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Entrar en el taller del dibujante Benjamin Lacombe (1982, París) es sumergirse en su peculiar universo onírico, a medio camino entre el mundo mágico de Disney y el ambiente gótico de Tim Burton. Dan la bienvenida dos habituales de sus historietas: Lisbeth, una pequeña juguetona de dos años y medio y Virgile, un gran sharpei de nueve años, que observa desde una esquina. Sus inseparables compañeros aparecen en casi todos sus libros. "Alfred Hitchcock siempre salía en su películas. Yo intento sacar a mis perros, a pesar de que en algunas historietas es más complicado", dice Lacombe. En algunos cuentos, como en Swinging Christmas, que Edelvives edita ahora en España, son personajes a parte entera. En otros aparecen escondidos entre los remolinos de la melena de la protagonista, en una esquina de un paisaje o en algún medallón o fotografía. "Si no salen, es que realmente no me ha gustado el proyecto". Hace tres años que Lacombe decidió que era hora de separar su taller de su vivienda y eligió este pequeño piso de doshabitaciones, sin una sola pared en blanco y con grandes ventanales, en el este de París. Una forma de cerrar la puerta al finalizar el día. Pese a todo, en momentos de más trabajo, tiende a encerrase días enteros en este taller, situado a apenas unos minutos a pie de su casa. Aquí materializa sus ideas, da forma definitiva a sus personajes, que esboza primero en su libreta que lleva siempre con él. Sentado ya en su despacho, dibuja sutilmente con un leve trazado de lápiz en grandes formatos. Pacientemente, lo va cubriendo con pintura por pequeñas capas, esperando a que se sequen y echando mano del secador cuando hace falta. Para cada obra suele tardar unos tres días. En el caso de las más complicadas puede dedicarle hasta diez jornadas, dependiendo también de la técnica. Aunque Lacombe es un perfeccionista y le gustaría tener más tiempo. Cuando no está en su taller, a Lacombe le gusta hacer intervenciones en los colegios donde intercambia con los niños. Su obra, que alterna cuentos infantiles con trabajos para mayores —Edelvives edita también ahora el segundo volumen de su versión ilustrada de Nuestra Señora de París—, es también un constante viaje de ida y vuelta entre la infancia y la edad adulta. "Mis libros suelen ser proyectos que me han emocionado de pequeño y que han madurado durante años", relata. Ocurrió con los Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe, que leyó con 11 años. "Pensé, un día lo haré", dice. O con Madame Butterfly, que acaba de editar en Francia, una ópera que vio también en torno a la misma edad. "Lo recuerdo muy, muy bien, es la primera vez que lloré en un espectáculo", cuentas. En mente tiene ya el próximo libro, que prepara con su cómplice de siempre, el autor Sebastien Pérez. "Será una temática que viene de la infancia pero tratada con un toque de arte contemporáneo… no puedo decir más. Será para adultos y para niños, niños a los que no les gusta que se los trate como si fueran tontos".
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Viaje a la infancia de Benjamin Lacombe

Siempre acompañado de sus perros, el ilustrador se encierra días enteros en el taller donde materializa sus ideas

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