_
_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Símbolos de Europa

Los fastos en honor de Simone Veil y Helmut Kohl fueron algo más que un homenaje: su simbología se orientó a defender una identidad

Máriam M-Bascuñán
Funeral de Simone Veil el pasado 5 de julio en Paris.
Funeral de Simone Veil el pasado 5 de julio en Paris.Aurelien Meunier (Getty Images)

Los primeros funerales de Estado de la Unión Europea homenajearon las emblemáticas vidas de Simone Veil y Helmut Kohl. Hablamos de dos europeístas pertenecientes a “esa impresionante generación franco-alemana que se atrevió a construir el espíritu de Europa sobre las todavía humeantes ruinas de la II Guerra Mundial”, escribió Sylvie Kauffmann. Y es que el modo en el que una sociedad decide contarse hoy su historia de ayer dice mucho sobre cómo quiere configurar su futuro. Los fastos fueron algo más que un homenaje: su simbología se orientó a defender una identidad.

El objetivo de los obituarios públicos es siempre la construcción nacional. En ese proceso de cimentación especular se eligen vidas ejemplares que proyectan rasgos en los que una sociedad decide mirarse. Son biografías poco comunes y ejemplificadoras, dotadas del poder de transformar lo que ha sido en lo que debería ser. En este caso, lo singular es la experiencia de la guerra de dos adolescentes en un continente repleto de tumbas y mártires de guerra. Fue la semilla de su empeño vital para garantizar la paz.

Pero, ¿tiene Europa una identidad? No es casual que se haya decidido celebrar ahora funerales de Estado con el ropaje de todas las solemnidades, ornatos y discursos: la identidad se construye a partir de símbolos. Y de sobra sabemos que no hay nada que se parezca a “un pueblo europeo”, menos aún en un contexto de repliegue nacional. Parecería que sin ese espíritu popular es imposible armar una identidad colectiva, aunque sea artificiosa, como lo son todos los sentimientos de pertenencia.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Porque Europa no es una nación a gran escala, y si tiene sentido cimentar una idea política de copertenencia que salve las fronteras de nuestras celebradas naciones, debería edificarse desde los valores que aspira a encarnar. Los sentimientos sólo tienen conciencia local, y sobre ellos se construyó la autoridad de la nación. Las ideas de racionalidad, justicia, democracia o libertad no suelen invocarse en las exhortaciones patrióticas, y es por ello que las vidas de Veil y Kohl son el ejemplo de que es posible abrir otros caminos que llenen de convicciones un destino político compartido. @MariamMartinezB

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_