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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El insulto se instala en la vida política

El chascarrillo grosero y zafio hacia el contrincante ha calado sin distinción de ideologías

Rosario G. Gómez
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.Quique García (EFE)

Los exabruptos, la denigración y el insulto se han instalado en la vida pública de una manera pasmosa. Son una muestra de intolerancia y sectarismo, pero también de necedad y mala educación. Estas perlas —además de un machismo casposo— se han concentrado en la descalificación global lanzada por el concejal del PP en Palafolls (Barcelona) Óscar Bermán sobre la alcaldesa Ada Colau. A través de una página web, el edil se ha referido a la regidora como “descerebrada llena de odio” y “vaga incorregible”, además de acusarla de alentar actos “anticatólicos”. Todo para concluir que en una sociedad sana “debería estar fregando suelos”.

A falta de una disculpa del autor de tanto oprobio, el partido se ha excusado por las palabras de su concejal —fruto de “un exceso verbal”, al parecer— y no ha dudado en considerarlas irrespetuosas, irresponsables y machistas. Colau ha respondido a la catarata de injurias con una cierta dosis de ironía: “En una sociedad sana, ser alcaldesa y fregar suelos es compatible. Ser machista y concejal no debería serlo”.

Por desgracia, el uso del insulto como herramienta política se ha convertido en una práctica común. El chascarrillo grosero y zafio ha calado en la vida pública. Sin distinción de partidos. Como demuestran las hemerotecas, el insulto no entiende de ideologías. El concejal de Palafolls podría tener una charla de alto calado intelectual con el exalcalde socialista de Getafe Pedro Castro, quien llamó a los votantes del PP “tontos de los cojones”. A la conversación podría unirse Pablo Iglesias, que dirigió a la política popular Esperanza Aguirre expresiones como “gentuza” y “condesa de la corrupción”.

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El insulto, el agravio, el improperio son armas arrojadizas a través de las cuales muchos dirigentes políticos creen que atraen simpatías (y, lo que es más importante, votos). Este tipo de ataques sirven también para reforzar la solidaridad del grupo, y de paso intentar “neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales”, como decía el sociólogo Lewis Coser. Aunque no pocas veces es un recurso fácil ante la ausencia de una argumentación contundente y fiable. Entre los profesionales de la política es frecuente la utilización de un lenguaje tabernario para analizar los comportamientos de los contrincantes. La vicepresidenta primera del Gongreso, Celia Villalobos, por ejemplo, criticó recientemente las conversaciones del líder socialista Pedro Sánchez, con dirigentes de otros partidos para intentar formar Gobierno con este comentario: “Pedro Sánchez está intentando salvar su culo. Lo demás le importa una higa”.

Aprovechando que en Puerto Rico se celebra el Congreso de la Lengua, es momento de reivindicar el valor de la palabra para que los políticos eleven el nivel intelectual de la crítica, agucen el ingenio y aparquen las invectivas. Como decía la escritora Rosa Regàs, para insultar y descalificar “lo único que hace falta es encono, y el encono, ni convence ni favorece a nadie”.

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