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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No hay que obsesionarse con las recomendaciones de la OMS

El trabajo de organismos globales como la IARC no es menor, y de hecho, es crucial

CARLO ALLEGRI (REUTERS)

Antes de llevarse a los labios una evaluación de la IARC es conveniente dejarla enfriar medio minuto.

Luego uno puede sorberla con calma, apreciando sus matices. El primer sorbo es agradable: esta vez la Agencia de la OMS nos tranquiliza. Con fundamento. Sus expertos son investigadores de primer nivel, trabajan de forma sistemática, exhaustiva, rigurosa, independiente y transparente. Han analizado a fondo más de un millar de estudios, que se dice pronto; aproximadamente la mitad de ellos en laboratorios y el resto en poblaciones humanas que viven y consumen cafés de todo tipo en sociedades reales. El trabajo de organismos globales como la IARC no es chicoria, es crucial. Y pocas veces o nunca está al alcance de los poderes locales.

También sabe bien que los conocimientos científicos cambien. En las últimas décadas hemos aprendido un montón de cosas. Por ejemplo, cómo hacer mejores estudios; con frecuencia, superando errores, como los que se cometieron con el café y el cáncer de páncreas o el de vejiga urinaria. También, integrando mejor conocimientos biológicos, clínicos y epidemiológicos. Mientras tanto también han mejorado muchos cultivos, tuestes y, por ende, los cafés que compramos, cómo los preparamos y consumimos. Podemos disfrutar de muchos cambios buenos. Aunque nada es perfecto.

Los conocimientos científicos cambian. En las últimas décadas hemos aprendido cómo hacer mejores estudios; con frecuencia, superando errores e integrando mejor conocimientos biológicos, clínicos y epidemiológicos"

En la evaluación de la IARC hay un poso de incertidumbre. La ciencia es lo que tiene. Así la vida. Tranquilidad. Tampoco hace falta que cada día estemos pendientes de cada nuevo estudio, podemos esperar a evaluaciones que cada cierto tiempo aquilatan lo que se ha aprendido.

No todo da cáncer: ¡bien!. El café, tampoco. Desde un punto de vista médico y práctico tiene poco sentido cavilar si beber café disminuye o aumenta un poco este cáncer o aquél (endometrio, hígado, vejiga).

Valorar lo práctico no está reñido con apreciar la belleza de lo científico; por ejemplo, la de los fascinantes mecanismos químicos y fisiológicos. ¡La cafeína induce su propio metabolismo! E influye de forma asombrosa en docenas de procesos moleculares, celulares y fisiopatológicos: actúa sobre los controles del ciclo celular y la apoptosis (muerte celular programada), sobre la reparación de lesiones del ADN, sobre el metabolismo y la excreción de cancerígenos y mil metabolitos. El encanto de los estudios mecanísticos no está reñido con la maravilla del día a día: nos levantamos, sorbemos un café y nos echamos al monte. Entremedias, si se tercia, un buen beso.

Y el sinfín de sustancias que contienen los centenares de cafés distintos que bebemos en el mundo, sus miles de aromas. Las fascinantes seculares culturas del café en el mundo, y esos gestos comunes que al beberlo nos hermanan en la aldea.

Saboreemos pues la noticia, sorbo a sorbo, con perspectiva. Pensando también en otros trastornos cuyo riesgo el café tampoco aumenta. Y en los que sí, pues suele potenciar el nerviosismo o la ansiedad subyacente. O una absurda dependencia psicológica (todos conocemos algún esclavo del café), y malestar. En algunas personas, insomnio. Cuando dormir tantos males alivia. No nos obsesionemos con la salud, pensemos también en el gusto, en la compañía y en lo práctico: funcionar cada día, despiertos. Si te place, bebe café con moderación; ya eres mayor para saber cuántas tazas y a qué horas. Disfruta del oficio de vivir y de ese arte o rito –tomar café–, a tu manera.

Miquel Porta es catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador en el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM).

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