_
_
_
_
_
Reportaje:ARTE | Exposiciones

La pintura aún da alegrías

La pintura está muerta? ¿La pintura está enferma? ¿O simplemente tiene resaca? Éstas podrían ser las preguntas a lo Rubén Darío con las que mejor podríamos responder a la instalación que Albert Oehlen ha montado en la galería Juana de Aizpuru (hasta hoy) y que tiene todo el aspecto de la habitación bohemia del artista adolescente que el propio Oehlen fue en su día en Sevilla, redondeada por su propio autorretrato tendido sobre el jergón y medio cubierto por una manta de colores muy matizados. Pero sea cual sea la respuesta que queramos dar a estos interrogantes, la paradoja la pone el vigor actual de la pintura, que, aunque sea post mórtem, resulta inocultable. Y para probarlo está la exposición de Oehlen, que representa una nueva vuelta de tuerca en una trayectoria como la suya, hecha precisamente de súbitos cambios de rumbo y de metamorfosis incesantes. La última vez que le vimos en Madrid y en Salamanca iba de virtuoso de la paleta electrónica, componiendo imágenes abstractas con pinceladas elegantes, larguísimas, vibrantes: un Parmigianino del siglo XXI. Ahora lo que nos ofrece es una serie de collages de gran formato que tienen su antecedente en los que hizo hace ya medio siglo Robert Rauschenberg y que, sin embargo, resultan completamente distintos, tanto porque las imágenes entresacadas de los diarios y de la publicidad política y simplemente comercial son de hoy día como por esa elegancia en la pincelada y en la disposición de los toques de color que me he atrevido a calificar de manierista. En estos collages de Oehlen no queda ni rastro del patetismo con el que antaño se libraron, desde la estrategia detonante del collage, las batallas contra la hegemonía cultural de la pintura de cuadro de caballete. Y menos aún ese regusto por el garabato, los monigotes y los tachones en los que aún se complace el americano Douglas Kolk, quien, en la galería Pilar Parra & Romero y bajo el título de Doom Day, expone una muestra de su trabajo reciente (hasta el 13 de diciembre).

Otra prueba e igualmente potente de cuán activa sigue la pintura la ofrece la exposición de Concha Prada en la galería Oliva Arauna (hasta el 29 de noviembre), que representa, igual que la de Oehlen, otra vuelta de tuerca, aunque distinta, por lo distintas que han sido hasta ahora las trayectorias de estos artistas. El trabajo de Prada podría calificarse como la del eterno retorno a la pintura, por la que se decidió al inicio de su carrera artística y a la que, después de marcharse de la misma, ha vuelto obstinadamente, una y otra vez, siempre experimentando con nuevos medios y recursos. Los que ha empleado esta vez pueden calificarse de extremos, porque son pinturas hechas a ciegas, en la oscuridad estanca del cuarto de revelado, donde ella se encerró por largos meses para pintar sobre pliegos de papel de copia fotosensible, con diminutos focos de luces de colores que dejaban sobre el papel unas manchas y unas pinceladas que ella, de hecho, no podía ver mientras las hacía. Sólo podía verlas después, cuando por pura intuición daba por finalizado el proceso, encendía las luces y veía qué es lo que había conseguido. Nosotros también podemos verlo ahora y aprobar o desaprobar con entera libertad esas composiciones aleatorias de trazos sonámbulos y colores intensos, desplegadas siempre sobre un fondo blanco.

El oficio de tinieblas de Prada contrasta con la plenitud solar característica de la obra pictorialista de Adrian Tyler. Bajo el título de Prohibido el paso, reúne en la galería Max Estrella (hasta el 17 de enero) dos series de fotografías en apariencia opuestas. La primera está dedicada a dos de las encarnaciones arquitectónicas actuales del poder: los pasillos del Parlamento Europeo en Bruselas y las salas de varias centrales nucleares españolas. La precisión técnica y la gélida claridad formal de estas imágenes lo dicen todo acerca de la clase de poder que se ejerce en esos lugares, mientras que el silencio y el vacío espectral de los bosques fotografiados en la otra serie remiten a la idea que, en definitiva, tienen esos mismos poderes de la naturaleza. En ambos escenarios faltamos nosotros completamente. -

<i>Rastro VIII </i>(2008), de Concha Prada.
Rastro VIII (2008), de Concha Prada.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_