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La economía alemana se contrajo un 0,3% el año pasado y aumenta la incertidumbre sobre el crecimiento en 2024

Las ventas minoristas, las exportaciones y la producción industrial alemanas cayeron por culpa de los elevados costes de la energía, la débil demanda mundial y los altos tipos de interés

Elena G. Sevillano
Trabajadores de Volkswagen en la cadena de montaje del modelo eléctrico ID.3 en Dresde, Alemania, en una imagen de archivo.
Trabajadores de Volkswagen en la cadena de montaje del modelo eléctrico ID.3 en Dresde, Alemania, en una imagen de archivo.MATTHIAS RIETSCHEL (REUTERS)

Alemania no carburó el año pasado. Su producto interior bruto (PIB) cayó un 0,3% interanual, ha anunciado este lunes la Oficina Federal de Estadística con datos preliminares. Y, según los economistas, las perspectivas para este año tampoco son muy halagüeñas: algunos institutos y analistas temen un crecimiento cero (estancamiento) e incluso un nuevo descenso de la producción económica también en 2024. En 2022 la mayor economía europea había crecido un 1,8%. La caída interrumpe el proceso de recuperación que había experimentado Alemania después de la crisis de 2020, que provocó que el PIB se redujera un 3,8%.

“El desarrollo económico general de Alemania se estancó en 2023 en lo que sigue siendo un entorno marcado por la crisis”, ha asegurado la presidenta de Destatis, Ruth Brand, durante una rueda de prensa en Berlín. Las ventas minoristas, las exportaciones y la producción industrial alemanas cayeron el año pasado. Los hogares se vieron afectados por el aumento del coste de la vida, mientras que el sector manufacturero se resintió de los elevados costes de la energía, la débil demanda mundial y los altos tipos de interés. No por esperada es la noticia menos negativa: Alemania se ha convertido en la única gran economía de la OCDE que acabó en crecimiento negativo el año pasado.

“A pesar de los recientes descensos, los precios se mantuvieron altos en todos los niveles, lo que frenó la economía. A ello se sumaron unas condiciones de financiación desfavorables debido al aumento de los tipos de interés y a la menor demanda de Alemania y del extranjero. Como resultado, la recuperación de la economía alemana de la profunda caída en el año 2020 por el coronavirus no ha tenido continuidad”, ha añadido Brand.

La caída del consumo privado es una de las claves que explican los datos del año pasado. Muchos alemanes redujeron sus gastos ante el aumento significativo de los precios. Según datos preliminares la tasa media de inflación durante 2023 fue del 5,9%. Una cifra muy alta pese a haber mejorado la del año precedente. En 2022 la inflación se situó en el 7,9%, la más elevada de la historia alemana de posguerra, con los precios de los alimentos y los carburantes disparados. El gasto público cayó un 1,7% según los datos de Destatis.

“Lo peor es que no se vislumbra un repunte inminente y la economía parece abocada a atravesar la primera recesión de dos años desde principios de la década de los 2000″, escribe Carsten Brzeski, jefe de Macroeconomía de ING. “Algunos se consuelan con el hecho de que la economía solo está estancada y ha evitado una recesión más grave. Y, en efecto, las cosas podrían haber ido peor. Pero esto no debería ser motivo para la autocomplacencia. Al contrario, aunque lo peor parece haber quedado atrás, la dura realidad económica no tiene buena pinta”, añade en un comentario publicado este lunes.

Pese a que ya hay quien advierte de que el año que empieza podría registrar de nuevo descenso, la mayoría de los institutos económicos creen que la economía alemana volverá a crecer el primer trimestre y que ese crecimiento se mantendrá. La última previsión del Insituto Ifo, por ejemplo, señala que el PIB para 2024 crecerá un 0,9%. El Gobierno de Olaf Scholz estima que el PIB crecerá un 1,3% este año, una previsión optimista si se compara con la de la Comisión Europea, del 0,8%, a la zaga de la eurozona.

Entre quienes no descartan un nuevo descenso del producto interior bruto está el Instituto de Macroeconomía (IMK) de la fundación Hans Böckler, que culpa al freno de la deuda, el límite al endeudamiento recogido en la Constitución alemana. Para la organización, vinculada a los sindicatos, este límite está dificultando inversiones decisivas en transición energética e infraestructuras. Una sentencia del Tribunal Constitucional del pasado 15 de noviembre ha obligado al Gobierno de coalición que encabeza el socialdemócrata Olaf Scholz a recortar miles de millones en el presupuesto de 2024 y ha reducido el margen financiero. También el Instituto de Economía Alemana (IW), vinculado a la patronal, prevé que la producción económica disminuirá este año y que el PIB caerá un 0,5%.

Cada vez son más las voces que piden una reforma del freno de la deuda, pero el ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, se mantiene firme en la defensa del límite al endeudamiento, que restringe el déficit público al 0,35% del producto interior bruto. El Gobierno declaró la emergencia tras la pandemia y suspendió la aplicación del freno pero como no se gastaron todos los fondos destinados a luchar contra los efectos de la covid-19, 60.000 millones de euros fueron desviados a un fondo para el clima y la transformación energética (KTF, por sus siglas en alemán). Esa es la maniobra que fue declarada inconstitucional por el tribunal de Karlsruhe y que provocó un descuadre de las cuentas públicas que todavía no ha podido corregirse.

Las protestas de estos días de los agricultores alemanes se encuadran en ese contexto: entre los recortes a los que obliga la necesidad de compensar la falta de miles de millones de euros se encuentra el del diésel agrícola. La decisión del Gobierno tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales de acabar con esta subvención de forma gradual hasta 2026 ha despertado las iras del sector, aunque los recortes afectan a todas las áreas, incluidas las sociales.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.
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