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me cago en mis viejos III

VEINTIOCHO

Qué hacer? ¿Continuar alimentando la historia de Carlos Cay desde mi verdadera personalidad o inventarme otra haciéndola pasar por la verdadera? La idea de construir más familias imaginarias con problemas generacionales me da pereza. La de recurrir a la auténtica, miedo. Otra posibilidad, pienso, es escribir desde ningún lugar, desde ningún nombre, desde ninguna condición, como si yo no existiera, o como si solo fuera una de esas voces que en las novelas cuentan las aventuras de los personajes y que no pertenecen a nadie con nombres y apellidos.

Una noche me acerco a la escuela donde se imparte el taller literario con la idea de hablar con el profe. Cuando estoy a punto de llegar al portal, lo veo salir y lo abordo mientras camina tristemente, como un man vencido, hacia no sé dónde. Necesito consultarte un problema, digo poniéndome a su lado. Yo no soy un asesor espiritual, dice él. Un problema narrativo, digo yo. Nos metemos en un bar donde el tío pide coñá y berberechos. Allí le confieso que soy el gilipollas de Carlos Cay y le cuento de qué modo me he quedado, de golpe, sin personajes, sin historia y cómo estoy a punto de perder el único curro que me han ofrecido en muchos meses. A lo primero no cree que yo sea Carlos Cay, continúa empeñado en que bajo ese seudónimo se esconden varios autores cortos de vista. Pero a lo segundo, cuando lo acepta como "posibilidad teórica", eso dice, se mete en la boca un berberecho y pronuncia, al tiempo de masticarlo: Mi nombre es Nadie. ¿Cómo dices?, digo. Tu nombre es Nadie, dice ahora con un sentimiento que te cagas, como si hablara de sí mismo, como si hubiera sido Nadie, sin querer, toda su vida.

Más información
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay

Me voy corriendo a los ordenatas de Zahara y busco en Google la frase de los cojones, "Mi nombre es Nadie", que me suena un huevo. Pertenece, cágate, a la Odisea, y la pronuncia Ulises para engañar a un tipo que solo tiene un ojo. Yo tengo que engañar a una multitud de lectores con dos. Pero tal vez lo que el profe me ha querido decir es que se puede contar una historia sin necesidad de ser alguien. A lo mejor, incluso, sin necesidad de existir.

EDUARDO ESTRADA

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