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Columna
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Por un activismo cívico

La voluntad de acuerdo es y debe seguir siendo un principio esencial de la vida pública

Teodoro García Egea y Javier Ortega Smith, de PP y Vox, a finales de diciembre.
Teodoro García Egea y Javier Ortega Smith, de PP y Vox, a finales de diciembre.

Peor que no superar un problema por desconocer sus causas es malograr su solución acertando el diagnóstico. La ignorancia puede servir de atenuante, pero la negligencia siempre es un agravante. Esta reflexión cobra sentido tras un año singularmente convulso y cobra valor en un momento en el que el pacto en Andalucía entre PP, Ciudadanos y la extrema derecha de Vox constituye el último hito de un proceso acelerado de cambios de evolución tan imprecisa como inquietante.

Nunca se había hablado tanto, tan distinto y tan acaloradamente sobre la cuestión nacional. Sin embargo, aun coincidiendo muchas veces, si no en el diagnóstico sí al menos en la identificación de los males que nos afligen, parece que no existe una voluntad real de arrimar el hombro pensando en el interés general. Si la cuestión matriz es salvaguardar y proteger la Constitución que define nuestro marco de convivencia tomando ejemplo de la cordura de los padres de la Transición, ¿cómo es posible que la polarización política no parezca sino enconarse? Si de lo que se trata es de que prevalezca el sentido de Estado en la toma de decisiones para hallar soluciones a problemas comunes, ¿cómo es posible que la radicalización, el unilateralismo y la deslegitimación alevosa del Gobierno se abran paso como prácticas plausibles?

Afianzar la recuperación, restañar la fractura social e intergeneracional producida por la crisis y solucionar el problema político y de convivencia en Cataluña constituían los tres grandes retos de España. El problema es que una tendencia creciente a renegar de la moderación, el diálogo y el entendimiento como cauces naturales de la política complica ahora la búsqueda de soluciones. Y mucho me temo que esta propensión puede convertirse en el talón de Aquiles de nuestra democracia. Una democracia que en modo alguno resolverá sus problemas ni disipará sus amenazas si los partidos que la sustentan no son capaces de entenderse.

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Hasta ahora la radicalidad estaba en los extremos y era patrimonio exclusivo de formaciones sin vocación mayoritaria o con una manifiesta voluntad de quebrar el sistema. Pero ahora el extremismo se solaza en lo que debería ser el centro porque PP y Ciudadanos han decidido librar su duelo en las afueras más apartadas de su orografía electoral. La consecuencia de esta apuesta estratégica ha sido el advenimiento de Vox por el flanco derecho en las elecciones andaluzas y su empoderamiento como aliado apetecible, de tal modo que los partidos de centroderecha pueden acabar siendo rehenes de un esencialismo mal entendido y perjudicial para todos.

Los aludidos harán su propio análisis y tendrán su propia agenda sobre los riesgos y amenazas de España. Pero como todos estamos de acuerdo en que hay que cambiar de rumbo para que la polarización política no acabe dilapidando el patrimonio más valioso de nuestra democracia, que es la convivencia basada en la voluntad de entenderse, ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos. Empecemos por lo básico y fundamental. Empecemos por el respeto mutuo. Desterremos los exabruptos. Y pongamos en práctica un activismo cívico que nos permita ampliar los espacios de moderación y consenso que han marcado el devenir político de España durante los últimos 40 años.

Incurrir en la beligerancia y alimentar el enfrentamiento y la negación del rival no son opciones cuando lo imprescindible es recuperar la centralidad para garantizar la convivencia como un legado irrenunciable. Hagamos acopio de las actitudes que hicieron posible la mayor época de paz, prosperidad y democracia de nuestra historia. Y hagamos, para trazar ese espacio discernible de entendimiento, un inventario de los logros irrenunciables. El desarrollo autonómico, la pluralidad de España como un elemento identitario inclusivo, el respeto a la legalidad, los avances sociales y en particular el reconocimiento de los derechos de las mujeres, y la certidumbre sobre la capacidad de nuestra democracia para —a partir de la experiencia— garantizar estabilidad y progreso son, más que avances políticos, éxitos civilizatorios a los que no podemos renunciar.

Estoy convencido que en estos tiempos de ruido y agitación, en los que el agravio, la hipérbole y la confrontación contaminan el debate público, la ciudadanía acabará premiando a quienes apostemos por recuperar espacios de entendimiento. La voluntad de acuerdo no puede ser un recurso a utilizar según la coyuntura electoral. La voluntad de acuerdo es y debe seguir siendo un principio esencial de la vida pública. En ese activismo cívico ha estado y estará siempre el PSOE.

José Luis Ábalos es ministro de Fomento y secretario de Organización del PSOE.

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