La buena gestión
¿Qué ha fallado más, la gestión en las empresas o las instituciones que han permitido los abusos?
Se repasa la lista de los hombres más poderosos del mundo de la revista Forbes y se constata un nuevo desplazamiento desde el poder político hacia el económico. Aunque las tres personas más poderosas son Obama, Merkel y Putin (por este orden), entre las 30 primeras hay 12 vinculadas a la economía o a las finanzas, encabezadas por Gates, Bernanke y Draghi. Además de esta clasificación, hay ahora otra competición implícita sobre quién, si la política o la gestión, es más responsable de los problemas vinculados a la crisis económica.
Preguntado hace unos días Joaquín Almunia, vino a decir que los principales responsables son aquellos gestores que lo han hecho rematadamente mal. Los economistas hace tiempo que han incorporado el papel de las instituciones en el desenvolvimiento de las sociedades. Es lo que hicieron Acemoglu y Robinson en su debatido Por qué fracasan los países (Deusto Editorial) y a lo que dedicó José B. Terceiro su discurso de ingreso en la Academia, que actualizó la literatura sobre la polémica (Entorno institucional económico).
Los que inciden más en la mala gestión como factor dominante entienden que el primer elemento de las dificultades ha estado en un fallo sistémico de aquella y en el método de tomar las decisiones: a cada problema que se ha planteado se ha respondido con decisiones a futuro, en vez de solucionar la sangría inmediata. Por ejemplo, ahora la UE está inmersa en un debate sobre la unión bancaria, mientras que el paro —verdadera hemorragia— se hace estructural sin que haya un debate ad hoc sobre el mismo.
Otro economista de la misma familia que el anterior, Jaime Terceiro, que fue presidente de Caja Madrid entre 1988 y 1996 (los años dorados de la institución), abordó la relación entre ética y derecho en el mundo de la gestión, en el también muy polémico y recomendable discurso de recepción del Premio Rey Juan Carlos de Economía la pasada semana. Al revés que Joan Robinson, que recomendó (con escaso éxito) a su discípulo Amartya Sen que se olvidara de “esa basura de la ética”, Jaime Terceiro incorpora la importancia de esta última para la buena gestión, cuando denuncia que determinados gestores y consejeros de cajas de ahorros “no se han comportado con arreglo a los principios éticos más elementales. La ética no debe identificarse con el derecho, y en este caso, como en tantos otros, no debiera ser posible reducirla solamente a él”.
Por cierto que en ese discurso, nuestro economista llamó la atención sobre que no solo la economía española, “sino también nuestra convivencia”, atraviesan un momento muy difícil y que por ello no sería mala idea, recordando uno de los últimos poemas de Borges, que un conjunto de hombres “de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y hablan en diversos idiomas, tomaran la extraña solución de ser razonables: que resuelvan olvidar sus diferencias y acentúen sus afinidades”.
Hay otra competición implícita sobre quién, si la política o la gestión, es más responsable de los problemas vinculados a la crisis económica