El vino español busca su sitio: cómo pasar del granel a la calidad
El sector vinícola se enfrenta a un futuro incierto marcado por la caída del consumo, los bajos precios de la exportación y la subida de costes
Los franceses, los mismos que consideran el vino como una especie de sello de civilización, están empezando a arrancar sus adoradas cepas. Los consumidores están dando la espalda a los tintos, lo que ha provocando una sobreproducción que ha afectado especialmente a Burdeos y, en menor medida a Languedoc y al valle del Ródano. De modo que el Gobierno ya ha aprobado ayudas para deshacerse de las primeras 9.500 hectáreas de viñedo, algo que comenzó a ejecutarse esta misma semana. Es un primer paso para sacar del mapa hasta 35.000 hectáreas con el fin de equilibrar oferta y demanda. La situación, recoge Les Echos, está lejos de ser pasajera: el Consejo Interprofesional de Vinos de Burdeos cree que el consumo caerá un 60% en diez años.
A este lado de los Pirineos, los productores españoles comienzan a estar preocupados. Por distintas circunstancias algunas zonas se han quedado con bastantes botellas en el almacén. Las existencias de vino envasado estaban en el mes de diciembre un 5,1% por encima del año precedente, que ya fue bastante malo, y sumaron 5,6 millones de hectolitros. En el supermercado, los datos de la consultora IRI muestran que la venta de vinos y espumosos se ha mantenido estable en valor porque las botellas son un 6,7% más caras, pero la demanda en volumen ha caído un 6,4%. Y eso que los aumentos de precio de los vinos han sido más moderados que los de otros productos alimentarios. Por si no fuera poco, la campaña de 2022, que se comenzará a comercializar este año, fue bastante abundante, sobre todo por los más de 3.000 millones de kilos de uva blanca cosechados.
Sentado delante de un café cargado, José Luis Benítez, director de la Federación Española del Vino (FEV), reconoce que muchas bodegas no han superado todavía las cifras prepanemia, y que el sector, compuesto, grosso modo, por un 75% por bodegas medianas y un 24% pequeñas, debería tomarse muy en serio lo de impulsar promociones conjuntas de vino como marca de país, y no hacer la guerra por separado. “El canal de alimentación [la venta al consumidor final] ha caído. En este contexto de inflación, la gente prioriza la compra de otros productos antes que de vino”, reflexiona Benítez. Contrapone que la hostelería nacional va bien, y la exportación, que terminó 2022 con un récord histórico con casi 3.000 millones de euros, se ha moderado un poco en los últimos meses. En Rioja, por ejemplo, la depresión del consumo en el mercado británico, donde la población acusa los efectos del Brexit, ha afectado bastante a las bodegas porque es uno de sus principales compradores.
Recortes autorizados
La legislación europea permite que las Denominaciones de Origen Protegidas (DOP) tomen medidas de contención de la oferta, pero hay un gran debate sobre cuál es la mejor forma para hacerlo. José Luis Lapuente, director general del Consejo Regulador de la DOC Rioja, reconoce que no están en su mejor momento y que barajan restar abundancia a las cosechas. “El consejo tiene unos rendimientos de referencia. Dentro del rendimiento de calidad hay unas horquillas donde puedes ser más ambicioso o menos”, explica. Pero descarta pedir incentivos para arrancar plantas como ocurre en el país vecino. “Es algo que no se ha puesto encima de la mesa. Rioja no está en la situación de Burdeos, en 2022 hemos comercializado 343 millones de botellas, una cifra bastante respetable, y en el mercado nacional hemos obtenido un moderado crecimiento del 0,2%”. Recuerda que a comienzos de la década del 2000 se primó el arranque de viñedo nacional, “pero es una medida muy simplista. En España, por ejemplo, hay un 10% de viñedo menos que hace 20 años, pero en términos de producción estamos en cifras similares. Eso te demuestra que no es algo tan automático”, razona.
Benítez también pone pegas a las medidas más radicales, sobre todo si se financian con fondos públicos que podrían restarse de otras partidas más necesarias. “Las ayudas de Bruselas canalizadas por la Política Agraria Común [PAC] generan valor, ayudan a la renovación de explotaciones y a la promoción”. Mermar parte de las existencias permitiría conseguir un stock más equilibrado frente al vino comercializado cada año, algo por lo que suspiran muchos profesionales, porque probablemente impulsaría los precios al alza. Pero los problemas nacionales no tienen tanto que ver con un desajuste puntual como con factores más lejanos y estructurales. Y las soluciones son bastante más complicadas que destruir unos cuantos racimos.
España, junto a Italia y Francia, está entre los tres mayores productores mundiales, con posiciones que varían según el año. En la última campaña fueron 35 millones de hectolitros para un consumo interno que no llega a los diez millones. En la elaboración participan en torno a unas 4.000 bodegas, incluyendo cooperativas responsables de donde procede el 60% de los vinos, según un estudio de AFI. La mayoría del vino que sale de los depósitos del país se destina a graneles que se venden a un precio medio (dato de 2022) de 46 céntimos por litro, sobre todo a Francia, Italia y Alemania. Por cada euro de demanda se generan 1,75 en valor añadido.
“Para ser una potencia histórica en la producción de vino seguimos vendiendo muy barato y seguimos teniendo una gran dependencia del granel”, resume Juan Manuel Bellver, director de Lavinia España, que tiene una de las tiendas más exclusivas y de mayor catálogo de Madrid. El precio del vino envasado está en 2,7 euros por litro de media, y en 4,63 euros para vinos tranquilos (sin burbujas) con Denominación de Origen Protegida (DOP). El consumo interno, además, lleva una década sin apenas cambios, por debajo de los diez litros por persona y año, frente a los 22, por ejemplo, de la todopoderosa cerveza. “Donde tenemos que hacer el esfuerzo es en la tienda, en el valor de nuestro producto” insiste una y otra vez el director de la FEV. Señala que por van por buen camino las promociones del ICEX, “que tiene un empeño en hacer cosas coherentes pensando en el medio y largo plazo”, y pone de ejemplo la creación de sellos de calidad como Restaurants from Spain o la promoción conjunta del vino nacional. Pero levantar la marca no se hace ni en uno ni en diez años. Francia, recuerda, abrió su primera oficina de promoción en China en 1945, en tiempos de Mao.
En el mercado interno, acercar el vino a las nuevas generaciones es una tarea que se antoja complicada en un país que se identifica más con salir a tomar unas cañas y donde el paro juvenil es el enemigo número uno. El vocabulario que los profesionales suelen utilizar para describir el vino, que a veces se parece al argot de una secta de lunáticos, tampoco ayuda a derribar barreras. La dicotomía comercial que reina en las barras de los bares lleva a muchos consumidores a pedir invariablemente un rioja o un ribera y cierra los ojos a otras zonas que también tienen vinos de calidad. Y la evidencia científica de los daños perjudiciales del alcohol inciden en que la moderación sea una recomendación cada vez más extendida, lo que aboca al sector a un futuro tirando a gris en lo que a aumento de demanda se refiere, por mucho que defienda los beneficios de una copa de vino con las comidas.
Javier Moro, presidente de Bodegas Emilio Moro (Finca Resalso, Malleolus, La Felisa), que comercializa entre todas sus marcas unos cuatro millones de botellas, cree que el sector tiene que afrontar esa caída del consumo trasladando el producto a los rangos de mayor valor. “Nosotros estamos facturando un 17% más con esa orientación de hacer vinos con una relación calidad precio excelente, pero observando muy bien las tendencias”. Pero hacerlo globalmente, reconoce, es costoso. La coyuntura tampoco ayuda, y solo las empresas que se lo pueden permitir evitan subir demasiado los precios a costa de penalizar sus márgenes comerciales. Felix Solís, director de Expansión y Marketing de Félix Solís Avantis, uno de los tres mayores grupos del país junto con Freixenet y García Carrión, cerró el 2022 con una facturación de 360 millones y unos 300 millones de botellas vendidas. “Las ventas han crecido un 15% y el volumen un 5%, pero la rentabilidad de la empresa ha caído un 25% porque no hemos sido capaces de trasladar la subida de costes a los clientes”, reconoce. El vidrio se ha disparado y los bodegueros tienen pocas o ninguna alternativa para cambiar de envase. El corcho, el material de empaquetado, el precio de la uva y el transporte han hecho el resto.
Guillermo Penso, ingeniero de Telecomunicación que dirige la bodega familiar navarra Otazu, comparte una reflexión similar: “Hay una incapacidad en el sector de trasladar la subida de precios al consumidor en un país muy acostumbrado a precios accesibles, donde las peleas son de céntimos”. Este 2023 ha arrancado con nuevas alzas del precio de las botellas, lo que fuerza a que los compradores se pasen a calidades inferiores si quieren seguir disfrutando del vino. “Si analizas los datos de las DOP, los litros sin vender se pueden convertir en un problema serio”, añade Penso. No parece que sea su caso: exportan el 85% de sus vinos.
En cambio otros productores de calidad, como el grupo Alma de Carraovejas (Pago de Carraovejas, Ossian, Viña Meín), tienen en España la mayoría de sus clientes. Pedro Ruiz, su consejero delegado, firmaría por repetir un año tan bueno como el 2022. “Nos resulta difícil atender la demanda y no queremos producir más, así que trabajamos con cupos. Creemos que es la mejor forma de adaptarnos”. Unos cuantos bodegueros juegan en esa otra liga, la de los vinos muy posicionados, más valorados por el consumidor y mucho mejor pagados. Es un universo en el que flota la ilusión de escasez, donde los cupos, que antes solo usaban grandes casas como Vega Sicilia, están a la orden del día. “O produces más o tratas de posicionar los vinos hacia arriba, y es lo que hemos hecho nosotros, invirtiendo en viña, mejorando la calidad”, apoya Ruiz. Sus bodegas, radicadas en varios puntos de España, despacharon entre noviembre y diciembre la mayoría de su producción.
Uva airén
En el otro extremo está el agricultor. La uva airén, la más producida en España y una de las más cosechadas en el mundo, se pagó a unos 17 céntimos en la última campaña en La Mancha, unas 2,8 pesetas de las antiguas. “Porque hablamos en pesetas. Solo con eso ya te haces una idea de lo que pasa aquí”, ilustra desde Asaja José Ugarrio, su responsable de viticultura. Desde el punto de vista del agricultor, dice, la viña cada día resulta un peor negocio. “Año tras año la superficie de viñedo va bajando”.
Hay unas 955.000 hectáreas en producción y el 47% están en Castilla-La Macha: “Hace 30 años eran 1,5 millones. Si bien se va incrementando la producción, cada vez son más los cultivos de secano permanente, por la falta de agua”. Los graneles, una parte importante de los ingresos del sector, dejan sin embargo poco dinero en la cuenta de los viticultores, y más ahora, cuando el precio del kilo no se actualiza con el IPC. “En cambio sí se han encarecido el gasóleo, los fertilizantes… no se cumple la ley de la cadena agroalimentaria, que te dice que ningún eslabón puede pagar a otro el precio del producto por debajo de los costes de producción”. La norma, sin embargo, tiene más agujeros que un queso gruyere, porque los costes de producción son difíciles de cuantificar.
Puede que una familia no deje de comprar huevos, pero quizá sí abandone el vino. Además, si los vecinos franceses arrancan miles de hectáreas también dejarán de demandar tanto granel español, razonan desde el sindicato agrario, que la semana pasada participó en una tractorada en La Rioja. El ministerio ha aprobado ayudas para incentivar la cosecha en verde la próxima campaña, y casi todas las comunidades productoras, salvo algunas excepciones, tienen previsto sumarse a la medida para aligerar las vides de fruto de cara a la campaña 2023-2024. Otra de las posibles alternativas sería destilar para eliminar el excedente, pero eso puede presionar los precios a la baja.
No todo el mundo está de acuerdo en ver dificultades en el panorama. Félix Solís cree que la industria está cambiando, moviendo granel hacia el vino envasado y creando marcas más potentes que empiezan a ser una referencia, en especial en el vino varietal, “que ha subido un 12% en valor y un 7% volumen y tiene un gran potencial en vinos de calidad media”. En los segmentos más altos y en el canal de hoteles, restaurantes y cafeterías, la vuelta del turismo hace que, en muchas ocasiones, falte vino. Y en el plano de la comercialización, el bum de la venta por internet que se desató en la pandemia comienza a perfilar a claros ganadores. “Los supermercados también han mejorado, tienen departamentos de productos de compra que cuidan la gama”, valora el director de Lavinia. Otro tema es que las empresas se tomen en serio el márketing, la exportación y las ventas, como les ocurre a muchas pequeñas bodegas que han dejado de invertir o que no tienen sucesores claros. Hay, además, destellos interesantes que hacen que los consumidores empiecen a reconocer el valor de variedades como godello, garnacha o mencía. “El consumidor quiere vinos más frescos, afrutados… pero eso no quiere decir que sean baratos. Ahí está el quid, en defender el valor”, concluyen desde la Federación Española del Vino.
El cambio climático llega al paladar
La tendencia es innegable, por mucho que algunos bodegueros se empeñen en verlo como un simple ciclo. Años como el pasado, que fueron extremadamente cálidos, están cambiando el mundo del vino irremediablemente, y España es un país candidato a sufrir consecuencias dolorosas. La mayoría de las regiones vitivinícolas del mundo se encuentran en áreas donde las temperaturas promedio oscilan entre los 12 y los 22 grados durante la temporada de crecimiento de los racimos. Un estudio, recogido por The Economist, describe que estas se encuentran en latitudes de 30 a 50 grados. Sin embargo, a medida que el planeta se calienta, las bandas se están moviendo hacia los polos y en el caso europeo, desplazarán la frontera norte del cultivo de la vid entre 20 y 60 km cada década de aquí a 2050.
Uvas con más sol generan más azúcares y contenido alcohólico tras la fermentación, lo que deriva en vinos más pesados y desequilibrados. “Pero la gente quiere tomar vinos más livianos, suaves, son tendencias incompatibles”, valora el responsable de Bodegas Otazu, Guillermo Penso. Eso abre la mano a aumentar las correcciones de azúcares y acidez. Una vendimia normal en Ribera del Duero empezaría el 25 de septiembre: “El año pasado empezamos el día 13”, recuerda Javier Moro, de Bodegas Emilio Moro. Los años de calidad más o menos se repiten, pero está claro que hay un cambio climático que adelanta vendimias, que produce temperaturas más extremas”.
En todas partes se estudia la utilización de variedades híbridas, más resistentes pero que ofrecen peores calidades. Los tipos de poda, los reinjertos, los riegos de apoyo, limitar el clareo de hojas o las mallas para sombrear la viña son herramientas al alcance de los viticultores, pero falta formación, creen en el sector, para que los nuevos usos lleguen a todos los rincones. También son una buena idea las plantaciones a mayores alturas, en laderas que antaño se consideraban peores para el cultivo por el frío o la sombra, lo que a su vez resta valor a parcelas con mayor exposición al calor extremo. En Pirineos, por ejemplo, hay una eclosión de pequeñas bodegas en la comarca del Pallars Jussà que buscan resguardarse de la variabilidad térmica. “Si no tomamos serias medidas de mitigación y adaptación nuestro viñedo va a sufrir en muchas zonas de España. Especialmente en la cuenca Mediterránea y en el sur”, alerta la FEV.
Felix Solís, director de Expansión en el grupo del mismo nombre, recuerda que antes, las subidas o bajadas de temperatura eran suaves, pero ahora han visto en La Mancha picos de hasta 50 grados con pérdidas de un 30% de las cosechas. El problema, apuntan desde la DOC Rioja, es que las medidas que se tomen lleguen a cambiar el perfil organoléptico de los vinos: “De ese modo estaremos ofreciendo cosas distintas de lo que el consumidor espera. Hay una caracterización de atributos de la uva que no se puede sacrificar”.
Respetar el viñedo tiene su parte positiva y negativa para el bolsillo de los empresarios. El impacto en la naturaleza está motivando que más y más viticultores dejen de torturar los suelos con fitosanitarios y avancen hacia una agricultura más respetuosa, un camino que otros países, como Francia, llevan décadas recorriendo. La viticultura regenerativa persigue darle la vuelta a todas las transformaciones dañinas de los agricultores haciendo que la tierra recupere la vida perdida y aumente así su capacidad de captar carbono y reducir su concentración en la atmósfera. Eso, a su vez, ayuda a fomentar un enoturismo más consciente con los valores naturales y culturales de cada territorio. Pero todo tiene un peaje. Los rendimientos por hectárea bajan, las cosechas se vuelven menos predecibles, la labor en bodega se tensa.
Molinos y paneles
Otras circunstancias que también tienen que ver con el clima cercan el viñedo. Don Quijote luchaba contra los molinos pensando que eran criaturas viles y cobardes. Los bodegueros, en un manifiesto común publicado el verano pasado, apuntaban a una amenaza similar: “La proliferación descontrolada de proyectos desproporcionados de producción de energía”. Las energías renovables sin control, creen, pueden poner en peligro el entorno agrario. “Fotovoltaicas que ocupan centenares de hectáreas, grandes instalaciones eólicas, con aerogeneradores de 200 metros de altura, nuevas explotaciones ganaderas que generan malos olores que pueden afectar a los vinos o polígonos industriales de gran impacto”. Los paneles o los molinos, quizá, sean más rentables para los viticultores con precios de la uva bajos. El equilibrio, en resumen, solo puede darse con cesiones por todas las partes. En España, como describe el ingeniero Pedro Ballesteros en su libro Comprender el vino (Planeta Gastro), “el buen vino es un país en reconstrucción”.
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