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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El cambio tranquilo

El debate de EL PAÍS consagra el afán de una sociedad por nuevos horizontes

Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, en el debate electoral organizado por EL PAÍS.
Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, en el debate electoral organizado por EL PAÍS.ULY MARTÍN

Hay muchas y poderosas razones por las que un número importante de españoles desea hoy un cambio. Porque la gestión de la crisis ha sido poco equitativa, al recaer el grueso de su factura en las clases medias y trabajadoras. Porque la ambición de las reformas emprendidas ha sido más bien limitada, y su éxito ha dependido en buena medida del control de las instituciones europeas. Porque la corrupción rampante ha corroído la confianza en las instituciones.

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Que este cambio pueda operarse desde el mismo partido que ha dirigido la legislatura bajo el uso legítimo —y el abuso ineficiente— de la mayoría absoluta no es estrictamente imposible, pues la rectificación es frecuente en los asuntos públicos: pero tampoco, a tenor de la experiencia, demasiado probable. Por eso el debate digital organizado por este diario entre los tres candidatos a presidente desbordó el interés habitual de un intercambio de ideas y sobrepasó su común denominador generacional. Fue excepcional, sobre todo, porque cristalizó y consagró con cierta solemnidad el estado de espíritu prevalente de una sociedad deseosa de nuevos horizontes. La competencia de los tres aspirantes alternativos al actual presidente fue especialmente significativa. No solo por la inauguración de un modelo tecnológico de intercambio, ni por una prefiguración de la inminente campaña electoral, sino porque inauguraban la carrera por disputar y enarbolar la bandera de los cambios: del cambio con riesgos muy calculados.

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No fue seguramente el día de mejor desempeño de ninguno de los tres, quizá cautelosos al inaugurar un inédito formato de debate —en un virtual empate— en el que se jugaban mucho. Pero todos dieron lo mejor de sí mismos y el resultado supuso un avance de sus posiciones relativas a tres semanas de la cita electoral.

En efecto, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, aunque en ocasiones visiblemente contrariado, supo exhibir un detallado conocimiento de las propuestas de su partido, canónicamente socialdemócratas; exhibió una línea de continuidad con sus predecesores, no siempre acreditada con anterioridad; hizo del lema de recuperar los derechos sociales perdidos eje de su propuesta global; y mostró firmeza ideológica al defenderse de los ataques recibidos tanto a derecha como a izquierda: se hizo respetar.

Igualmente, el novel candidato de Ciudadanos, Albert Rivera, remachó sus recientes comparecencias como líder de un partido relativamente nuevo, pero de propuestas muy articuladas; se distanció del bipartidismo histórico sin apelar a referencias extrañas; matizó lo que en su momento pudo conceptuarse como adanismo, al proclamarse heredero de los mejores valores y líderes de la Transición; y consolidó su imagen institucional, aun sin, quizá, haber colmado todas las expectativas concitadas.

También fue propicia la ocasión al líder de Podemos, Pablo Iglesias, que aprovechó el momento para asegurar, a sus potenciales votantes menos radicales que los iniciales, la culminación de su adaptación pragmática a un ideario más próximo a la socialdemocracia de Sánchez que a las movilizaciones autogestionarias del 15-M. La moderación, constitucionalista, europeísta y atlantista, debe ser siempre bienvenida. Aunque la extraordinaria rapidez del giro exija más tiempo para depurar su irreversibilidad con calma.

El ejercicio de los tres líderes augura una campaña sugerente y un cierto lenguaje común —si bien con propuestas muy diversas— que interpela al candidato ausente. Ojalá se apunte, aunque sea con tardanza, al espíritu más franco, transparente y desprejuiciado con que sus oponentes inauguraron el lunes los nuevos tiempos.

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