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Juicio del procés
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Rebelde con causa

El 'major' Trapero defiende que los policías catalanes no fueron pasivos

Declaración de Josep Lluís Trapero, jefe de los Mossos d'Esquadra durante el 1-O, y su abogada, Olga Tubau, en la sesión del juicio del 'procés'.Vídeo: EFE / Quality
Xavier Vidal-Folch

Ayer explosionó, aunque a distancia, un volcánico duelo de titanes. Más exacto: de mitos vivientes.

En el olimpo de las figuras míticas del soberanismo catalán destacan dos seductores, de factura muy dispar.

Uno es el major Trapero, afianzado por su capacidad de empatía comunicativa cuando los atentados del 17-A. La conserva, subrayan las compas, pese a declarar sin barba ni uniforme. Trapero es el seny.

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El factor Trapero
Trapero intenta diluir el papel de los Mossos en el ‘procés’ y apunta al Govern

El otro mito, sorry, es Carles Puigdemont, por su astucia, huidas y trucos mágicos contra el orden y el Estado. Aderezados de guitarra, Joan Baez y pastelería carlista, resucita un viejo sueño anárquico de este país catalán sin (apenas) gran política.

Es la rauxa catalana, tan propia de Roca Guinarda, el bandolero Roque Ginart inmortalizado por Cervantes en el Quijote.

Ayer fue día olímpico. El mito Trapero mató al mito Puigdemont.

James Dean era aparentemente el rebelde sin causa por antonomasia. El rebelde sin otra causa que la chica de sus amores encarnada por Nathalie Wood, que lo llevó a desafiar a sus padres, a su pandilla, al mundo entero.

Trapero encarnó al rebelde con causa: la de su uniforme. Ocurre con gentes de distintas profesiones, que ven su oficio como el oficio de vivir. Se declaró humillado por lo “ofensivo” del trato recibido por el coronel Pérez de los Cobos: dijo este —guerra de gorros— que el despliegue de los Mossos “fue una estafa, lo nunca visto”.

Así que procuró desmontarlo. Lo hizo subrayando y completando la defensa que sus subordinados Castellví y Quevedo enhebraron aquí esta semana.

A saber, que los policías catalanes no fueron pasivos; que su plan operativo fue el único de los tres cuerpos; que su despliegue de “binomios” en los colegios del 1-O era parte de un “dispositivo compartido”...

Pero la tralla de mayor cuantía fue para desmontar a Puigdemont. Anunciar que la cúpula de los Mossos ultimó dos días antes de proclamarse la independencia (el 27-O) su detención y la del Govern, uno por uno, es vitriolo de letal capacidad corrosiva.

Porque lo prometieron y ofrecieron al Tribunal Superior catalán y está escrito.

Y por razones de causa: debían cumplir el “mandato judicial”, y defender la “legalidad” y “la Constitución”: “No acompañábamos al proyecto independentista”, blasfemó contra la biblia de la secesión.

El uniformado blindó pues al uniforme de las proclamas del Govern. No de instrucciones concretas para interferir la labor del cuerpo, que dijo no haberlas.

Y repartió así cartas en este proceso del procés. Labró por su inocencia, cuestionada en la Audiencia Nacional: si convenció al Supremo, tendrá buen medrar debajo.

Arruinó a los consellers del Govern, pero sobre todo políticamente. “Puesto que solo el president respondió “hagan el trabajo que tengan que hacer”, ayudó a los reos presentes. Pues relativizó la acusación de complotar basándose en una fuerza policial amenazante, ese complemento a la rebelión descrita.

Su rebeldía era con causa.

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