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Columna
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Inversión paneuropea

Las decisiones del BCE perderán eficacia por su tardanza y la elevada deuda privada

Emilio Ontiveros

Llama la atención que el vicepresidente de Asuntos Económicos de la Comisión Europea, en declaraciones a este periódico, admita ahora la necesidad de intensificar la inversión para que la Eurozona abandone su precariedad. Olli Rehn reconoce que en la primavera de 2010 no se adoptó la mejor de las opciones, como podía haber sido “disponer de un gran bazuca europeo en lugar de un fondo de rescate intergubernamental”, para gestionar la crisis de la deuda pública de forma menos indiscriminada y dañina al crecimiento.

Es un poco tarde. Hace tiempo que la evidencia es pródiga en demostrar la inadecuación de la terquedad de las instituciones europeas y la mayoría de los gobiernos en aceptar como única terapia válida la austeridad presupuestaria indiscriminada y concentrada en el tiempo. Parcialmente lo admitió el BCE cuando en el verano de 2012 anunció su disposición a tomar decisiones equivalentes a las que sus colegas en EE UU y Reino Unido habían adoptado hacía tiempo. Esa insinuación del BCE, y la excesiva baja inflación, son los principales responsables de la mejora en las condiciones actuales en los mercados de bonos soberanos, donde coexisten volúmenes de deuda pública muy elevados con exigencias de tipos de interés por los inversores en mínimos históricos. Tampoco les falta razón a los que entienden que esos bajos tipos de interés de los bonos son una forma de anticipación de reducidos ritmos de crecimiento.

Hay que movilizar el potencial inversor de la Eurozona y el de  instituciones dormidas durante la crisis, como el BEI
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Las adecuadas decisiones adoptadas por el BCE en su último Consejo de Gobierno perderán eficacia no solo por su tardanza, sino porque coexisten en los países más dañados por esas políticas procíclicas con una elevada deuda privada y un estancamiento de la renta de las familias. Y con la ausencia de confianza acerca del impacto de la tibia recuperación sobre un desempleo que cada día revela un mayor componente estructural.

Claro que hay que movilizar el potencial inversor de la Eurozona. El de algunas economías como la alemana que puede permitírselo y necesita mejorar su dotación de todas las formas de capital. Pero también el de otras instituciones dormidas durante la crisis, como el Banco Europeo de Inversiones (BEI). Está en lo cierto el primer ministro italiano al reclamar un mayor protagonismo de ese banco. Puede ejercerlo aprovechando para su financiación los bajos tipos de interés y la actitud del BCE de replicar las compras de activos que la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra llevan a cabo desde hace tiempo. Ha de hacerlo pronto y en magnitud suficiente en infraestructuras, educación, investigación o redes energéticas y de telecomunicaciones, para alejar, en primer lugar, los riesgos de “japonización” de la Eurozona. Para legitimar, en definitiva, la existencia de la unión monetaria como área propiciadora del crecimiento de la productividad por vías alternativas a la devaluación salarial: de prosperidad, al menos equivalente a la que están consiguiendo aquellos países que gestionaron mejor la crisis.

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