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Tribuna
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La inclusión es la clave

Debemos recordar que la migración se utiliza como último recurso. Se decide emprender el trayecto cuando ya no tienes nada que perder

OLMO CALVO (AP)

Los actos y comentarios xenófobos y racistas se han convertido —trazando una realidad escalofriante similar al fantasma del pasado— en pan de cada día. Pero la continua propagación de estas manifestaciones de odio no es razón para agachar la mirada con indiferencia: el conformismo no logra derrumbar muros. Es por ello por lo que en estos tiempos donde los discursos nativistas cobran más impulso, deberían ser los más adecuados para defender uno de los ideales que más caracterizan una democracia: la solidaridad. Solidaridad con los que huyen de sus hogares aquejados por la extrema pobreza, con los que se unen a caravanas marchando hacia el sueño americano o quienes cruzan el Mediterráneo con ninguna garantía de supervivencia.

Debemos recordar que la migración se utiliza como último recurso. Se decide emprender el trayecto cuando ya no tienes nada que perder. Es una realidad indiscutible que la crisis migratoria ha resquebrajado Europa, dejando al descubierto la falta de coordinación de los Estados miembro. Pero lo que es aún más preocupante es que ante el obstáculo que esto representa, Europa no ha tenido escrúpulos en vender los valores de los que se considera defensora. Dentro de la falta de dinamismo en la gestión de la crisis migratoria, hay lugar para que aniden los males que anteriormente mencionaba. Cuanto más dificultades haya en esos procesos, mayor percepción habrá por parte de la población de los cambios que ocurren en su entorno. Y dentro del carácter del ser humano está ser reticente al cambio, a pesar de los beneficios que este pueda traer consigo.

Por lo tanto, lo más lógico por parte de los gobiernos sería financiar programas de inclusión de los recién llegados en la sociedad. La mayoría de ellos provienen de África Subsahariana y Oriente Próximo, con culturas completamente distintas de la Occidental. El enfoque de estos programas no debe ser despojarlos de su identidad, sino integrarlos exitosamente en la sociedad, a través de la enseñanza del idioma, asesorías sobre su estatus legal en el país e inserción efectiva al mercado laboral. Si no llevamos a cabo este tipo de proyectos, serán miles los que terminarán viviendo en las periferias de la sociedad, sin ninguna posibilidad de salir adelante.

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