La importancia de llamarse John Galliano
Maison Martin Margiela redime al polémico diseñador nombrándolo nuevo director creativo de sus colecciones El fichaje sorprendente traiciona la estricta política antiestrellas de la casa
“Es muy emocionante ver lo que creativos potentes hacen en distintas casas… Hedi en Saint Laurent, Nicolas en Vuitton y ahora John en Margiela”. Un simple tuit de Kanye West ha bastado para bendecir la sorprendente unión que este lunes se le atragantaba al mundo de la moda a la hora del aperitivo. En efecto, el rumor que caldeó las últimas jornadas de la reciente semana de la moda de París ya es una realidad: “Tenemos el placer de anunciar que John Galliano se ha unido a Maison Martin Margiela como responsable de la dirección creativa de la casa”, proclamaba Only The Brave (OTB), el holding italiano propietario de la firma francesa de origen belga, vía comunicado de prensa oficial. Huelga decir que la noticia, adelantada de buena mañana por el diario especializado estadounidense Women’s Wear Daily, se convertía de inmediato en un clamor, pero nada como la cuenta del endiosado rapero en la red del pájaro (10 millones largos de seguidores) para dar la medida de su repercusión: cerca de 4.000 retuits y casi 5.000 veces marcado como favorito en apenas dos horas, y sumando. Es la constatación definitiva de la regla no escrita que gobierna esta industria: sin diseñador estrella no hay negocio.
El fichaje marca “una nueva era en la historia de la Maison. La de un visionario y anticonformista talento creativo que dará un nuevo significado al legado iconoclasta de Margiela y un nuevo impulso a su excitante futuro”, continúa la escurrida notificación, que incluye además unas palabras del presidente del grupo OTB, Renzo Rosso. “John Galliano es uno de los más grandes, indiscutidos talentos de todos los tiempos. Un creador único y excepcional que siempre ha innovado y desafiado esta industria. Espero que con su regreso dé forma a ese sueño de la moda que solo él puede crear y deseo que encuentre aquí su hogar”, escribe. “Siempre he creído en las decisiones valientes e impredecibles, y esta no es una excepción”, añadía poco más tarde el capo de la marca vaquera Diesel ya a título personal.
OTB (antes Staff International) se hizo con la mayoría de las acciones de Maison Martin Margiela en 2002, una entente de conveniencia económica para la firma y de prestigio para el entonces naciente “grupo de lujo alternativo” (sic) con base en Breganze, en el Veneto transalpino. Sin embargo, las desavenencias creativas entre el reverenciado fundador de la casa, el diseñador belga Martin Margiela (Limbourg, 1957), y Renzo Rosso no tardaron en saltar, tanto que siete años después, y tras varias tentativas frustradas, el creador salía de su propia empresa por la puerta de atrás, sin aspavientos ni ruido. “Hace tiempo que Martin ya no está con nosotros. Está pero no está. Pero tenemos un nuevo y más fresco equipo de diseño. Estamos centrados en una energía joven y realista para el futuro, un Margiela para 2015”, anunciaba Rosso en octubre de 2009. Una profecía frustrada.
No puede decirse que haya mucho de energía “joven y realista” en el fichaje de un talento veterano (el diseñador tiene 53 años) que ya parecía haber agotado sus cartuchos cuando fue despedido de su anterior puesto en Christian Dior, en marzo de 2011, tras sus etílicos arranques antisemitas en público (la oportuna excusa, se aseguró, para quitárselo de en medio a la vista de su cada vez más pobre rendimiento en la firma). Desde entonces, un desintoxicado Galliano ha buscado la redención por activa y por pasiva, de Oscar de la Renta (en cuya colección otoño/invierno 2013 dejó sentir su mano) a la cadena de perfumerías rusa L’Etoile, de la que es imagen de marca desde el pasado mayo, un honor que está por ver si podrá simultanear con su flamante cargo.
Por su parte, Maison Martin Margiela siempre ha sido una anomalía en el negocio, desde su irrupción en 1988: un laboratorio/comuna entregado a la investigación y desarrollo de la moda más allá de los límites indumentarios convencionales y cuya propiedad intelectual se repartía por igual entre los miembros del equipo, sin egos ni jerarquías de por medio. Así ha dado forma a casi tres décadas de experimentación, innovación y exasperación durante las que la casa ha introducido el concepto arquitectónico y literario de deconstrucción en el vestir, adelantado el grunge y dado distinción al reciclaje, haciendo caso omiso de tendencias para asumir la responsabilidad del diseño sin efectismos, en su sentido puro y real. Hablando siempre en primera persona del plural, su producción es (era) "el resultado del trabajo de muchas cabezas, corazones y manos", en palabras del mismísimo Margiela, un creador que siempre vigiló con celo su no imagen, de la misma manera que el resto calcula al milímetro sus manipuladas imágenes, incluso cuando ejerció de director artístico en Hermès, entre 1997 y 2003.
La redención definitiva de John Galliano por la vía de la vanguardia está desde luego por ver, pero tampoco debería extrañar tanto. Al fin y al cabo, el propio Margiela ya les habría ofrecido el liderazgo de la Maison a Raf Simons, primero, y a Haider Ackerman, después, en 2008. Dos diseñadores de perfil muy distinto al del gibraltareño, pero igual de conscientes del juego de la moda que le interesa a Renzo Rosso. Los desfiles de alta costura en París, cuando debute el Margiela de Galliano el próximo enero, van a dar que hablar más nunca.
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