corriente.
Davis reconoce que no saben por qué el plasma sanguíneo y las células de las personas con fatiga crónica responden como lo hacen, pero cree que esta diferencia tan clara entre su respuesta y la de las células sanas es “una prueba científica de que la enfermedad no es una invención de la mente del paciente”.
Se estima que la fatiga crónica afecta a un 2,5% de la población y no existen tratamientos eficaces
Los investigadores de la Universidad Stanford quieren ahora ampliar su estudio para probar si la técnica sigue dando los mismos resultados aplicándola a un número mayor de pacientes. Además, quieren utilizar su sistema diagnóstico para identificar fármacos que ayuden a tratar una enfermedad que, como comentaba Medrano, tiene pocas opciones terapéuticas. La plataforma serviría para medir la reacción de las células de un paciente ante el estrés en su forma normal y después de ser expuestas a una molécula. Si el fármaco mejorase la respuesta, se podría postular como candidato para tratar la fatiga crónica.
Por ahora, según ha explicado la Universidad Stanford en un comunicado, el equipo ha identificado un compuesto que parece restablecer un funcionamiento sano en las células inmunes y el plasma sanguíneo de enfermos. Después de aplicarlo, los grandes cambios en la corriente que se observaban antes del tratamiento desaparecían. Por el momento, no se ha probado en personas con fatiga crónica, pero Davis y Esfandyarpour esperan poder hacerlo en un futuro próximo dentro de un ensayo clínico que confirme su eficacia. Para facilitar y acelerar la llegada de estos medicamentos, todas las moléculas que están testando con su nuevo sistema diagnóstico ya han sido aprobadas por la FDA, la agencia que regula la comercialización de fármacos en EE UU.
Resultados "espectaculares"
Julià Blanco, investigador de IrsiCaixa y del Instituto de Investigación Germans Trias i Pujol de Barcelona, considera los resultados del equipo de la Universidad Stanford “espectaculares”. “Es de las distinciones más claras que he visto entre personas sanas y personas con fatiga crónica”, apunta. La búsqueda de un diagnóstico objetivo se encuentra en el centro de los esfuerzos de las personas que trabajan con la fatiga crónica que, por el momento, se diagnostica con cuestionarios que se apoyan en la autoevaluacion del paciente. “Eso deja mucho espacio para la subjetividad”, afirma Blanco. “En IrsiCaixa hemos trabajado con la caracterización de la enfermedad desde el punto de vista inmunológico, y hemos visto diferencias, pero no con esta capacidad y esta especificidad”, reconoce. Según el investigador, este sistema, siempre que demuestre su eficacia con más pacientes, será también muy útil para comprobar si el tratamiento que está recibiendo un paciente está teniendo los resultados deseados.
Medrano considera que, si finalmente este sistema diagnóstico se puede aplicar de una forma generalizada, mejoraría la vida de los pacientes que antes de saber que sufren una dolencia concreta que se llama fatiga crónica tienen que enfrentarse a la duda de si, como les sugieren algunos médicos, el mal está solo en su cabeza. Además, haría posible definir si alguien puede recibir ayudas por discapacidad. “Yo tengo un 33% de discapacidad, pero por otras dolencias, la fatiga crónica ni me la han considerado”, concluye Medrano.
Dependiendo de cómo se defina la enfermedad, la prevalencia puede alcanzar al 2,5% de la población y en la actualidad no se dispone de pruebas diagnósticas que no dependan de una respuesta subjetiva del paciente. Tampoco hay fármacos específicos para su tratamiento. Estudios como el que este lunes se publica en PNAS pueden empezar a cambiar la situación.
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