Acosos del pasado que pasan factura en el presente
Un cambio en la conciencia de las víctimas ha permitido romper la cultura del silencio
Estamos asistiendo a un fenómeno sorprendente: una cascada de escándalos por conductas sexuales abusivas o inapropiadas en el pasado que sus protagonistas vivieron con normalidad e incluso sensación de impunidad, emerge ahora como una conducta reprobable capaz de pasar factura en el presente. Muchos hombres con poder estarán estos días temblando, tratando de recordar cuántas veces se propasaron y con quién, temerosos de que les señalen unas víctimas que en su momento se sintieron sin fuerzas para denunciarles.
Todo comenzó con la denuncia por acoso sexual que varias decenas de mujeres, algunas de ellas actrices muy famosas, lanzaron contra Harwey Weinstein, el todopoderoso productor de cine norteamericano que utilizaba su poder de contratación para tratar de satisfacer sus deseos sexuales. Ahí se abrió la veda. En las semanas siguientes, otros directores, productores y actores han sido señalados por acoso y conductas inapropiadas. El último ha sido el actor Kevin Spacey, ganador de dos Oscar, en la picota desde que el actor Anthony Rapp revelara que intentó abusar de él cuanto tenía 14 años. De eso hace 31 años. La torpe manera con que Spacey quiso neutralizar la acusación, confesando después de haberlo negado muchas veces que era homosexual para desviar la atención, no hizo sino agravar su situación. Otras víctimas afirman haber sido acosadas por el actor. La mera acusación pública ha tenido efectos fulminantes: la productora de House of Cards, la serie que protagoniza Spacey, ha suspendido la grabación de la sexta temporada y el teatro Old Vic de Londres, del que fue director artístico, ha abierto una línea confidencial por si otras personas quieren formular acusaciones.
Pero no es solo el mundo del espectáculo el que se ha visto sacudido. También el de la política. En Francia se suceden las protestas y el ministro de Defensa británico, Michael Fallon, ha dimitido por un acoso de hace quince años, cuando intentó propasarse con una periodista. El problema es que circula por Westminster una lista de 40 diputados señalados por haber acosado a mujeres. La mayoría son conservadores, pero el escándalo alcanza también al partido laborista después de que Bex Bailey, que fue miembro de la ejecutiva, haya confesado que fue violada en un congreso del partido y que alguien de la cúpula le aconsejó que callara para no perjudicar su carrera política.
¿Cuántos más casos hay? Si nos atenemos a las encuestas, muchos. ¿Qué ha ocurrido para que aquello que durante tanto tiempo se consideró normal, tenga ahora consecuencias graves? Que se ha roto la cultura del silencio. Se ha producido un cambio de sensibilidad y de actitud en relación a unas conductas en las que el acoso sexual iba acompañado de un abuso de poder y quedaba impune por el temor de las víctimas. Quizá a partir de ahora muchos de los que ejercen algún tipo de poder se lo piensen dos veces antes de dar rienda suelta a sus instintos depredadores. Más que las leyes o las normas, lo que cambia realmente las cosas es la conciencia de las víctimas y la idea de que no están solas.
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