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Carta blanca
Columna
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Gracias, Antonio Gala

El poeta balear evoca los días en que compartió amistad y literatura en la Fundación para Jóvenes Creadores, en Córdoba, con su fundador y alma.

MI QUERIDO ANTONIO: Han pasado casi tres lustros desde que me abriste las puertas de tu casa para permitir que fuera la mía, la nuestra. Muchas cosas han cambiado desde entonces (insistes en recordarme, cada vez que nos vemos, que he engordado), pero hay tres que no: el sonido exacto de la fuente en el claustro de la Fundación, la ilusión por escribir poesía que me contagiaste y, lo más importante, los amigos que pude hacer allí y que hoy felizmente conservo como quien guarda una tarjeta de “salir de la cárcel gratis” del Monopoly. Hace unos días, visitando por primera vez la exposición permanente sobre tu vida y obra que hay en la Fundación, pude leer (aunque costaba) en un manuscrito tuyo unas frases que hacían referencia a tu soledad. Creo que ha sido un tema que te ha preocupado siempre y creo también que creaste la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores para que muchos de nosotros no tuviéramos que enfrentarnos —por lo menos no tanto— a esa sensación. Nos regalaste tiempo para crear, un tiempo soñado en una ciudad soñada como Córdoba, pero, sobre todo, nos regalaste amigos (y en algunos casos parejas) con los que hemos compartido y compartimos algo singular: haber vivido dentro de una idea, de tu idea.

Nos regalaste tiempo para crear, un tiempo soñado en una ciudad soñada como Córdoba, pero, sobre todo, nos regalaste amigos

Tuve la suerte de entrar en la Fundación en la tercera promoción. Las redes sociales aún no habían arrasado con nuestras vidas y conocer a alguien ­consistía en pasar tiempo con esa persona, aprender cuáles eran sus virtudes y sus defectos e ir revelando, poco a poco, los tuyos. De ti aprendimos pronto que eras muy distinto a la imagen que la televisión nos había inoculado. Recuerdo haber dicho en cierta ocasión, intentando describir las conversaciones que tenías con nosotros, que eras como un ordenador que tenía muchísimo más RAM que el resto. Fuiste la primera persona que admiré sin reservas y hoy quiero decirte, con esta carta, que eso no ha cambiado, pero los motivos sí. Hoy pienso en el ejército de creadoras y creadores que hemos pasado por la calle de Ambrosio de Morales y me abruma que alguien haya podido lograr algo así en un país al que todavía le falta mucho para valorar la creación artística. Creíste en nosotros, en los jóvenes, y los resultados, si alguien los necesita, están a la vista.

Llevas años amenazando en las entrevistas con que te mueres, que ves sin miedo el final y otras frases más elocuentes y mordaces. Perdona que ya no te crea. Sé que no puedes morirte ahora, con dos centenares de creadores viviendo en tu cabeza. Somos muchos para que la muerte pueda con nosotros y seremos más el año que viene y más al año siguiente. Te voy a leer esta carta cuando te vea, en Córdoba, y sé que vas a interrumpirme varias veces para decir que estoy gordo y que termine ya que me estoy poniendo insufrible. Lo siento, podría habértela resumido bien en una sola palabra: gracias. 

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