_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Luz de neón

La diferencia capital entre Las Vegas y Eurovegas es hacerla en los aledaños de una ciudad

Creo que en los Estados Unidos se exigía un referéndum, supongo que no federal sino estatal, para permitir la instalación de un casino público para juegos de azar, esencialmente el de la ruleta. La familia americana, con su tradicional puritanismo, no amaba que sus hijos se criaran en semejante vecindad; las instituciones públicas, Ayuntamientos, juzgados, iglesias, tampoco la debían de tener por muy honrosa; quizá incluso las calles comerciales preferían no tenerlas en sus proximidades. Los urbanistas y los propios promotores de casinos sabían por experiencia que la instalación de uno de esos centros hacía bajar ante la demanda la cotización de los solares colindantes o cercanos; la expansión natural de una ciudad se atajaba por esos alrededores o acaso se especializaba en el tipo de edificios suburbiales como grandes naves de almacenamiento o centros de distribución al por mayor, no sé; aunque supongo que en tal caso sería al casino al que ya no le gustase estar allí, y se marcharía.

Sea de ello lo que fuere, parece ser que fue precisamente ese rechazo tan generalizado el que indujo a Las Vegas —hoy una ciudad de 600.000 habitantes fijos— a situarse, literalmente, “lejos de todas partes”, en medio de un desierto, aun a costa de tener que enfrentarse a gigantescos problemas de orden “logístico”, como hoy gustan de decir aun fuera de contexto militar, empezando desde luego por la traída de aguas, que ni me lo imagino. Los otros suministros, como las comunicaciones, el aprovisionamiento general, la iluminación, etcétera, son más fáciles de comprender pero no menos caros, de manera que solo la perspectiva de un gigantesco negocio turístico debió de favorecer las autorizaciones —supongo que por el Estado de Nevada— y la financiación. Y sobre todo es muy de suponer que la originalidad y la osadía del invento no dejaría de atraer insólitos privilegios legales y fiscales, no sé. (Todo es de oídas, no he cruzado el mar).

Aguirre está dispuesta a entregar Madrid a un millonario americano
Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Privilegios legales y fiscales son desde luego los que pide el millonario americano que anda viniendo por España especialmente en contacto con doña Esperanza Aguirre, o sea que tal vez es cierto que los tiene en Las Vegas, donde es dueño de una gran instalación. Doña Esperanza ya se ha declarado dispuesta a otorgarle la abolición de la ley contra el tabaco en sus instalaciones, lo cual es ciertamente una minucia; para eso, menos insignificante me parece acceder a su petición de que, hasta ver si el negocio se afianza, se le otorgue una rebaja fiscal en la cuantía de los impuestos con que legalmente está gravado en España el negocio del juego.

Y, por cierto, en relación con esos privilegios, ha ido a ser Javier Marías el que ha tenido el tino de reparar en lo que el propio millonario ha encarecido como contrapartida o complemento virtuoso, como a manera de álibi reparador de lo que sería el “lado oscuro” de su invento, o sea el uso lúdico, señalando la posibilidad de dignificar sus inmensos teatros y salones con un empleo enteramente moral y respetable: las “convenciones” nacionales o hasta internacionales, de ecología, de desarrollo sostenible, de neurosociología psicosomática, de pensamiento emocional-positivo, o cualquier otra de las causas nobles que preocupan hoy a la humanidad. Todo ello, claro está, siempre que pueda realmente asegurarse que no toda convención tiene que ser necesariamente un puro pavoneo de vanidades y una sesión de opíparos banquetes. Marías celebra con no poco regocijo la devoción con que Doña Esperanza se ha agarrado a este hilarante y fraudulento “buen uso” encarecido por el millonario para dorar de virtud sus privilegios. Marías se abstiene de juzgar, pero yo quiero ver ahí un claro síntoma de mala conciencia por ambas partes.

Pero vengamos finalmente a lo más grave: nada de lo hasta aquí referido tiene gran importancia; y si la tiene la pierde ante la diferencia capital entre Las Vegas (que no dejaría por eso de ser puro infierno) y lo que el millonario quiere traer a España. No la tiene, por supuesto, la condescendencia con el cigarrito, pero tampoco la condonación graciosa de una parte de los derechos fiscales con que las leyes gravan la explotación comercial del juego, ni la hospitalidad tan generosamente abierta a toda suerte de “convenciones” nacionales, internacionales y bla bla bla, bla bla bla. La diferencia capital entre lo que es Las Vegas y lo que el millonario americano pretende instalar en este país, reside en la inconmensurable diferencia entre construir una ciudad o, si se quiere, una aberración urbana, en medio de un desierto y hacerlo en los aledaños de una ciudad de cinco millones de habitantes, trátese de Barcelona o de Madrid, y en un lugar cuidadosamente elegido en cuanto a facilidades de acceso, comunicaciones tanto con el interior como con el extranjero. Frente al deliberado —y a su vez ventajoso, aunque de otro modo— aislamiento de Las Vegas, el capitalista americano ya traía elegida la abusiva ventaja de la nueva —diferente— ubicación: tener los clientes literalmente a la puerta de casa; la electricidad, que bastaría con empalmar la línea; la traída de aguas, con llamar al fontanero, etcétera. Es, por tanto, vergonzosamente abusivo que con tales ventajas todavía se permita demandar privilegios, si no iguales, análogos a los que tiene en su negocio de Las Vegas, como lo es, tal vez más aún, la ventaja que se ha tomado al elegir, de entre las naciones de “nivel europeo” (perdón por esta jerga), precisamente aquella que atraviesa una situación económica y de paro mucho peor que las demás. De entre estas, es sumamente dudoso que ninguna, del Vístula al oeste, hubiese aceptado negocio semejante. En fin, tampoco deja de ser un tanto vergonzoso que una señora tal vez un bocadinho de mais pagada de sí misma, pero con tan patriótico orgullo de acendrada españolez como para querer hacer de los toros patrimonio de la humanidad, no pueda resistir ver agitarse ante sus ojos un cheque de seis ceros sin sentirse dispuesta a entregarse y entregar Madrid y España entera a un millonario americano.

Rafael Sánchez Ferlosio es escritor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_