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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lima 2015: en la batalla de las ideas para pasar a la acción

Hemos visto cómo la desigualdad extrema, antes invisible a los ojos de los más poderosos, se ha convertido en un tema central del debate económico y financiero mundial

En diez años el 1% de la población latinoamericana acumulará más riqueza que la mitad más pobre.
En diez años el 1% de la población latinoamericana acumulará más riqueza que la mitad más pobre.Curt Carnemark (World Bank)

2015 contará para la Historia como un hito: la primera ocasión en que la asamblea anual conjunta del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial —el hard power de la economía y finanzas mundiales— se celebraba en América Latina, la región más desigual del mundo. Pocos días después de la aprobación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030, en los que superar desigualdad se muestra como clave en la batalla contra la pobreza, la discusión de los poderes financieros mundiales en la asamblea anual de Lima ha girado en torno a la desigualdad. Es una cuestión importante porque precisamente ahora América Latina entra en una ralentización económica que amenaza sus logros sociales de los últimos años. La desigualdad extrema, y el fenómeno de la captura política de las instituciones a favor de unos pocos, han formado parte central de los debates. Las normas que propician o permiten la evasión y la elusión fiscal son herramientas para robarles a los más pobres su derecho a la salud o a la educación, pilares sociales básicos para combatir la pobreza.

Hace sólo 15 años, las cosas eran muy distintas: la asamblea anual del FMI y el Banco Mundial, cónclave de ministros de economía y finanzas, tenía como voces invitadas a los principales banqueros del mundo. Las iniciativas sobre condonación de la deuda externa de los países más pobres lograban a duras penas hacerse un pequeño hueco entre las discusiones sobre la estabilización financiera o la eterna “necesidad de reformas” pregonada por estas instituciones. Era el año 2000, cuando Naciones Unidas aprobaba los Objetivos de Desarrollo del Milenio, primeras metas compartidas sobre desarrollo mundial.

Hace 5 años, en Estambul, en plenitud de la crisis económica global, voces como la del premio Nobel de Economía ganaron peso y autoridad defendiendo en aquel momento la necesidad de implantar tasas para frenar la especulación financiera y generar recursos para invertir en bienes públicos globales y la lucha contra la pobreza. Pero entonces se trataba aún de voces minoritarias.

Esta Asamblea anual de Lima ha mostrado un estado de opinión muy diferente. En palabras de Jim Kim, presidente del Banco Mundial, las prácticas por las que las multinacionales eluden impuestos son una forma de corrupción que daña especialmente a los más pobres. Christine Lagarde, directora gerente del FMI, ha señalado que “reducir la desigualdad extrema no solo es una política social apropiada, también es la política económica apropiada. Nuestras investigaciones más recientes señalan que un incremento del 1% en la porción de ingresos del 20% más pobre de la población hace crecer la economía un 0,4%”. Un panel sobre “reformas estructurales, desigualdad y crecimiento” con el Nobel Joseph Stiglith, la directora de Oxfam, Winnie Byanyima, el presidente del Eurogrupo y el vicepresidente del FMI fue tal vez el espacio de debate en profundidad más importante de la cita en Lima.

No se trata sólo de opiniones, sino de datos. Un informe sobre la desigualdad en América Latina, Privilegios que niegan derechos, ha mostrado en la Asamblea las tendencias y los impactos de la captura política. Uno de los datos cruciales es que de no darse un giro radical, en diez años el 1% de la población latinoamericana acumulará más riqueza que la mitad más pobre. Se demuestra que solo es posible luchar de forma consistente contra la pobreza si se aborda la desigualdad extrema con una lógica de justicia social y redistribución de la riqueza. La amenaza de la ralentización, primero, y de la recesión, después, amenaza los logros sociales de los últimos 15 años.

En diez años el 1% de la población latinoamericana acumulará más riqueza que la mitad más pobre

La evasión y elusión fiscales han sido en Lima un gran eje de trabajo. La OCDE presentó su plan de 15 medidas para luchar contra la erosión de la base fiscal y el traslado de beneficios de las multinacionales (BEPS). Este plan, que nace de un encargo del G20, ha dado lugar a una importante iniciativa política que permite a los estados retomar el control de sus cuentas públicas, y que deslegitima las prácticas masivas de planificación fiscal agresiva. Ahora los países deberían implantar las medidas que contiene ese plan, —y que eran impensables hace pocos años- para hacer que las multinacionales no puedan escapar al pago de impuestos mediante estrategias agresivas. El defecto de este plan es que ha dejado fuera de la mesa de negociación a los países en desarrollo, auténticos perdedores en este tipo de operaciones. Las palabras de su máxima autoridad, Ángel Gurría, señalando que “esas prácticas generan en la población la sensación de que los sistemas impositivos son injustos” son muy ciertas, pero su triunfalismo ante una batería de medidas aún lejos de implantarse es excesivo. El balance de Oxfam subraya esta ausencia de los países en desarrollo de ese diálogo y decisiones. Lo que está claro es que algo importante está cambiando: la complicidad entre Gobiernos y grandes compañías ya no puede darse con la impunidad de las últimas dos décadas, ya que la población mundial las conoce y las condena.

En definitiva, en Lima hemos visto cómo la desigualdad extrema, antes invisible a los ojos de los más poderosos, se ha convertido en un tema central del debate económico y financiero mundial. La necesidad de reformas diferentes para combatirla, y un claro señalamiento de la evasión y la elusión fiscales como su mecanismo más dañino son argumentos que pesan cada vez más entre los actores económicos globales. Los cambios en proceso son lentos, pero la batalla de las ideas se decanta cada vez más. Muy pocos dicen ya que estos niveles de desigualdad son buenos para la economía, y es un lugar común que sin prestar atención a estas terribles brechas la lucha contra la pobreza es sencillamente inabordable.

Pero aunque la batalla de las ideas avanza en la dirección adecuada, aún los hechos son demasiado escasos en la batalla de la acción. Avances como una mayor inversión en educación y salud universal y gratuita en todos los países, medidas efectivas contra el impacto y la expansión del cambio climático, una lucha implacable contra la evasión fiscal o el cumplimiento de la meta del 0,7% para la cooperación al desarrollo son caballos de batalla que prometen seguir con nosotros en los próximos años.

Jaime Atienza es director del Departamento de Campañas y Ciudadanía de Oxfam Intermón.

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