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Columna
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Ingratitud

Los estadounidenses son más peligrosos para ellos mismos que los yihadistas, norcoreanos, rusos, hutíes, y todos aquellos que se apiñan en el 'eje del mal'

Juan Jesús Aznárez
Reunión anual de la Asociación Nacional del Rifle.
Reunión anual de la Asociación Nacional del Rifle.JOHN SOMMERS (Archivo Reuters)

El mundo debiera agradecer a Estados Unidos sus desvelos por la seguridad planetaria, pero no lo hace. No importa que su presupuesto militar ronde los 700.000 millones de dólares, ni que venda más armas que nadie para que vivamos en democracia y libertad, la humanidad debiera agradecerlo pero no lo hace. Pese a la incomprensión, el Pentágono seguirá aumentando su presupuesto para defender las causas justas en cumplimiento del mandato asignado por la providencia al pueblo estadounidense para que expanda sus valores del uno al otro confín.

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Vistos los terribles peligros que nos acechan, los benefactores no escatiman en gastos para protegernos: vendieron armamento por valor de 192.300 millones de dólares durante el año fiscal 2018, frente a 170.000 millones del ejercicio anterior, un 13% más, y los 146.000 millones de 2016. Están muy contentos con la tendencia alcista de números.

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Buy American porque el peligro siempre está en los otros, en gente que en muchos casos tendría dificultad para señalar en el mapa dónde está EE UU. A los demás les toca pasar por el aro, y si no caben, que no molesten. Los gestores del poder han logrado convencer a un sector mayoritario de la sociedad americana de que sus más de 700 bases militares en el globo terráqueo no tienen otra finalidad que garantizar la seguridad de cada uno de ellos, su vida, sus propiedades, su derecho a la recreación, su sistema.

Cuando a un estadounidense medio le hablan de sus tropas en el extranjero piensa en él mismo, no en los intereses de las poderosísimas compañías multinacionales que son, en realidad, las principales beneficiarias de semejante tinglado. Y lo más portentoso es que cree que está siendo defendido con tanques y aviones con la misma inquebrantable fe con la que otros creen que Dios hizo el mundo en siete días o que beber Coca-Cola conduce a la felicidad.

Pero resulta que esa seguridad oculta una paradoja que la mayoría de esos ciudadanos ignora: los terroristas y enemigos matan muchos menos estadounidenses que los propios estadounidenses. Es decir, son más peligrosos para ellos mismos que los yihadistas, norcoreanos, rusos, hutíes, y todos aquellos que se apiñan en el eje del mal. El 47% de los hogares de EE UU cuenta al menos con un arma, y cada año mueren 33.880 personas por disparos de armas de fuego de compatriotas, un promedio de 93 muertos al día.

Los peligrosos son Vladímir Putin y los chinos, a quienes tampoco importaría prosperar en el negocio de la cohetería. Poco importa que en cuestión de armas, fabricadas para matar gente y guerrear, EE UU ocupe un destacadísimo primer lugar desde hace muchos años. No importa, porque la mayoría traga sin masticar que esos arsenales y esas guerras lo son para defender nuestra libertad y nuestra democracia. Olvidan que matar para defender la libertad y la democracia no es defender la libertad y la democracia, es matar.

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