Por qué es necesario ver la serie de Soy Una Pringada, aunque a veces duela
La famosa 'youtuber' estrena 'Looser', donde expone, de forma despiadada, las angustias de la generación 'millennial'
Esty Quesada tiene 24 años, pero lleva solo tres despertando el fervor aleatorio de cómplices y enemigos por las redes gracias a su personaje de Soy Una Pringada. Ahora bien, qué tres años. Lo que empezó como una actividad amateur en YouTube, donde a modo de diario confesional despellejaba sus angustias depresivas bajo el aderezo adictivo de un humor autolacerante, acabó con su contratación como colaboradora habitual de VodafoneYu, la publicación de un libro (Freak, Editorial Hidroavión) y la culminación de una serie, Looser, lanzada el jueves 17 de mayo en la plataforma de Atresmedia Flooxer, que ya había alumbrado antes productos hoy consolidados como Paquita Salas, de Los Javis (que, por cierto, aquí ejercen como productores).
Pese a que le gusta definirse como “la gorda que insulta”, es lo contrario a una suerte de Zeus implacable que arroja sus rayos desde el 'confort'. Ella está en la porquería, vive en la porquería y te la enseña, sin pudor
Los primeros 20 minutos de Looser (que constará, de momento, de seis episodios, los jueves) confirman a Quesada (nacida en Bilbao) como una creadora polifacética, capaz de extender tentáculos sorprendentes más allá de su imagen como sheriff de la hipocresía online. Sobran tal vez algunos minutos (basta ya de intentar someterse a las métricas estándar solo porque sí), pero es un pecado menor para todo lo que da a cambio.
El primer capítulo de Looser serpentea su costumbrismo tragicómico a través de un ritmo fresco, repleto de referencias jugosas e interpretaciones rabiosamente amateur (lo que le confiere una verdad muy cruda). Pero, sobre todo, abre una ventana idónea para conocer el reverso de una generación obsesionada por subrayar sus luces y meter sus sombras debajo de la alfombra (tal y como se apunta en la película Ingrid Goes West, de Matt Spicer, otro buen instrumento para desencriptar nuestro presente).
Pese a que Esty le gusta definirse como “la gorda que insulta”, es lo contrario a una suerte de Zeus implacable que arroja sus rayos desde el confort de una nube esponjosa y parnasiana. Ella está en la porquería, vive en la porquería y te la enseña, sin pudor. Lo hace en sus vídeos, lo hace en su libro y lo hace en su serie. Looser está en las antípodas del exhibicionismo vacío porque esa persona a la que tanto se le critica su lengua viperina (es decir, su creadora) se pone a sí misma en la diana desde el minuto cero. Ahí está la honestidad y también la valentía de una serie que aspira a ser el primer paso de Quesada en la industria sin ninguna voluntad, o eso parece, de traicionarse. No es la gorda que insulta porque es la gorda que se insulta y no lo hace a modo de mascarada o pretexto, sino por principios.
Hay un universo propio y viviente tras esa aduana implacable contra la charlatanería naif que representa Esty; una mitología que bebe del trash auténtico no como antídoto para vencer el falso positivismo que puebla Internet ni como filosofía barata de autoayuda, sino como propuesta ético/estética a nivel generacional. Porque Looser hereda el mamarrachismo ochentero de La Movida (que ya tenía en John Waters un referente, igual que su creadora) para algo más que un ejercicio de estilo, trascendiendo así el ademán nostálgico.
La serie toma ese testigo para establecer un diálogo con la angustia juvenil de una contemporaneidad doblemente traicionada. Al fin y al cabo, la generación que ha encumbrado a Soy Una Pringada como vengadora en YouTube es la primera condenada a vivir peor que sus padres. Algo que ya se transparentaba en los vídeos lúgubres y voluntariamente cutrones que ella publicaba desde su habitación, una especie de cápsula de adolescencia en sostenuto que lo era también de cianuro.
La serie abre una ventana idónea para conocer el reverso de una generación juvenil obsesionada por subrayar sus luces y meter sus sombras debajo de la alfombra
En aquellos vídeos, a veces se la escucha hablar con un llanto de bebé al fondo. Es el hijo de un compañero de piso. Cada vez que esos gimoteos la interrumpen, a “La Pringada” (como se la empezaba a conocer) los ojos se le blanquean. El bebé como hilo musical involuntario simboliza bien la infantilización a la que los millennial parecen condenados. Una especie de imposibilidad práctica de reproducir la suerte de la generación anterior haciendo una vida propia que huya del nido familiar sin soportar la vecindad de un llanto ajeno e indeseado.
La generación que ve en Esty Quesada a una ministra emocional de sus desbarajustes sociales y económicos es la misma que se crió en los institutos recibiendo charlas sobre el bullying, siempre de parte de psicólogos con sonrisa de cocodrilo, minutos antes y minutos después de ser blanco de bullying por parte de sus compañeros (a veces, incluso, por parte de sus profesores). El mismo acoso de siempre se vuelve recochineo cuando cada dos por tres te están dando lecciones sobre cómo debes encajarlo.
Esa misma hipocresía se vuelve vertebral cuando alcanza el discurso políticamente correcto de las redes sociales. Por ejemplo, el de una filosofía body positive (proclive a aceptar tu cuerpo aunque no responda a los cánones de belleza) que fomenta la palmadita en la espalda y las “curvas sanas” pero que acaba siendo tan despreciativa, o más, con las gordas de toda la vida, como Esty. O el feminismo transfóbico que incide en la brecha del binarismo y no concibe las fronteras identitarias diluidas. Cuanto más se empeña la diabólica tolerancia de nuestro aquí y ahora en definirse a sí misma como tal, es decir, como tolerante y moderna y acogedora y no ofensiva, más reduccionista se vuelve en su afán por etiquetar. Y es ahí donde personajes como Esty Quesada, con sus diversas ramificaciones, emergen como necesarias notas al pie de página de una realidad que sonríe en Instagram, pero se quiere cortar las venas en cuarto de baño.
Uno de los vídeos con miles de seguidores con los que se ha hecho popular Soy Una Pringada.
Es como si un personaje de Daniel Clowes o Todd Solodnz hubiera nacido en Bilbao y se hubiera propuesto contarnos su propia historia, sin la intermediación distante de un médium narrativo de gafas gruesas. En primera, sufridísima y desternillante persona.
Larga vida a todos los perdedores, tan sinceros en su derramamiento de miserias que incluso fallan al describirse con una letra o unos minutos de más.
Ver el primer capítulo de Looser aquí.
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