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Carta blanca
Columna
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La natación en alta mar

Patricio Pron

¿Qué decir a un escritor de 90 años que nos pide ayuda para impulsar su carrera? Esta es una historia real que merecía una respuesta pública.

Estimado señor Valenzuela: Anthony Powell escribió que envejecer es como ser penalizado por un crimen que uno no ha cometido, pero supongo que esto usted, a su edad, ya lo sabe: pese a ello, espero que se encuentre muy bien.

Quien no lo estaba era, al parecer, Quentin Crisp, quien vivió hasta los 91 años y, cuando le preguntaron por la causa de su longevidad, dijo que era la “mala suerte”. De la “mala suerte” de escribir durante mucho tiempo y permanecer inédito o ser publicado en condiciones penosas va precisamente su carta, por cierto: de editoriales que quiebran poco después de la publicación, de tiradas insuficientes, de injerencias editoriales, de la indiferencia de los lectores. Y también, de su necesidad de hacer algo con una obra “de años y años que ha de quedar desconocida y en gran parte inédita” sin mi ayuda y la de los espíritus afines: Sobre viejos veranos; Grita, cuerpo, mis ochenta; Hallazgos y figuras en más de un siglo de España.

La carrera literaria, que a menudo da la impresión de describir una trayectoria recta, está llena de tropiezos y malentendidos

Me dice que en su carrera como escritor también ha habido alegrías: que hayan sido “muy raras”, como afirma, inclina la balanza, sin embargo, del lado de las “muchas (tal vez ya demasiadas) decepciones”. Nos pasa a todos: Truman Capote comparó la publicación de un libro con la experiencia de sacar a un niño a un parque y dispararle en la cabeza; publicar libros, escribió G. M. Young, es como casarse con una duquesa: el honor siempre es más grande que el placer y uno siempre se arrepiente antes de que se hayan marchado los invitados.

Escribir, ya lo sabe, es una actividad enormemente difícil. A menudo se parece a un ejercicio continuo de decepción de las expectativas. Desde luego, todo escritor merecería ser publicado y (además) ser leído. La carrera literaria, que a menudo da la impresión de describir una trayectoria recta, está llena de tropiezos y malentendidos, y a veces también se parece a la natación en alta mar: no hay punto de partida, no hay sitio de llegada ni referencias, sólo una inmensa cantidad de agua que se nos antoja insuperable. (Un barco aparece en el horizonte a veces, pero el capitán siempre salió a comer y los marineros tomaron el barco).

Ante todo ello, ¿no deberíamos acaso celebrar el hecho de que alguna vez tuvimos la voluntad y la disponibilidad (y eventualmente el talento) de escribir? Sé que no es un gran consuelo (y, por supuesto, no es ninguna ayuda del tipo de la que me solicita), pero ¿no tendríamos que contentarnos con el hecho de haber estado allí, en el territorio inexplorado de la escritura al que pocos se atreven, antes que lamentar el rechazo de un mundo que siempre ha vivido equivocado, también en materia de literatura? Si esto no le sirve de consuelo y de aliento, le propongo que levante la vista: las nubes se han disipado, los árboles todavía se aferran a la tierra con entusiasmo.

Le envío un fuerte abrazo y mis mejores deseos.

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