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Necrológica:'IN MEMÓRIAM'
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Fernando Almela, pintor

Ha muerto el pintor Fernando Almela (Valencia, 1943). Un ictus cerebral lo encamó en un hospital y allí, muy contra su voluntad porque odiaba los hospitales, ha muerto. Era un pésimo enfermo. Le cabreaban hasta la desesperación las reclusiones y en los últimos años, como para llevar la contraria a su endeblez física y afirmar lo nervudo de sus adentros, se había dedicado a viajar por todo el mundo -con cariño especial al continente asiático y a la América de antes de Colón-. Fueron expediciones cada vez más aventureras y más contraindicadas para su salud. Pero le venían muy bien a la parte voluntariosa de sus adentros y a su avidez sensorial. Diría yo que le eran imprescindibles. Porque los adentros de Fernando, repletos de exquisiteces literarias, musicales, plásticas y cinematográficas -veía muchas más películas que yo-, estaban especialmente abiertos a los colores, los sabores, las temperaturas, la humedad, la aridez y el olor de esos lugares que visitaba, después de informarse a conciencia de lo que había que ver, comer o huir en cada uno de ellos.

Conocí a Fernando Almela en la Galería Egam de Madrid, donde exponía al cuidado fraternal de su dueño, Enrique Gómez Acebo. Al principio con Alberto Solsona, su compañero, fallecido hace años, y luego solo. Los dos compartían la vida, la avidez por el conocimiento de cuanto ocurría en el mundo de la pintura y no pocas discusiones teóricas que ellos se tomaban muy en serio. También la música que sonaba ininterrumpidamente en su estudio y en su casa. Mi mujer trabajó durante muchos años en Egam y tenía un especial cariño a Fernando y a Alberto. Pasar a la amistad con ellos fue un privilegio.

De Solsona son los cuadros enormes que pinta Antonio Resines en Pares y nones, mi primera película, y una de sus últimas obras, un espléndido y terrible óleo pintado con gestos rotundos y desesperados cuando ya sabía la inmediatez de su muerte, preside la entrada a mi casa de Galicia. Paradójicamente, las formas que pueden adivinarse allí dentro aluden a algún motivo floral que añade ternura a la obra.

Almela transitó en sus sucesivas etapas como pintor entre las resonancias de lo que en cada momento más le atraía o le convencía. Eso sí, nunca cayó en imitaciones ni en tentaciones instalacionistas ni en lo conceptual neto.

Ni soy crítico de arte ni lo quiero ser. Me he acercado a la obra de Almela por el gusto de verla, de tenerla cerca, en mis paredes, y de pensarla. Lo último de él, que yo conozco, revisita a Morandi preferentemente en lo que el maestro deja aludido, confuso o confundido entre sus recipientes simplicísimos, franciscanos. Almela pinta fondos y desnudamente deja en blanco los objetos, lo sustancial tantas veces fútil y en donde nosotros proyectamos sentido acertadamente o no.

Sus obras, especialmente unos dibujos a carboncillo de exquisitez oriental en los que el claroscuro de lo vacío-lleno adquiere plenitud, se identificarían con esas imágenes que la persistencia retiniana nos deja en la cueva del cráneo al cerrar los ojos. Son algo parecido al negativo de lo que acabamos de ver, pero son ya imágenes nuestras de manera casi biológica. Almela sabría ponerles la música que merecen. Yo no.

También guisaba muy bien los arroces y cuidaba los jardines como nadie. Tenía nenúfares y tortugas diminutas y hasta hace unos días preparaba una exposición de escultura.

José Luis Cuerda es director de cine.

Fernando Almela.
Fernando Almela.JESÚS MONTEJO

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