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Pedro Duque: “En un siglo habrá centrales nucleares en la Luna”

El ser humano tiene una nave en Marte y una estación internacional en la que siempre hay astronautas. ¿Qué nos deparará la exploración espacial dentro de un siglo? Con pasión, pero también con sencillez, Duque habla de un futuro que no es tan lejano en la quinta entrega de la serie 'Así pasen cien años'

José María Izquierdo
Pedro Duque, en las instalaciones de la Agencia Espacial Europea en Madrid.
Pedro Duque, en las instalaciones de la Agencia Espacial Europea en Madrid.

¿Qué cosas haremos en el espacio dentro de un siglo? Muchísimas. Estoy seguro de que en un siglo podremos hacer unos viajes que ahora nos parecen impensables. La investigación va a tal velocidad que nos cuesta prever todos los adelantos de que dispondremos en cien años más. Ya habremos viajado a Marte, y yo diría que con cierta frecuencia. Es prácticamente seguro que habrá gente viviendo en la Luna, haciendo las tareas que la ciencia-ficción adelantó que sucederían: extracción de minerales, utilización de los recursos…

Detalle un poco todo eso. En la Luna es muy posible que haya una colonia estable, porque si conseguimos que los costes del transporte a la Tierra no sean prohibitivos, habrá una notable explotación de minería. Y si hay rentabilidad económica, se acelerará.

Pero eso requerirá mucha gente. No necesariamente. Ya habremos avanzado lo suficiente en la tecnología de automatización y de toma de decisiones básicas por parte de máquinas, así que no precisaremos gran cantidad de personas. La imprescindible para la supervisión de las máquinas.

Ya, ¿y qué tipo de minería habrá allí?

Todo tipo de minerales y, además, con todo el territorio por explorar. Pero hay también grandes cantidades de helio-3, que nos daría la posibilidad, según los físicos, de hacer centrales nucleares sin apenas residuos radiactivos. Y eso se encuentra en la Luna y no se encuentra en la Tierra. Las posibilidades son enormes.

Si es así, tendrá que haber un tráfico frecuente Tierra-Luna. ¿Podemos estar hablando de viajes anuales, mensuales? Si allí encontramos algo que se pueda vender en la Tierra o que nos sirva para determinadas investigaciones, los viajes serán frecuentes. No me repugna la idea de que sean mensuales o bimensuales, e incluso menos espaciados.

En un siglo habrá minas y centrales nucleares en la Luna”

¿También a Marte se viajará con frecuencia? Por un lado, tendrán que pasar años para demostrar que es posible vivir en Marte, que tiene unas características muy distintas a la Tierra en cuanto a gravidez, temperatura, presión atmosférica… Y, por otro, tenemos las limitaciones de los combustibles, tanto de los cohetes impulsores como de las naves. Mientras esos dos aspectos no estén superados, habrá expediciones, claro que sí, pero no estoy muy seguro de que pueda existir un tráfico frecuente con la Tierra.

Los combustibles de los cohetes… Y el de la nave. Ese es el problema principal que hay que superar para que se produzca la revolución verdadera en los vuelos espaciales. Hay que conseguir motores más eficientes que puedan alcanzar unas velocidades razonables, que no se tarde años en llegar a los sitios. Con la tecnología actual, un viaje a Marte dura de seis a nueve meses porque solo podemos ir a unos 30.000 kilómetros por hora. Pero aunque estemos mandando sondas manejadas por control remoto o dotadas con mecanismos de inteligencia artificial, al final querremos naves más grandes para transportar a más personas o para traer o llevar material para investigación o extracción. El problema de las necesidades de combustible, de cómo con velocidades muchísimo mayores llegar a los sitios, y además volver, es una cuestión clave. Y eso sin pensar en viajes de mayor calado, a otros planetas más alejados de la Tierra, o si queremos llegar a otras galaxias. Los vuelos interestelares son todavía ciencia-ficción.

¿Por? Porque las distancias planetarias son tan gigantescas que ni tan siquiera merece la pena hacer el cálculo de cuánto tardaríamos con los combustibles actuales en llegar a Andrómeda, la galaxia más próxima a la nuestra, porque hablaríamos de cantidades absurdas, de millones de años. Primero hay que explorar de qué manera se puede llegar allí.

Y ahí entran los grandes retos todavía experimentales. Ese es el asunto. Ahora ya existen otras opciones para la navegación de las naves, como los motores iónicos. Sabemos que funcionan, pero hasta ahora son pequeñitos. Los grandes todavía están en fase experimental. El problema de estos motores es que necesitan una fuente de energía muy grande. Y eso, por supuesto, podremos conseguirlo. Pero si se hace con energía solar, por ejemplo, sería conveniente estar bastante cerca del Sol; y además hay que contar con unos paneles solares grandes, grandísimos, del tamaño de los que tiene la Estación Espacial Internacional, como mínimo. Esa es una gran complicación.

¿Y la energía nuclear? Sí, por supuesto, es una alternativa, pero nadie quiere ver reactores nucleares volando por encima de su cabeza. Tendríamos que ser capaces de garantizar la seguridad total. Una alternativa interesante sería la de obtener las materias primas de algún sitio como la Luna o los asteroides. Decíamos antes del helio-3 de la Luna. Allí se podría instalar una central nuclear, o las que fueran precisas, lo que permitiría trabajar con mayor seguridad.

El astronauta e ingeniero areonáutico Pedro Duque.
El astronauta e ingeniero areonáutico Pedro Duque.Gorka Lejarcegi

¿Usted ve en unos años una central nuclear en la Luna? Sí, claro. Lo único es cómo se trae la energía. Pero ya existe un desarrollo de estas unidades centrales solares en órbita desde la Tierra y la energía se bajaría con ondas de radio, de microondas de alta potencia. Y abajo, en la Tierra, habría que poner unas antenas receptoras que también fueran capaces de admitir esa potencia. Por supuesto que habría que tener mucho cuidado de no freír, digamos, a los que están al lado de la antena. Todo sería mucho más limpio y eficiente si por fin se hiciera realidad la fusión en frío. Y yo creo que para esas fechas, para dentro de un siglo, será posible. Con esa energía poderosísima y sin peligros, la potencia propulsora de los cohetes sería altísima. Si vamos organizando campamentos en satélites o planetas o en las lunas de esos planetas, podemos ir saltando por el espacio hasta no se sabe dónde.

Y luego están las propuestas digamos más atrevidas, como los motores de plasma, de curvatura, la vela solar, el ascensor, gusano o escalera espacial, el motor de antimateria… Cada una de esas posibilidades tiene sus fundamentos teóricos muy sólidos. Incluso alguna de ellas ya existe. Pero muchos de esos proyectos requieren, por el momento, unas dimensiones gigantescas para que puedan llegar a generar la energía necesaria, por lo que todavía ni se ha intentado, y otros se mueven en los cálculos de la compleja física teórica… Por no hablar de los costes. Todo ello va a ir evolucionando, pero por ahora a mí me resulta imposible saber cuáles de ellas se harán realidad en el próximo siglo. A lo mejor ya pueden utilizarse dentro de 100 o 200 años. Los físicos tienen más fantasía…

Pero si no podemos viajar a otras galaxias, entonces aún nos queda mucho tiempo para saber si hay vida en algún otro lugar del universo. Usted siempre ha dicho que sí cree en ello. Sí, desde luego. No puede pensarse que las condiciones en la Tierra sean tan únicas cuando sabemos de la existencia de millones de planetas y estrellas, tal y como nos han mostrado los últimos satélites de detección que hemos lanzado y que vamos a lanzar. Incluso la Agencia Europea del Espacio tiene un panel previsto para los próximos años para buscar planetas. Y es que, de momento al menos, hemos detectado que casi todas las estrellas tienen planetas y hay más planetas que estrellas, cosa que hasta hace 10 años a lo mejor no sabíamos. Imaginábamos que habría planetas, pero no se habían visto. Ahora ya sí. Tanto en esta galaxia como en todas las demás hay tantos planetas como granos de arena seguramente en una playa y, por tanto, pensar que este planeta tan pequeñito como la Tierra es el único de entre todos ellos que ha generado vida es un poco absurdo.

[Algunos datos: en la Vía Láctea, la galaxia que alberga nuestro sistema solar, se calcula que hay entre 200.000 y 400.000 millones de estrellas. Pero nuestra galaxia es una de las 100.000 millones de galaxias observables que existen].

Lo primero que habría que hacer es estudiar los astros de nuestro sistema solar que también pudieran tener vida de forma más sistemática. Hacerlo con más ahínco, y solo entonces excluir esa posibilidad si es que no hemos hecho ningún avance. Quizá sea vida de otra clase, es difícil imaginarlo… Pero tenemos cuatro o cinco sitios donde hay que ir ahora mismo, antes de que podamos explorar planetas fuera del sistema solar.

¿Y cuáles son esos cuatro o cinco sitios? Está claro que Marte, porque todavía se ha mirado poquito. Y sus dos satélites, Fobos y Deimos. Pero tenemos también que mirar las lunas de Júpiter, como Ganímedes o Europa, la más pequeña y en la que Arthur C. Clarke predijo que pudiera haber vida. Y las de Saturno, como Titán o Rea. En Titán, por cierto, hay una enorme cantidad de metano que también podría ser utilizable en el futuro como combustible para repostar. Ahora ya sabemos que dentro de poco tendremos unos satélites que serán capaces de decirnos cómo son los planetas de los otros sistemas solares. Tenemos que ver, comparar con los sitios del sistema solar, buscar los más probables y concentrarnos.

Sería rarísimo que solo hubiera vida en este planeta en el que vivimos”

¿Y hay que estar atentos a señales que se pudieran emitir desde otros planetas u otras galaxias? Por supuesto. Llevamos muchas décadas apuntando antenas al universo a ver si nos llega alguna señal de algún lado, pero una vez que tengamos identificados cien o mil planetas muy potenciales para la vida, podremos apuntar con mucha mayor precisión justamente a esos sitios.

Los avances en inteligencia artificial han multiplicado las posibilidades de las naves no tripuladas, como la Curiosity, actualmente en Marte. Stephen Hawking decía que “las misiones con robots son mucho más baratas y nos proporcionan más información, pero no logran atrapar la imaginación de la gente del mismo modo y tampoco son capaces de extender la especie humana hacia el espacio, algo que debería ser nuestra estrategia a largo plazo. Si queremos sobrevivir durante otro millón de años, tendremos que ir donde nadie ha ido nunca. La vida en la Tierra está cada vez más amenazada por peligros y desastres como el calentamiento global, las armas nucleares, los virus modificados genéticamente. Creo que el único futuro del ser humano pasa por viajar al espacio”. ¿Qué le parece? Me gusta la frase, estoy de acuerdo con todo menos con que las pequeñas sondas que están mandando traigan más información. Son extraordinarias y han aportado conocimientos magníficos, pero no es lo mismo tener esa sonda que hace movimientos minúsculos –a la que cada orden que le das tarda varios minutos en llegar, dependiendo de la órbita, otros tantos en esperar la respuesta y luego confirmar la orden, etcétera– que ir con un señor geólogo que llegue allí y en tres patadas coja precisamente las muestras correctas y después se vuelva con ellas. Es imposible que se obtenga la misma información.

Usted cree que aún son necesarios los vuelos tripulados. Siempre que se hagan con garantías, sin duda. Lo más eficiente es combinar ambas modalidades, porque la nanotecnología y otros avances científicos han mejorado de forma espectacular esas naves no tripuladas. Pero aún estamos lejos de que se le pueda decir: “Vete a buscar una piedra gorda y roja y ya nos avisas cuando la encuentres”. Las máquinas tendrán que aprender a reaccionar solas. Y eso ocurrirá en los próximos años, claro que ocurrirá. Y si se consigue una fiabilidad grande del sistema de inteligencia artificial, posiblemente variará mucho el tipo de exploración que hacemos en sitios hostiles donde no podamos enviar humanos. Pero hay que tener en cuenta que ya no estamos hablando de ingenios pequeñitos, no. Curiosity pesa 900 kilos, que ya es peso para un robot, lo que además nos crea otros dilemas.

¿A qué se refiere? Pues que no sé si llegaremos a fiarnos de los sistemas de inteligencia artificial lo suficiente como para dejarlos a su bola. Hay factores diversos a tener en cuenta. A la nave Rosetta, la que logró aterrizar en el cometa 67P/Churiumov-Guerasimenko el pasado noviembre, hay que programarla para que sepa lo que ha de hacer cuando recibe un estímulo determinado. ¿Por qué? Pues porque se han gastado mil millones de euros en la sonda y tú no puedes decir: “La he dotado de una inteligencia y me parece que es lo bastante lista”. No, tú tienes que decir: “Los programas los he hecho yo y yo me responsabilizo”. Ese, el factor de responsabilidad, es uno de los mayores problemas de la inteligencia artificial.

Ya. Tú puedes dotar a un coche de un programa en el cual un ejército de ingenieros haya certificado que sus reacciones son las que tienen que ser y que no van a atropellar personas. Pero ¿y si ocurre? Nosotros metemos cantidad de inteligencia en los aviones y llevan cuatro ordenadores, porque si falla el uno, viene el dos; si falla el dos, viene el tres; si falla el tres, viene el cuatro. El uno, el dos y el tres… El dos, el tres y el cuatro pueden expulsar al uno si ven que reacciona mal. Luego, claro, pasa lo del avión de los Alpes, pero esa es otra historia… Pero ¿cómo haces con unos programas de inteligencia artificial cuya reacción es imprevisible? Están las leyes de la robótica de Asimov, es cierto, pero no deja de ser un relato literario…

Pedro Duque

Madrid, 1963. Ees ingeniero aeronáutico. El 29 de octubre de 1998 cumplió su gran sueño: volar al espacio. Lo hizo a bordo del transbordador Discovery, en compañía de John Glenn, el astronauta que había pilotado la primera misión tripulada de la NASA en 1962. Permanecieron nueve días en el espacio. Duque repitió vuelo cinco años después: viajó en una Soyuz hasta la Estación Espacial Internacional, donde permaneció 10 días. Ha trabajado en la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos de la Universidad Politécnica de Madrid y fue director general de una empresa que trabaja con satélites para agricultura. Hoy forma parte de la Agencia Espacial Europea y tiene a su cargo la Oficina de Operaciones de Vuelo. No descarta volver de nuevo “allá arriba”.

[Las leyes de Asimov son: Primera: un robot no hará daño a un ser humano y tampoco permitirá, por inacción, que un ser humano sufra daño. Segunda: un robot debe obedecer las órdenes de los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley. Y tercera: un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley].

¿Comparte usted con Carl Sagan la teoría de que una de las razones más importantes para invertir en la industria aeroespacial es que tendríamos que tener otro planeta de recambio donde ir a vivir? Es una de las razones, pero no la única. Es muy importante esa inversión para evitar que, por ejemplo, un meteorito acabe con la Tierra, porque esa posibilidad, aunque muy remota, existe. Y lo que hay que hacer es mejorar esa tecnología que ya conocemos para enviar una serie de satélites especializados que encuentren esos potenciales peligros y, al tiempo, mejorar la tecnología para lograr desviarlos antes de que lleguen a la Tierra. Precisamente en muy pocos años se pondrá en marcha un proyecto español, llamado Don Quijote, que ganó el concurso organizado por la Agencia Espacial Europea para este fin.

El coste de la actividad espacial ha recibido muchas críticas. La NASA tiene un presupuesto anual de 14.000 millones; Rusia, de 8.800 millones; la ESA, 4.300. ¿Cómo se compaginan estos presupuestos con la crisis mundial? Se compaginan sabiendo que en realidad para un individuo esos son números muy grandes, pero para un país, para la economía de cada uno de esos países, son realmente pequeños. No llegan en algunos casos ni a la mitad de un 1% del total de los gastos. Tampoco son cifras escandalosas. Es posible que en la carrera espacial durante la Guerra Fría para llegar a la Luna se alcanzara hasta el 5% en Estados Unidos, por ejemplo. Pero hoy el presupuesto de la NASA no llega ni al 1% del presupuesto total. Además, casi todo el mundo entiende que hay que mantener una serie de inversiones en I+D para poder salir de la crisis. Y en Europa, por ejemplo, hay algunos países como España que han tenido unos años que no han podido aportar nada o muy poco, pero entonces otros han aportado más y al final los presupuestos se han mantenido. Lo que se ha notado, sí, ha sido que los Gobiernos han puesto mayor presión en la eficiencia, lo cual me parece muy bien. Hay mayor presión para que se consiga más con el mismo dinero y que se gaste el menos dinero posible en la Administración. Bueno, y luego están los satélites para cosas más prácticas, los meteorológicos, los de comunicación, etcétera, que pueden tener un gran rendimiento económico.

¿Los satélites nos sirven de algo frente al cambio climático o el deterioro de la Tierra? Ya nos han servido de mucho, porque la única forma de estudiar la Tierra en su conjunto es hacerlo desde fuera. Y los satélites proporcionan información para que las decisiones se tomen mejor. El deterioro de la Tierra, el cambio climático, es un problema gravísimo, y los satélites pueden ayudarnos, y mucho, a luchar contra sus efectos, sobre todo, conociendo quiénes los causan. Pero como esa información que vamos obteniendo cada vez es más exacta, también se nos plantean preguntas que hasta el momento no hemos sido capaces de responder con la misma exactitud. Y esas preguntas cada vez las vamos resolviendo con nuevos satélites, con nuevos instrumentos. Yo creo que en el futuro lo que vamos a hacer será tener mucha más vigilancia continua. Tendremos, por así decirlo, satélites policía. Igual que tenemos torres de vigilancia en los bosques para ver si sale humo de algún sitio y controlar a los que queman, tendremos unos satélites muy especializados que permitirán –con el control de algún organismo mundial– frenar a los países que contaminen más de lo permitido. Es muy difícil medir el dióxido de carbono, pero ya, por fin, hemos conseguido instrumentos que pueden hacerlo y los vamos a lanzar dentro de muy poco tiempo. Será importantísimo. Fíjese los instrumentos de medición y control que podremos tener en el siglo XXII.

Le interesa mucho este tema. Pues sí, porque solo hay que observar la foto durante la noche de los diversos sitios para ver que hay una injusticia muy grande entre las poblaciones que pueden utilizar energía y las que no. Y que, lógicamente, los niños que no tienen luz para estudiar por las tardes no pueden llegar a lo mismo que los que sí la tienen. Eso no puede ser. El problema está en que si ahora mismo todos los habitantes de la Tierra polucionaran tanto la atmósfera como lo hace un habitante de Madrid, seguramente la Tierra duraría unos pocos decenios. Hay que llegar a un punto en el que se pueda decir que todo el mundo en la Tierra tiene acceso a la energía, y acceso a todas las oportunidades, y acceso a la comida, y acceso al agua, y se contaminara menos. Todo eso lo podemos medir con los satélites. Por supuesto que las decisiones para implantar esas mínimas medidas de justicia ya pertenecen a otros negociados, claro…

Pero ya hacen muchas cosas ahora esos satélites pequeñitos, ¿verdad? Sí. Yo trabajé durante años en una empresa española que controlaba un pequeño satélite, el Deimon-1, extremadamente especializado: estudiaba el vigor de las plantas. Ya existe el Deimon-2.

¿A qué llama usted pequeñito? Deimon-1 es del tamaño de una lavadora estándar (60×60×100) y pesa 100 kilos, algo más que la lavadora. Se lanzó en 2009 a una órbita baja, a 686 kilómetros de altitud. Los satélites de comunicaciones, por ejemplo, se sitúan en la órbita geoestacionaria, a 35.786 kilómetros. Tiene seis pequeños telescopios y está especializado en estudiar el vigor de las plantas.

¿De las plantas? ¿Así de especializado? Pues sí. Simplificando, sabemos cuál es el vigor de la planta, la cantidad de función clorofílica que está haciendo. Y si tenemos una gráfica de eso a lo largo del año, podemos perfectamente decir qué hay plantado y cuál es su estado en cada parcela que se esté controlando. Bueno, con ese tipo de satélites podemos hacer un mapa con los cultivos de todo el mundo. Y de ahí, por ejemplo, podemos hacer un inventario de la comida que va a haber el año que viene, por lo que las empresas que se dedican a distribución también pueden hacer sus previsiones y mejorar su eficiencia. Es impresionante la fiabilidad de esos aparatos.

También hay satélites militares… Y ya cargados con armas para destruir cualquier otro satélite al que se le ordene desde el cuartel general de cualquiera de las potencias.

¿Podrán ir de vacaciones los nietos de nuestros nietos a un hotelito por allá arriba? Sí, por supuesto. Yo creo que en un siglo una de las nuevas estaciones espaciales seguramente será un hotel. Tendrán que bajar los costes, por supuesto. Pero no sería extraño incluso que hubiera más de un hotel. Falta un tiempo, pero no tenga duda de que se hará en un futuro más cercano de lo que se piensa.

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