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EL PULSO
Columna
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Objetivo: tomar las favelas

Si de pacificar hablamos, parece mejor idea un festival literario que un asalto con 2.000 soldados

Las fuerzas federales ocuparán la favela Máre, en Río de Janeiro, hasta que acabe el Mundial de fútbol.
Las fuerzas federales ocuparán la favela Máre, en Río de Janeiro, hasta que acabe el Mundial de fútbol. Mario Tama (Getty)

Hace tres semanas, en una de tantas acciones previas al Mundial de fútbol que tendrá lugar el próximo verano, el Gobierno brasileño tomó al asalto la favela Maré, en Río de Janeiro. Para ello se valió de 2.000 soldados, 450 infantes de marina y 200 policías. Las fotografías del despliegue humano y armamentístico, que incluye carros de combate, no dejan dudas de que se trata de lo más parecido a una guerra. La decisión cobra forma dentro de la llamada estrategia de pacificación, emprendida en 2008. En un país de 190 millones de habitantes (según el último censo de 2010), 11,4 millones viven en favelas. Un 6% de la población. Maré cuenta con 130.000 habitantes. Ingenuamente podríamos pensar que este proceso de pacificación trata de llegar a pactos con los capos de las bandas que controlan los barrios, pero no; pacificar es tomar una favela al asalto, sin más. Cuando terminen los Mundiales, los soldados abandonarán el lugar.

Hay, por contra, otras iniciativas para transformar las favelas desde dentro. La Fiesta Literaria de Las Periferias (FLUPP) es un evento internacional organizado cada año en una distinta de Río y viene esponsorizado por importantes instituciones, entre las que se encuentra una petrolera o el propio Gobierno. Su objetivo es acercar la literatura de toda tendencia a los desfavorecidos, integrarla en el lugar. El año pasado fui invitado a este festival, que tuvo lugar en Vigário Geral, favela no pacificada, de modo que allí dentro las armas circulan a sus anchas y los vecinos se rigen por reglas propias. Un coche nos deja en la entrada al complejo de chabolas; a partir de ahí es la organización quien, previo pacto de no agresión, se hace cargo del transporte hasta el recinto de la FLUPP.

Llueve torrencialmente y en una furgoneta nos conducen por un laberinto; tienes la certeza de que en caso de perderte, jamás saldrías de ahí. Las casas, cubos de chapa y ladrillo, parecen estar cosidas las unas a las otras por cables de alta tensión. Durante el trayecto aprovechan para darnos instrucciones precisas: nada de fotografías fuera del recinto de la FLUPP, y de hacer alguna, siempre previa consulta, y, por supuesto, nada de hacerse el valiente y explorar calles aledañas. Las comidas de los ponentes serán preparadas y servidas en unas favelas, así los propietarios tienen ocasión de ganar un dinero.

En mitad de una estrechísima calle apa­rece el recinto de la FLUPP; el edificio no anuncia el grado de sofisticación que contiene: palacio de congresos equipado con excelentes camerinos, un nutrido catering, salas de descanso, exposiciones plásticas de apoyo, traducción simultánea a varios idiomas, decenas de precisos voluntarios y una sala de conferencias que nada tiene que envidiar a ninguna de las que por aquí conocemos. Allí se desarrollaría mi conferencia con el escritor Reinaldo Moraes y el crítico de cine Rodrigo Fonseca.

Por lo general soy escéptico respecto a la figura del artista educador, y no tengo muy claro hasta qué punto el festival fue capaz de integrar a los habitantes de la favela en la cultura literaria global, tampoco si los niños que se acercaban a pedir cualquier cosa sabían realmente qué era aquello que de pronto venía a plantarse junto a sus chabolas, pero quedan dos cosas claras tras la visita: 1. Que por las favelas pasará el destino de ese país, es imposible no tenerlas en cuenta. Y 2. Que si de pacificar hablamos, parece mejor idea un festival de estas características que 2.000 soldados.

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