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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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Punto y coma

CCO John Hain - Public Domain

El punto y aparte es un signo ortográfico que se emplea cuando acaba un párrafo o una idea. También se emplea para expresar que una persona marca el final de una etapa en su vida.

El punto y coma es también un signo ortográfico, sin embargo, su uso es más arbitrario y depende de la sensación que desee transmitir el escritor. Indica una pausa mayor que la de una coma y menor que la de un punto. Es ambas cosas a la vez y ninguna de las dos, como el hijo de un emigrante.

El hijo de un emigrante indio nacido en España, sin duda, es español, pero tan solo oficialmente. Aunque resulte una obviedad, las personas son mucho más de lo que indica su documento de identidad. Uno no pertenece al lado de la frontera en que ha nacido, pertenece a su padre y su madre. La sociedad, el colegio, las amistades o el entorno pueden influir, pueden formar y timbrar nuestra personalidad, pero nuestra familia es quien nos insufla los valores primigenios de la vida, quien nos guía, quien nos educa y forja nuestro temple, quien enturbia las aguas de nuestra conciencia con sus aciertos y limitaciones. Legado que pronto pasa a ser nuestro. Por tanto, habiendo nacido en España, también soy indio, de forma latente y profunda. Los sedimentos de mi identidad han sido fraguados con la tierra de mis padres. Como arcilla, la familia moldeó mi personalidad y la vaga idea de quién soy.

Uno es un fruto que proviene de un árbol, que a su vez bebe de unas raíces que están enterradas en lo más hondo de la tierra, y para descubrir quiénes somos y por qué somos como somos, no basta con limitarse a uno mismo, sino que uno ha de observarse en el contexto histórico, social, político y económico. Pues la historia de los hombres determina nuestra historia.

Ritual-323325_1280CCO - Public Domain

A menudo, el hijo del emigrante siente desde la infancia el deseo de ser como los demás cuando de algún modo intuye que es diferente. El color de su piel no es igual a la de sus compañeros, ni siquiera la forma en que le crece el pelo, el idioma de sus padres suena raro en el colegio, sus dioses son curiosidades para los demás y las tradiciones suenan graciosas explicadas en voz alta. De algún modo, en el proceso de adaptación reniega de su familia y trata de asemejarse a sus amigos. Es la ceguera de la adolescencia, se imponen los cánones de los demás sobre los de uno mismo. Pensemos en una ciudad provinciana que derrumba su casco histórico, su riqueza, su legado y su personalidad, para erigir edificios anodinos de cemento y cristal. ¿Qué gran pérdida no supondría?

Los hijos de los emigrantes son iguales a sus amigos y diferentes a sus padres; son iguales a sus padres y diferente a sus amigos. Son un punto y coma. Ser hijos de emigrantes es ser dos cosas a medias, viven con un pie a cada lado de la valla. Al no tener donde enraizar, el hijo de un emigrante es dadivoso y crítico con ambas culturas. En lo más hondo de su corazón comprende que no hay país ni frontera, que la única patria del hombre es su mente. Uno es nacional de sí mismo, de su pensamiento: con él puede dibujar barreras o abrir puertas, crear puentes y establecer lazos de unión entre los pueblos o forjar barrotes y esposas.

Uno no puede ser un punto y aparte en la vida. Uno es la continuación de algo, un eslabón en una cadena. Tabula rasa sí, porque podemos aprender y descubrir quiénes somos, podemos derribar antiguos prejuicios y deshacernos de la ignorancia de nuestro entorno; pero no para ignorar nuestro pasado.

Recientemente un conocido me comentó que le parecía muy extraño que hijos de emigrantes indios nacidos en España solo se casen entre ellos, cuando realmente tienen en sí muy poco de “indios” y más de “españoles”. “Son normales, como nosotros”, fueron sus palabras textuales. Le expliqué que desde mi punto de vista, uno es un punto y seguido de sus padres. Exigir normalidad es simplemente pedir que uno se acomode a los demás, que se adapte a ellos. Los hijos de emigrantes que se casan entre ellos, pueden hacerlo por cuestiones raciales o culturales, pero en la mayoría de los casos se debe a una experiencia compartida, a una visión semejante, a una forma de entender la vida. Todos los hijos de emigrantes comparten el mismo salto generacional. Son caléndulas que provienen de un rosal.

Uno no puede ser una “coma” y perpetuar los aciertos o errores de sus antepasados en el pasaje de la Historia. Tampoco debe ser “un punto y aparte”, renegar de sus ancestros o su cultura, porque el lugar donde ha emigrado —siendo la misma tierra, el mismo aire y el mismo sol—, recibe un nombre diferente. Uno debe ser un “punto y coma”, porque las ideas que nos separan no pueden ser tan diferentes cuando provienen de una misma necesidad: ser felices y vivir en libertad. Uno debe ser la continuación y la separación, el presente y el futuro, como un corredor de relevos, portando la antorcha del ayer para iluminar su mañana.

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