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Jaime Martorell: “La dependencia de los chips de Asia era un riesgo para Europa y EE UU”

El comisionado del PERTE de semiconductores ve una competencia feroz entre Estados por atraer fábricas de esta tecnología, pero se muestra convencido de que España logrará una o dos plantas

Jaime Martorell, comisionado del PERTE de los chips, en la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales, el pasado jueves.
Jaime Martorell, comisionado del PERTE de los chips, en la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales, el pasado jueves.Samuel Sánchez
Álvaro Sánchez

Jaime Martorell tarda 10 minutos en desgranar su currículum. A sus 68 años, este barcelonés es un hombre experimentado. Aterrizó en Silicon Valley en 1978, cuando las dimensiones del ecosistema tecnológico eran mucho más modestas. Con unos estudios de ingeniería de telecomunicaciones y un MBA cursados en California bajo el brazo, su primera experiencia fue en Mountain View —donde 26 años más tarde se instalaría Google—, para trabajar en Fairchild Semiconductor, por entonces la firma referente en microelectrónica. Sería el inicio de una larga carrera en la que llegaría a presidir Motorola España, ser consejero delegado de Amper, directivo de ONO, y fundar diversas compañías, por citar solo algunas de sus ocupaciones. Su último proyecto, desarrollar tests para detectar la covid, le había llevado a Reno (Nevada), cerca de donde empezó. Ahora está de vuelta. El Gobierno le ofreció la plaza de comisionado especial de microelectrónica y semiconductores, el largo nombre con el que se conoce a la persona que debe convencer a las empresas de chips de que instalarse en España es una buena idea. Y aceptó.

Su nuevo cometido no es sencillo. Martorell, que concede su primera entrevista tras asumir el puesto, reconoce que la competencia con otros países por atraer fábricas es feroz, en un momento en que tanto Europa como EE UU están volcando cuantiosos recursos para reducir la dependencia de Asia en unos componentes fundamentales para fabricar coches, portátiles, móviles, electrodomésticos, armas y, en general, cualquier dispositivo que lleve un interruptor. Pese a la rivalidad, confía en el poder de seducción de España. “Estoy convencido de que traeremos una o dos fábricas, y que lo haremos en plazo. Y estoy convencido de que a partir de la primera vendrán más, porque una vez establecida una, tienden a multiplicarse”, explica.

Desde que llegara al cargo a mediados de junio, Martorell afirma haber visitado universidades, contactado con empresas españolas del sector, e iniciado conversaciones con multinacionales cuyo nombre no desvela por razones de confidencialidad. El gran argumento para persuadirlas tiene muchos ceros: el PERTE de los chips cuenta con 12.250 millones de euros de dinero público hasta 2027 gracias a la financiación de la Comisión Europea, el mejor dotado de los 11 contemplados.

Sin esos subsidios es prácticamente imposible conseguir que los gigantes del sector acepten instalar plantas que en el caso de las más punteras llegan a costar entre 15.000 y 20.000 millones de euros. “En una fábrica de este tipo seríamos partners. El que traería la tecnología y el know how de cómo construir y establecer la fábrica sería este socio. Lo que nosotros aportaríamos, además de las ayudas y la colaboración, sería un personal técnico que en España creo que hoy lo tenemos”, asegura.

La aclaración no es baladí. Una de las mayores preocupaciones de las firmas antes de establecerse en una u otra ubicación es saber si disponen de talento especializado. Aun cuando no necesitan de mucha mano de obra, como expone el comisionado. “Si ves los vídeos de las salas blancas de las fábricas [especialmente diseñadas para crear un ambiente determinado libre de partículas y contaminaciones], las nuevas tienen techos más altos, precisamente para que los robots puedan mover las cajas de obleas de un sitio a otro. Las plantas más recientes están casi totalmente automatizadas, hay personal que está allí para controlar que todo está bien. Programan las actividades, pero no se manipula manualmente”.

¿Por qué interesa tanto traer a esta industria si necesita de subvenciones públicas y no va a reducir el paro demasiado? “Las empresas tienen que invertir a un ritmo importante, no solo para poder mantener el paso de la evolución de la tecnología y del mercado, sino porque queremos que lo hagan aquí, en Europa y EE UU, por razones estratégicas. Para que transfieran una parte de su capacidad a Europa tenemos que complementar esa inversión. No se contratará mucha gente, pero sí personal especializado, tanto en la operación de la fábrica como en el proceso de desarrollo de las tecnologías”.

¿Y cómo serán las plantas españolas? “Fabricarán unos productos que a lo mejor nosotros consumimos en pocas cantidades. La proyección de esta fábrica será a nivel europeo o internacional. No hay ninguna en el mundo que fabrique solo para el país donde está. Es todo una complementariedad de tecnologías”.

El objetivo de Bruselas es elevar la cuota europea en este mercado del 8% actual al 20% en 2030, mientras que EE UU aspira a llegar al 30% ese año desde el 12% de ahora. “Es evidente que la fabricación de chips migró a Asia, y esta situación geopolítica debe cambiar. Tiene que haber más equilibrio. Nos hemos dado cuenta de que esta dependencia de Asia era un riesgo para Europa y EE UU”, señala Martorell.

El despertar occidental

¿Por qué nadie pensó antes en que era una mala idea deslocalizar un componente sin el cual es imposible producir artículos tan básicos? “Es un proceso parecido al que sucedió con la fabricación de otros productos. Se delegó a China, a la India, a países donde la mano de obra es menos cara. Y en ese mismo proceso delegamos la producción de chips, sin ser conscientes quizá en aquel momento de lo estratégica que era. Dos factores nos han despertado: la repentina escasez de chips, que creó una inseguridad que no habíamos vivido antes [muchas fábricas de coches incluso tuvieron que detener su actividad por completo], y el darnos cuenta de que es una tecnología estratégica en la que dependemos de unos fabricantes que no controlamos y están en una localización geográfica delicada”, afirma en referencia a Taiwán, el gran productor global, que vive bajo la amenaza latente de una invasión china.

Una de las habituales críticas a España dice que la ejecución de los fondos europeos es mejorable y puede acelerarse. ¿Existe el riesgo de que suceda también en el PERTE de semiconductores? “Imposible no hay nada”, admite Martorell, aunque puntualiza que no es el escenario que contempla.

Otros países han tomado la delantera. Intel anunció en septiembre que instalará una fábrica en la región italiana del Véneto, y antes, en marzo, comunicó un megacomplejo en Magdeburgo (Alemania), subsidiado con 6.800 millones de fondos públicos. Aun así, el comisionado calcula que la capacidad europea está lejos de alcanzar el deseado 20% con esos movimientos, y hay mucho margen para seguir abriendo factorías en Europa.

Si en el futuro hubiera acuerdo para un desembarco en España, no anticipa qué región estaría mejor posicionada. Esta industria necesita agua para funcionar, pero como recuerda, algunas fábricas de la taiwanesa TSMC y la estadounidense Intel se están instalando en Phoenix (Arizona), una zona seca, por lo que Martorell considera que esa carencia es subsanable. “No hay preferencia por una u otra región. Diría que se pueden establecer en cualquier punto de España”, zanja.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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