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Columna
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Un inútil endiosado

Puigdemont parece un hombre tan capaz como Montgomery de ser adorado por una gran fracción de sus conciudadanos, mientras les conduce al desastre

Jorge M. Reverte
El mariscal de campo Vizconde Montgomery (1887 - 1976), el héroe de la Segunda Guerra Mundial de El Alamein saluda al primer ministro británico Sir Winston Churchill (1874 - 1965).
El mariscal de campo Vizconde Montgomery (1887 - 1976), el héroe de la Segunda Guerra Mundial de El Alamein saluda al primer ministro británico Sir Winston Churchill (1874 - 1965).© GETTYIMAGES

Antony Beevor es un gran historiador que ha conseguido hacer que las normalmente insoportables historias de guerra enganchen con los lectores normales. Pero no ha hecho solo eso, que la maravillosa Barbara Tuchman considera crucial para hacer historia, sino que a lo largo de sus libros ha trabajado para desmontar con singular eficacia algunas falsedades y mitos, como el del mariscal de campo Bernard Law Montgomery, vencedor de Rommel en El Alamein, entre otras hazañas.

Montgomery, al que los ciudadanos ingleses conocían por el cariñoso diminutivo de Monty, participó, como era su obligación, en la llamada por Beevor La batalla por los puentes (Crítica, 2018). Y tomó o ayudó a tomar muchas decisiones erróneas que costaron muchas vidas inglesas, polacas y norteamericanas y un alargamiento de la II Guerra Mundial.

La enorme batalla por el puente de Arnhem, que acabó convirtiéndose en la última victoria de los alemanes de Hitler, se desarrolló, como muchas otras acciones de la guerra, influida por los intereses personales y por la vanidad de Monty. Sin embargo, el mariscal fue, y sigue siendo, adorado por buena parte de sus compatriotas, que vieron en él la demostración de la capacidad de resistencia de su pueblo.

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Es difícil encontrar en la historia de la guerra mundial un ejemplo tan desdichado de incompetencia como el de Montgomery, al que salvaron el apoyo de un extraordinario político como Winston Churchill, posiblemente necesitado de un compatriota que vender, y la gran capacidad militar de Dwight Eisenhower, además de —por supuesto— la gigantesca aportación norteamericana, en material y en soldados, al esfuerzo contra el nazismo.

Pero no es difícil encontrar un ejemplo cercano similar. Carles Puigdemont parece un hombre tan capaz como Montgomery de realizar al tiempo dos tareas importantes: hacer méritos con guiños patrióticos para ser adorado por una gran fracción de sus conciudadanos, mientras les conduce al desastre.

Lo que pasa es que, por fortuna, Puigdemont no tiene a los americanos con su ejército detrás para realizar sus objetivos. Se tiene que conformar con Quim Torra, que todavía no tiene ejército. Pero tiene un cronista a la altura de Beevor, que está contando su torpe desempeño: Xavier Vidal-Folch.

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