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Tribuna
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Pensamiento europeísta frente al populismo

Analizar la realidad y proponer ideas sobre el futuro de Europa es sin duda una de las grandes tareas de los think tanks de nuestro continente, cuando la UE tiene ante sí tanto problemas como oportunidades

Bandera europea en el edificio de la Comisión en Bruselas.
Bandera europea en el edificio de la Comisión en Bruselas. REUTERS (YVES HERMAN )

Pensar. Oficio tan incómodo —por las consecuencias que puede acarrear hacerlo libremente— como imprescindible en los tiempos que corren, en los que la reflexión honesta y el innegociable respeto a la verdad son de nuevo instrumentos imprescindibles para defender la democracia y los derechos individuales y colectivos.

Pensar para contraponer la razón a la consigna, lo complejo a lo simplista, la propuesta fundada a la demagogia. Pensar para hacer frente a los desafíos de la globalización —desde el cambio climático a la desigualdad— con políticas públicas y decisiones privadas eficaces y, para serlo, incluyentes.

Pensar frente al populismo, derrotándole con argumentos. 

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Eso es lo que pueden y deben hacer los centros de pensamiento, conocidos universalmente como think tanks. Por supuesto que no como actor único, pero sí como uno especialmente capacitado para responder a corto y medio plazo con la velocidad que otras entidades o instituciones no tienen entre sus misiones.

Pensar para contraponer la razón a la consigna, lo complejo a lo simplista, la propuesta fundada a la demagogia

Esos laboratorios de ideas no son universidades, ni pretenden serlo, porque a ellas les corresponde la investigación para el largo plazo y la fijación de las bases científicas del conocimiento. Tampoco son lobbies, porque no actúan para promover el interés —legítimo, por supuesto— de un sector determinado. Y tampoco aspiran a sustituir a los medios de comunicación, ni a los partidos políticos.

Resulta algo más compleja su relación con los poderes públicos, ya que la independencia no tiene por qué estar reñida con una colaboración leal con las instituciones del Estado, a todos los niveles. Pero es evidente que para ser realmente útiles a la sociedad en la que operan, estos centros de pensamiento deben velar ante todo por su credibilidad, que no es sino la suma de su calidad y su independencia de criterio.

Analizar la realidad y proponer ideas sobre el futuro de Europa es sin duda una de las grandes tareas de los think tanks de nuestro continente, cuando la UE tiene ante sí tanto problemas como oportunidades.

La UE se prepara para celebrar a finales de mayo unas elecciones que tendrán una importancia determinante, porque en ellas se van a confrontar dos visiones de Europa: la que apuesta por fortalecer el modelo democrático y social que le ha llevado a ser el espacio política y económicamente más avanzado del mundo, y la que lo cuestiona tanto en términos comunitarios como nacionales.

Jamás se había acudido a unas elecciones a la Eurocámara con tal dicotomía, porque desde que se elige por sufragio universal (y en 2019 se cumplen 40 años de los primeros comicios directos) las cuestiones a debatir habían sido parciales (más o menos profundización política, más o menos contenido social, más o menos seguridad y defensa propias), y se dirimían dentro de un amplio consenso a favor de la construcción europea.

Hoy, la globalización, la crisis económica y las migraciones, entre otros factores, han puesto en cuestión ese consenso, y han abierto la puerta a fuerzas políticas que entroncan en sus planteamientos con los fantasmas de la extrema derecha que nos recuerdan el pasado y con la tristemente actual realidad del trumpismo al otro lado del Atlántico.

¿Hubieran cambiado las cosas en el Reino Unido por la actuación de los think tanks?

Por otro lado, el esperpento del Brexit nos demuestra que la falta de información y la demagogia pueden tener consecuencias desastrosas para la ciudadanía, porque años de mirar para otro lado de los gobiernos y los partidos de Londres ante las mentiras de buena parte de la prensa cosecharon en el referéndum de 2016 una mayoría favorable al abandono de la UE, propósito que finalmente se ha revelado como algo irrealizable, si no es a un precio impagable.

¿Hubieran cambiado las cosas en el Reino Unido por la actuación de los think tanks? ¿Deben los esos grupos de reflexión asumir en solitario el combate de las ideas frente al populismo europeo?

Evidentemente, la respuesta es negativa en ambos casos. Pero lo que sí es cierto es que, si los gobiernos, los partidos, las empresas, los sindicatos, la sociedad civil y los medios de comunicación cuentan como decidores públicos y privados, colectivos e individuales, con un instrumental de análisis y recomendaciones basado en la investigación de la realidad en tiempo real, estarán en mejores condiciones de ganar el debate ante quienes son felices en ausencia de pensamiento crítico y fundado.

Tras dos años de una insuficiente y minoritaria discusión pública sobre el futuro de la UE, tímidamente alentada por la Comisión Europea y los estados miembros, llega la hora de que los ciudadanos decidan si quieren continuar con la profundización política de la UE, o frenarla e incluso revertirla. De esa elección en las urnas saldrán las mayorías de las instituciones comunitarias para una cosa u otra.

Sin embargo, no basta con demonizar a los populistas de uno u otro signo, y menos aún, a quienes les votan. Es evidente, sobre todo, que las respuestas europeas a la crisis económica (la peor crisis de nuestra historia contemporánea, en el caso español) han dejado bastante que desear, y no puede sorprenderos que se haya generado cierta desafección. Ante todo, las elecciones europeas ofrecen una magnífica oportunidad para contrastar proyectos, y sobre todo, para procurar responder a las legítimas preocupaciones de la población.

De ahí que las diferentes posibilidades tengan que ser objeto de un debate ciudadano que acompañe cualquier decisión, sea esta la de poner en marcha un salario mínimo o un seguro europeo complementario de desempleo, afianzar la unión monetaria, crear un Ejército europeo, definir una nueva política migratoria o fortalecer la Euroorden.

No basta con demonizar a los populistas de uno u otro signo, y menos aún, a quienes les votan

Cada paso institucional o político no podrá darse en el aire, sino sobre un suelo sólido de información a la ciudadanía, de debate con ella y de elección entre un arco de posibilidades que puedan llevar a la UE más o menos lejos, pero nunca al margen del conocimiento público ni desde la lejanía de las personas que deben ser sujeto de los cambios. Lo contrario sería gasolina para los antieuropeos y los populistas.

Por todo ello, el estudio de la situación y las propuestas que puedan hacer los think tanks en ese terreno deberían ser herramientas útiles a lo hora de acertar en decisiones que tendrán que ser transparentes y fundadas, no fruto del mero voluntarismo.

Para ello, el Real Instituto Elcano, la Fundación Alternativas y la Universidad de Pensilvania, con la participación de CIDOB, han convocado en Madrid una Cumbre Europea de Think Tanks (con la asistencia de más de setenta centros de pensamiento) dedicada al Futuro de Europa y, en particular, a ese nuevo ciclo político que debería abrirse en la UE tras las elecciones del 23-26 de mayo.

Para España, un país nítidamente europeísta por su trayectoria, intereses, ciudadanía, Gobierno y principales partidos políticos, que vuelve a contar en la UE y se ha situado junto con Alemania y Francia a la vanguardia de la construcción comunitaria, esta cumbre es una buena noticia. Se ha dicho a menudo que nuestro país golpeaba por debajo de su peso en Europa, y seguramente era cierto. Pero se abre ahora una nueva ventana de oportunidad y en Bruselas detectamos una demanda creciente de iniciativas españolas. Esperamos poder convertir las ideas que surjan de la cumbre en propuestas tangibles, demostrando de paso que es posible hacer frente al populismo y la xenofobia con la reflexión, el debate, y la mesura.

Diego López Garrido y Carlos Carnero son vicepresidente ejecutivo y director gerente de la Fundación Alternativas, y Charles Powell es director del Real Instituto Elcano.

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