Columna

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La política es la maldad y la mentira del mundo en su forma popular

No es infrecuente, cuando uno es joven, empeñarse en remediar la maldad y la mentira del mundo. Puedes entonces estudiar derecho y luego escalar en la política. Para otros, esa decisión es imposible porque supone aceptar la maldad y la mentira de buen principio. La política es la maldad y la mentira del mundo en su forma popular. Queda entonces el recurso de rehacer el mundo con las correcciones necesarias. Así, el mundo heroico, sereno, luminoso de Poussin o las humildes verduras de Sánchez Cotán. Ambos rechazan la maldad y la mentira del mundo sin necesidad de estudiar derecho. También los e...

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No es infrecuente, cuando uno es joven, empeñarse en remediar la maldad y la mentira del mundo. Puedes entonces estudiar derecho y luego escalar en la política. Para otros, esa decisión es imposible porque supone aceptar la maldad y la mentira de buen principio. La política es la maldad y la mentira del mundo en su forma popular. Queda entonces el recurso de rehacer el mundo con las correcciones necesarias. Así, el mundo heroico, sereno, luminoso de Poussin o las humildes verduras de Sánchez Cotán. Ambos rechazan la maldad y la mentira del mundo sin necesidad de estudiar derecho. También los escritores a veces mejoran el mundo, aunque otros se limitan a dejar una copia innecesaria de la maldad y la mentira.

Pero, atención, no es preciso idealizar. La forma negativa puede ser también una rectificación del mundo. El escritor Thomas Bernhard se aplicó en reconstruir su país, Austria, al que odiaba con furor yihadista. No produjo música épica como Strauss, ni cuerpos ornamentales como Klimt, se limitó a inventar una Austria donde pudiera vivirse. Una Austria desnazificada. Por ejemplo, Bernhard escribió un relato en el que, llegada la agonía, Goethe llamaba obstinadamente a Wittgenstein, lo quería a su lado, exigía su presencia. Despidió a Eckermann con malos modos y convocó a gritos a Wittgenstein, el cual no pudo atenderle porque aún no había nacido.

Quizás el hundimiento de Austria se debió a eso, a que Wittgenstein nació demasiado tarde. La presencia del honesto filósofo vienés junto al inventor de la moderna lengua alemana seguramente habría podido salvar a Austria. Su ausencia junto al lecho del Goethe moribundo precipitó a la lengua y la filosofía alemanas en la desesperación y el crimen del siglo XX. No sabría yo a quién llamar cuando llegue la hora.

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