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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vestir el cargo para llenarlo de contenido

Los nuevos políticos se han tomado la acción de gobierno con absoluta naturalidad, incluso ataviados con bermudas y con ¡chanclas!

Amelia Castilla
José María González, alcalde de Cádiz, y la diputada autonómica Teresa Rodríguez.
José María González, alcalde de Cádiz, y la diputada autonómica Teresa Rodríguez.EFE

El cuerpo habla su propio lenguaje: de ahí que tratemos de mantener un aspecto físico determinado para afianzar nuestra identidad y personalidad. En noviembre de 2013, el diputado por las CUP David Fernández amenazó a Rodrigo Rato con tirarle su sandalia marrón en la comparecencia de este ante el Parlamento autonómico catalán en la comisión sobre las Cajas de Ahorro; vestía camiseta de manga corta remangada hasta los codos. Ahora, con la llegada de nuevos partidos y su entrada en Ayuntamientos y Parlamentos autónomos, los nuevos políticos se han tomado la acción de gobierno con absoluta naturalidad, como si fuera una prolongación de su actividad cotidiana anterior, incluso ataviados con bermudas y con ¡chanclas! Como si no se dieran cuenta de que ya han perdido su individualidad, al convertirse en representantes de todos sus vecinos —los que les han votado y los que no— y gestores de unas instituciones cuya dignidad se transmite con el paso de años y años.

Las chanclas y las bermudas contrastan con las bancadas donde, hasta hace poco, imperaba el traje y la corbata, un uniforme que, dicho sea de paso, no se cuestiona y que, ciertamente, resulta de lo más aburrido. Entre tanto traje oscuro, con ese toque de color que para algunos atrevidos aporta una corbata de estampados de elefantes, y el desaliño más propio de la adolescencia (nada favorecedor para los que la dejaron atrás y ya lucen tripa cervecera) de otros, debería imperar un término medio. Pensarán, quizá, que lo importante no es eso.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
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Vestir el cargo es llenarlo de contenido, es decir, gobernar. Y eso significa también reunirse con inversores, empresas prestadoras de servicios, federaciones de municipios, embajadores de países extranjeros, cónsules y demás agentes sociales, citas en las que los cargos públicos deberían destacar por su indumentaria. Seguramente no existe una norma escrita que obligue a cubrirse determinadas partes, y claro que tampoco hay ningún protocolo que hable de las bragas o los calzoncillos pero, parece evidente: se supone que todo el mundo los lleva.

Es un hecho que las mujeres tienen muchas posibilidades de elegir vestuario, pero no por ello resulta sencillo hacerlo. En la conversación visual que se establece con el otro a muchas mujeres no les agrada el mensaje de presentarse, por ejemplo, sin sujetador. Y no se trata de un problema de obligado “recogimiento” sino de respeto, pero de respeto hacia ellas mismas. Rodeadas de gente, en una reunión de trabajo, podrían sentirse además en inferioridad de condiciones. Claro que es cuestión de gustos. Como lo sería reconocer que una señora como Manuela Carmena sabe vestirse o que, en medio del desaliño, las nuevas señorías, sin necesidad de un asesor de imagen, ya empiezan a cuidar su indumentaria para establecer nuevas relaciones de poder. El alcalde de Cádiz, José María González, se puso un traje para casar a una pareja y Ada Colau calzaba sandalias con un ligero tacón para encontrarse con Artur Mas. Como decía Flaubert, “la forma es al fondo, lo que el calor al fuego”. Y para ello no hace falta ser Petronio.

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