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PALOS DE CIEGO
Columna
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Vallcorba, tradición y modernidad

El editor Jaume Vallcorba defendía sin complejos la alta cultura, que para él no estaba reñida con la cultura pop

Javier Cercas

Un escritor es un editor frustrado, porque sólo publica lo que escribe, mientras que el editor publica lo que le hubiera gustado escribir. Jaume Vallcorba, muerto este verano, fue muchas cosas, entre ellas escritor, pero sobre todo fue editor. Publicó a Montaigne y Kafka. A Chateaubriand y Joseph Roth. A los líricos griegos arcaicos y Josep Carner. A Hölderling y Foix. A Boswell y D’Ors. A Byron y Monzó. A Schnitzler y Pàmies. Para empezar a ser justos con Vallcorba, la lista debería prolongarse hasta el final del artículo, lo cual prueba que no es seguro que tengan razón quienes piensan que no debe empezarse un artículo como éste así:

Conocí a Jaume Vallcorba en 1984. Por entonces yo había cumplido 22 años, era estudiante y escribía relatos que nadie leía; nadie salvo el poeta Salvador Oliva, que pensó que Vallcorba podría publicarlos. Era un disparate: Vallcorba había fundado 5 años atrás su primera editorial, Quaderns Crema, pero sólo publicaba en catalán y yo escribía en castellano; a pesar de ello, Oliva me lo presentó y Vallcorba me atendió. Cuando en catalán se dice de alguien que es “el cul del Jaumet” se quiere decir que no para quieto un momento; Vallcorba, a quien digo yo que alguien debía de llamar Jaumet, era exactamente así. El primer día apenas tuve tiempo de entregarle mis cuentos, porque en seguida salió corriendo detrás de una novia. El segundo día me recibió en su despacho, con mis cuentos leídos y subrayados en una mano y en la otra un puro descomunal. Hablamos; mejor dicho: habló él. De mis cuentos. Pero, mientras hablaba, hacía cien cosas más: contestaba el teléfono, discutía con sus empleados, disertaba sobre el amor cortés, se levantaba a consultar su biblioteca. En cuanto a mí, me limité a sentirme en silencio importantísimo, casi un escritor. Tres años más tarde Vallcorba fundó Sirmio, su primera editorial en castellano. En aquella época yo ya había acabado de estudiar, pero no tenía donde caerme muerto, y Vallcorba me dio trabajo: corregí pruebas de imprenta para él, redacté informes de lectura, traduje libros. En Sirmio publicó Vallcorba el primero de los míos. También el segundo. Ambos con éxito nulo. Cuando me publicó el tercero –un ensayo destinado a no venderse en absoluto–, le dije que mi siguiente novela sería para él; pero, cuando terminé mi siguiente novela, Sirmio agonizaba y no se la di. Se enfadó; creo que también se enfadó cuando, años más tarde, mis libros empezaron a venderse. En ambos casos tenía razón: al fin y al cabo, para bien o para mal, yo era un producto suyo. Luego se le pasó el enfado y fundó Acantilado, su segunda editorial en castellano, y esta vez tuvo el éxito que merecía y volvió a ser mi editor. Era obsesivamente perfeccionista y rocosamente elitista, porque defendía sin complejos la alta cultura, que para él no estaba reñida con la cultura pop. Pero su singularidad como editor no residía en ello. Italo Calvino sostuvo que “el máximo rendimiento de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad”. Vallcorba hubiera aplaudido el dictamen; la prueba es que en sus catálogos se alternan con naturalidad lo antiguo y lo moderno, como si quisiera llamar la atención sobre lo que de antiguo tiene lo moderno y, ante todo, sobre lo que de moderno tiene lo antiguo: repasen los dúos de autores que figuran al principio de este artículo; o atiendan al ejemplo que sigue. El segundo libro de Quaderns Crema fue la poesía completa de Ausiàs March. March es un poeta tan grande que basta para justificar una literatura, y tan moderno, a pesar de ser medieval, que algunos de sus versos parecen escritos por Auden o Gabriel Ferrater (“Los fets d’amor no puc metre en oblit: / ab qui els haguí, ne el lloc, no em cau d’esment) y otros podrían ser el lema del Libro del desasosiego de Bernardo Soares (“Malament viu qui té lo pensament / per enemic”): tanto Auden y Ferrater como Soares figuran, muy próximos a March, en los catálogos de Vallcorba.

Lo esencial es que la literatura es un ir y venir entre el presente y el pasado”

O dicho de otro modo: Vallcorba quizá no publicó todos los libros que hubiese querido, pero basta leer los que publicó para entender lo esencial, y es que la literatura es un ir y venir entre el presente y el pasado, y que la máxima modernidad se encuentra en la tradición.  elpaissemanal@elpais.es

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