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EE UU se convierte en la ‘Arabia Saudí’ del gas natural

La Administración de Trump prevé elevar un 60% la producción de este hidrocarburo, lo que reforzará su influencia geopolítica

Trabajadores de Venture Global durante la visita de los secretarios de Interior, Doug Burgum, y de Energía, Chris Wright, a las instalaciones que construye en Luisiana para exportar gas natural, el pasado 6 de marzo.

Romper viejas alianzas y revolucionar el statu quo posterior a la II Guerra Mundial habría sido imposible para cualquier presidente estadounidense debido a la insaciable sed de energía de Estados Unidos. Pero la Casa Blanca de Donald Trump cuenta con una baza para mejorar su autonomía energética gracias a un hidrocarburo cada vez más crucial que sirve además para ejercer una notable presión geopolítica: el gas natural licuado (GNL).

Estados Unidos, que en un lapso de aproximadamente siete años pasó de ser un proveedor irrelevante de GNL al mayor del mundo, se dispone a ampliar su capacidad de producción en un 60% durante la segunda presidencia de Trump, según una estimación de Bloomberg. Para finales de la década, casi uno de cada tres buques cisterna que transporten este combustible provendrá de Estados Unidos, lo que le da a Trump la mejor oportunidad de alcanzar el dominio energético mundial. Una promesa que repitió durante la campaña electoral.

Paradójicamente, las políticas poco ortodoxas del presidente para distanciar a Estados Unidos de sus aliados no están perjudicando la demanda de gas natural estadounidense. Quien lo habría dicho teniendo en cuenta que en las primeras semanas de su segundo mandato buscó negociar un acuerdo de paz para Ucrania sin el apoyo de sus aliados históricos (ni tan siquiera el de Ucrania), impuso aranceles a sus socios comerciales y prometió una idea estrafalaria para solucionar la crisis de Oriente Próximo.

A pesar de todos estos pulsos, los líderes de Europa, la India y Japón han respondido con promesas de comprar más gas estadounidense. “Es asombroso pensar que el presidente de Estados Unidos no tenga que preocuparse por la energía importada cuando negocia la paz en Oriente Próximo o en el continente europeo”, reflexiona Amy Myers Jaffe, profesora de la Universidad de Nueva York, que imparte clases sobre energía y financiación climática. “Eso significa que puedes liderar esos debates desde una posición de poder”.

Trump habla con frecuencia de sus planes para aumentar la producción estadounidense de “oro líquido”, el petróleo extraído mediante fracturación hidráulica, e incluso acusó al expresidente Joe Biden de contenerse en el desarrollo del fracking por la preocupación por el cambio climático. Sin embargo, y a diferencia del GNL, la producción de crudo estadounidense solo crecerá, aproximadamente, un 2,9% este año.

Mientras, la industria del esquisto espera explotar futuras ubicaciones de perforación. La Cuenca Pérmica, la mayor cuenca petrolera del país, entre Texas y Nuevo México, podría alcanzar su pico de producción en 2028, el último año completo de mandato de Trump, antes de estancarse, según S&P Global. Asimismo, la promesa del secretario del Tesoro, Scott Bessent, de aumentar la producción de petróleo en tres millones de barriles por día como parte de su plan “3-3-3″ para impulsar la economía, que también incluye reducir el déficit fiscal al 3% del PIB y mantener el crecimiento en el 3%, probablemente solo se logrará si se mide en barriles del llamado equivalente de petróleo, que incluye el gas, dice Raoul LeBlanc, analista de S&P Global.

El petróleo “probablemente no va a crecer significativamente en el corto plazo”, reconoció el secretario de Energía, Chris Wright, en una entrevista con Bloomberg TV en febrero. Sin embargo, también señaló que la producción de gas de Estados Unidos crecerá drásticamente a corto y medio plazo. La fe gasista de la nueva Administración la resumió de forma precisa el vicepresidente J. D. Vance durante un acto de la pasada campaña electoral celebrado en Pensilvania: “En Estados Unidos estamos sentados sobre la Arabia Saudí del gas natural. Simplemente tenemos que liberar todo su potencial”.

Diplomacia

Hace 20 años, la idea de que el gas natural desempeñaría un papel aún más importante que el petróleo en los cálculos diplomáticos estadounidenses habría sido absurda. A principios del milenio, Estados Unidos tenía escasez de gas. Esta materia prima generaba menos del 15% de la energía del país, y era superada por la energía nuclear y el carbón. Incluso el entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, pidió elevar en gran medida las importaciones para abordar el déficit de suministro interno que sufría el país.

La perforación horizontal y la fracturación hidráulica o fracking, que cobraron impulso a principios de la década de 2000, cambiaron todo eso. Ambas técnicas liberaron reservas de petróleo y gas previamente inaccesibles desde Dakota del Norte hasta Nuevo México. Estados Unidos duplicó con creces su producción de gas natural, alcanzando más de 100.000 millones de pies cúbicos (unos 3.000 millones de metros cúbicos) por día, y ahora suministra el 41% de la electricidad del país.

De hecho, la oferta de gas de esquisto aumentó tan rápidamente durante los últimos 20 años que superó con creces la demanda interna, lo que provocó una década de inestabilidad en los precios que perjudicó las ganancias de las empresas productoras. La industria buscó nuevas maneras de explotar su gas, incluyendo la construcción de plantas petroquímicas para la fabricación de plásticos por toda la costa del golfo de México. Pero la clave está en exportarlo, sobre todo porque los clientes internacionales están dispuestos a pagar precios más altos.

Europa necesita un sustituto a largo plazo para los suministros rusos; Asia necesita combustible para sus economías en rápido crecimiento, y el mundo desarrollado, en general, necesita más energía para satisfacer la demanda de los centros de datos que impulsan la inteligencia artificial.

Un número cada vez mayor de empresas, incluidas Cheniere Energy y Venture Global, se han apresurado a construir instalaciones multimillonarias de licuefacción para atender el mercado internacional. Estas plantas pueden enfriar el gas natural a -160°C, transformándolo en un estado líquido que buques especializados transportan al extranjero, donde se regasifica. Ocho de estas plantas ya están operando en Estados Unidos, tres más están en construcción y varios proyectos están listos para su desarrollo a falta de que se apruebe la inversión final. Trump también intenta revitalizar un proyecto estancado desde hace tiempo: el de GNL en Alaska.

Aunque no era amigo de la industria del petróleo y el gas, Biden impulsó la agenda de GNL establecida en el primer mandato de Trump después de que Rusia invadiera Ucrania en 2022. Los suministros estadounidenses a Europa podrían reemplazar el gas que el continente transportaba desde Rusia, lo que ayudaría a privar al presidente Vladímir Putin de “la máquina de guerra”, dijo Biden. Países Bajos, Francia y el Reino Unido se convirtieron rápidamente en los mayores compradores de GNL estadounidense. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, elogió entonces a Biden por ser un socio “confiable” y dijo que la relación transatlántica era “más fuerte y unida que nunca”.

Considerado en su día como un combustible de transición para ayudar al mundo a abandonar el carbón y avanzar hacia las energías renovables, el gas natural ha resistido de forma notable los cambios en el mercado energético. La fortaleza de su demanda podría tener graves consecuencias en la lucha contra el cambio climático, que exige reducciones en todos los combustibles fósiles, incluido el gas natural, si se pretende que el mundo alcance cero emisiones netas para 2050. “Se decía que el gas natural era un combustible puente”, afirma Mike Sommers, director ejecutivo del Instituto Americano del Petróleo. “Sin embargo, está claro que el gas natural es el combustible del futuro”, advierte.

Los precios del gas natural en Estados Unidos han promediado 3,55 dólares por millón de unidades térmicas británicas (BTU) en los últimos cinco años, aproximadamente un 70% menos que la media europea, lo que proporciona a la economía americana una importante ventaja competitiva y contribuye a las políticas de Biden y Trump para recuperar la producción manufacturera estadounidense del extranjero.

“La energía es la base de toda economía, por lo que el hecho de que Estados Unidos pueda abastecerse a bajo precio y exportar cada vez más al resto del mundo es una enorme ventaja”, afirma Arjun Murti, socio de Veriten, una firma de investigación y asesoría energética. En cambio, Europa ha experimentado una fuerte tendencia a la desindustrialización, especialmente en Alemania.

El meteórico crecimiento de la industria gasística estadounidense se topó con un obstáculo en el último año de la presidencia de Biden, cuando su Administración impuso una moratoria a las nuevas licencias de exportación de GNL mientras analizaba su impacto en el cambio climático. Trump levantó la suspensión en su primer día de mandato, sin mencionar las preocupaciones climáticas que llevaron a Biden a suspender las aprobaciones. Tampoco se mencionó una frase que el anterior Departamento de Energía de Trump intentó acuñar sin éxito en 2019 para promover el GNL estadounidense frente a los suministros de Rusia y Oriente Próximo: “gas de la libertad”.

Dependencia

La expansión de la producción y las exportaciones de gas de Estados Unidos contrasta con el estado de la industria petrolera estadounidense. Si bien es la más grande del mundo, no le otorga a Trump el peso geopolítico del que gozan la OPEP y su líder de facto, el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman. Si bien Estados Unidos extrae alrededor de 13,5 millones de barriles diarios, aproximadamente un 50% más que Arabia Saudí, las perspectivas de crecimiento son limitadas: los bajos precios del petróleo obligan a los productores a reducir costes y a preservar lo que les queda de su potencial para futuras perforaciones. Pero si la industria estadounidense del gas natural continúa creciendo como se espera, este lento crecimiento del oro negro podría no ser preocupante.

Europa, que por ahora depende de Estados Unidos para el gas, tiene poco margen de maniobra. Mientras Ucrania se enfurece por la simpatía de Trump por Putin, su mayor empresa energética privada, DTEK Group, mantiene conversaciones con vendedores estadounidenses para más de un contrato de suministro de GNL.

Bajo la amenaza de importantes aumentos arancelarios estadounidenses, el primer ministro indio, Narendra Modi, está en negociaciones para comprar más GNL estadounidense para evitar los aranceles de Trump y reducir su superávit comercial con la mayor economía del mundo.

La estrategia de Trump también conlleva el peligro de alejar a algunos compradores clave. China, el mayor importador de GNL del año pasado, aceleró en febrero los aranceles de represalia del gas estadounidense en respuesta a las barreras comerciales adicionales impuestas por Washington. Y ese no es el único riesgo. Con tantas nuevas plantas estadounidenses en funcionamiento, los analistas prevén un exceso de oferta en el mercado para finales de la década, lo que podría provocar una caída de los precios.

Aun así, el GNL suele ser más caro que el carbón y no tan limpio como las energías renovables. Y, como ha demostrado China, estas dos fuentes de combustible a menudo pueden producirse localmente sin tener que depender de las importaciones. “Ningún Gobierno quiere depender de los mercados de importación, a menos que no tenga otra opción”, afirma Myers Jaffe, profesora de la Universidad de Nueva York. Durante los próximos dos años, aproximadamente, los países podrían no tener otra alternativa, añade. “Pero nos encontramos en un periodo de tanta transformación energética que, dentro de 10 años, habrá una opción. El mercado del gas natural estadounidense no es infinito”, avisa.


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