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Tribuna
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París, un acuerdo débil para afrontar el cambio climático

El análisis detallado del último acuerdo climático indica que, debido a sus efectos indirectos, la reducción de las emisiones de CO2 no será igual a la suma de las promesas de los países ni aunque todos las cumpliesen

El Acuerdo de París alcanzado en diciembre de 2015 se ha construido sobre la base de las promesas voluntarias de mitigación por parte de los estados, las llamadas Intended Nationally Determined Contributions (INDCs), de las que se espera que permitan limitar el aumento de la temperatura media del planeta de 2,5 a 3 grados centígrados. El acuerdo prevé que estas promesas se fortalezcan cada cinco años, de forma que se pueda alcanzar el objetivo previsto de limitar el aumento a 2 grados e incluso 1,5 grados.

Por desgracia, la reducción de las emisiones netas derivadas del acuerdo no será igual a la suma de todas las promesas, ni siquiera en el caso hipotético de que todos los países intentaran cumplir con sus compromisos. La razón es que las acciones de mitigación generarán efectos indirectos o sistémicos a nivel nacional y mundial. Estos efectos indirectos son principalmente tres: la fuga de carbono, la paradoja verde y el efecto rebote.

Los compromisos de mitigación del Acuerdo de París difieren considerablemente entre los estados, no solo en términos absolutos, sino también en cuanto a niveles relativos a las emisiones o al salario medio de la población. La diferencia es particularmente grande entre los países ricos y los países pobres, y se traducirá sin duda en diferencias importantes en los costes de reducción de emisiones entre unos y otros. Esto afectará a la estructura del comercio internacional y estimulará la deslocalización de industrias contaminantes hacia países con políticas de reducción menos exigentes. La consecuencia será un desplazamiento de las emisiones hacia estos países, muchos de los cuales ya tienen sistemas de producción muy intensivos en carbono. Este problema se conoce como fuga de carbono (carbon leakage), e implica que la reducción de emisiones en un país se contrarresta con emisiones adicionales relacionadas en otro país. Se puede evitar solo a través de un acuerdo que coordine de forma explícita todas las políticas climáticas a nivel nacional y garantice el rigor y la eficacia de todas ellas. Desafortunadamente, esto no se ha logrado en París.

Probablemente, el Acuerdo de París estimulará más ayudas a la innovación en todo el mundo por dos razones. Por un lado, muchos ven en la innovación tecnológica la clave para detener el cambio climático. Por otra parte, el sector privado tiende a resistirse a la regulación de las emisiones, mientras que ve con buenos ojos los programas de subvenciones para tecnologías de baja emisión de carbono. Esto plantea preocupaciones en relación con un segundo efecto indirecto: la paradoja verde. Cuando las subvenciones contribuyan a que las energías renovables empiecen a competir seriamente con el petróleo, el gas o el carbón, es probable que el valor de las reservas de combustibles fósiles vaya decreciendo con el tiempo. Esto estimularía el aumento de su tasa de extracción para que los propietarios de los recursos obtuvieran beneficios de ellos antes de que los precios de los recursos fueran ya muy bajos. Esta estrategia de gestión de los recursos aumentaría la oferta y por tanto reducirá los precios, estimulando la demanda de combustibles fósiles. Como resultado, las emisiones globales de CO2 aumentarán, resultado totalmente opuesto a la intención original de las políticas de subvenciones, dando lugar a lo que se conoce como paradoja verde. La solución no pasa por eliminar las subvenciones a las energías renovables, que responden a objetivos legítimos de innovación y difusión de las tecnologías de baja emisión de carbono, sino por poner un precio al CO2, conocido como carbon pricing. Esto impediría que los combustibles fósiles se abaratasen.

Probablemente, el Acuerdo de París estimulará más ayudas a la innovación en todo el mundo

Más que coordinar políticas nacionales restrictivas, el Acuerdo de París únicamente ha conseguido promesas por parte de los países. Por temor a dañar su posición competitiva, estas promesas se traducirán, muy probablemente, en políticas relativamente débiles, lo que provocaría el tercero de los efectos indirectos: el efecto rebote, es decir, el ahorro de energía daría pie a consumos energéticos adicionales no deseados. Muchos mecanismos contribuyen a estos efectos rebote: un uso más intensivo de los productos más eficientes, la difusión de tecnologías más eficientes, la caída de los precios de la energía en respuesta a la eficiencia energética a gran escala, y el gasto del dinero obtenido con el ahorro de energía en nuevo consumo. El efecto rebote es especialmente significativo en países en desarrollo y en economías emergentes. Una solución eficaz para controlar el efecto rebote es, de nuevo, fijar un precio del carbono, que entre otros, serviría para desalentar a los consumidores a gastar el dinero ahorrado en productos y servicios muy contaminantes en CO2. Otros instrumentos, como por ejemplo establecer normas de emisión para tecnologías concretas, probablemente tengan como resultado un efecto rebote mayor, ya que no impiden el uso de tecnologías no reguladas. Un ejemplo de ello es la política de eliminación de las bombillas incandescentes aplicada por la Unión Europea desde 2009, que provocó la generalización del uso de bombillas LED no reguladas, reduciendo el ahorro energético inicial.

Los tres efectos indirectos no recibieron ninguna atención mediática ni antes ni durante la cumbre del clima (COP21) celebrada en la capital francesa. No debe sorprender, pues, que el texto del Acuerdo de París no mencione ni el efecto rebote, ni la fuga de carbono, ni los mercados de petróleo. Llegados a este punto, los políticos deberían aceptar la necesidad de enmiendas al acuerdo que aseguren el control de los efectos indirectos. Un mensaje positivo es que un sistema de precios del carbono armonizado permitiría afrontarlos los tres de una sola vez.

Jeroen van den Bergh es profesor de investigación ICREA en el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA), Universidad Autónoma de Barcelona, y catedrático de la Universidad Libre de Ámsterdam, Países Bajos. Es director de la revista Environmental Innovation and Societal Transitions (jeroen.bergh@uab.es).

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