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Columna
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Trituradora Trump

El relevo de Tillerson por Pompeo no es un buen augurio para los aliados atlánticos

Rex Tillerson durante en rueda de prensa tras conocer su cese como secretario de Estado.Vídeo: Leah Millis (Reuters) Reuters-Quality
Lluís Bassets

¿Quién será el siguiente? Rex Tillerson estaba en la lista al menos desde que llamo imbécil al presidente en una reunión con el gabinete de Seguridad de la Casa Blanca el pasado julio. Tillerson no supo contenerse ante la propuesta de multiplicar por diez el arsenal nuclear estadounidense, una idea realmente digna de un imbécil, que en nada habría contribuido a mejorar la seguridad del país.

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Desde que cayó en desgracia, no ha tenido más remedio que sobrellevar la espera, y sobre todo la marginación y la desatención presidencial ante la premura de otros despidos. En estos ocho meses han caído piezas mayores como el jefe de gabinete, Reince Priebus, el portavoz Sean Spicer, el consejero estratégico Steve Bannon o el principal asesor económico, Gary Cohn, entre muchas otras.

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Tillerson fue fulminado con un tuit, mientras estaba de viaje por África, sin ninguna explicación, y después de sufrir la última humillación: el anuncio de un encuentro entre Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un, decidido sin discusión ni consulta, ni siquiera con el departamento de Estado, el otrora todopoderoso aparato diplomático.

La máquina presidencial es una trituradora de carreras políticas, que consume carne humana a una velocidad desconocida en la historia de la Casa Blanca. Tillerson ha sido como un pañuelo desechable, utilizado para recortar el presupuesto y el peso de la diplomacia, mientras Trump iba rumiando su sustitución por el jefe de los espías, el ultra Mike Pompeo, que ha cultivado las afinidades ideológicas y ha adulado al presidente en su despacho diario del informe de inteligencia que la CIA elabora cada día solo para sus ojos.

Trump se siente afín a Pompeo en todo lo que se sentía distante de Tillerson. El ex secretario de Estado defendía las alianzas y pactos internacionales y especialmente los acuerdos del clima de París y el nuclear con Irán. No le gustaba el apoyo a Arabia Saudí en su conflicto con Qatar. Criticó las interferencias de Putin y el traslado de la embajada a Jerusalén. Y defendió la vía diplomática para resolver el conflicto con Corea del Norte, lo que le valió una reprimenda pública por parte de Trump, antes de su súbito viraje en favor de las conversaciones directas con el líder norcoreano.

En la lista de espera de la trituradora están su segundo jefe de gabinete, John Kelly, su asesor de Seguridad, Herbert McMaster, y su secretario de Defensa, Jim Mattis. Trump no solo exige a sus colaboradores identidad de ideas, sino que nadie le haga sombra y que todos se dediquen a cuidar su figura presidencial, tarea a la que ni siquiera accedió Steve Bannon, el más ultra de todos sus consejeros.

El relevo es un éxito del trumpismo puro, el más radical y nacionalista frente al establishment republicano más moderado, pragmático y partidario de la globalización. Contar con un secretario de Estado previsible y sensato como Tillerson era una garantía para los aliados, y especialmente para Europa y la OTAN, al igual que es una mala noticia encontrarse con un sustituto tan afín a los impulsos e insensateces de Trump, y capaz por tanto de volver a poner en duda el artículo 5 de la Alianza sobre la garantía de defensa mutua.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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