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Columna
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Represtigio político

Significativamente, ciertos discursos se han callado de golpe. Aquellas afirmaciones ufanas de que los mercados eran tan sabios que no necesitaban que nadie, y menos las instancias públicas, les dijeran qué tenían que hacer ni cómo hacerlo, no se oyen más. Al menos de momento ya no se oyen. Esos discursos han sido recubiertos, tapados por el silbido que está haciendo el pinchado globo financiero al desinflarse. Acallados también por los aplausos (liberalmente unánimes) en favor del intervencionismo estatal, de las nacionalizaciones de bancos, o si se prefiere, del camión de bomberos de los estados acudiendo al rescate.

No hay mal que por bien no venga, se dice. Y quiero creer que esta crisis va a ponerle al mundo, de la manera más global, los pies en el suelo. Lo que me parece una buena noticia, porque el mundo llevaba demasiado tiempo marchando temerariamente dos palmos por encima de su propia realidad. Pero, sobre todo, quiero creer que esta crisis va a devolver a los ojos de la ciudadanía un cierto prestigio a lo público y/o político. Wall Street no volverá a ser lo que fue, se nos dice. Los mercados financieros no volverán a ser como antes, se añade. Y tal vez entre tanta proyección de futuro irreversible convendría que algo se mirara con perspectiva de pasado o que algo se pareciera un poco a lo que fue: que la política, nuevamente entendida, volviera a tomar algunas de las riendas que había ido perdiendo en estos años frente a la economía desatada, frente a ese apabullante remolino de las leyes de mercado donde estábamos perdiéndonos sin freno.

Quiero confiar en que esta crisis va a permitir que la política recupere su sitio frente al mercado

Quiero confiar en que a partir de ahora esas mal llamadas leyes van a regularse y controlarse más y mejor desde las otras leyes, las clásicas, las literales, las que en nombre de la ciudadanía votan los parlamentos. Confiar, en definitiva, en que esta crisis va a permitir que la política recupere su sitio frente al mercado solo y suelto. A permitirlo y a exigirlo, porque lo que los ciudadanos de todos los países estamos viendo y sufriendo en este momento no son tanto los efectos perversos de la codicia y del frenesí financieros como las consecuencias nefastas de haber dejado que se arrinconara o acomplejara lo político, que bajara los brazos públicos (es decir comunes) frente al empuje arrollador del capitalismo y sus discursos de lo inevitable.

Quiero no tomarme esta crisis tan a mal precisamente porque también ha puesto en crisis la noción de lo inevitable, esa idea de que el capitalismo sin fronteras y sin corazón es un destino fatal, es lo único a lo que podemos aspirar los seres humanos, mientras a la política le toca ocuparse sólo de las menudencias sociales y de las calderillas. Pues resulta que no, porque es de y en lo político donde se esperan y se exprimen soluciones cuando, como ahora, queda poco margen para la solución.

Pero, para represtigiarse, la política no tiene sólo que darle un buen repaso a los mercados financieros, sino también repasarse a sí misma, aprovechar esta crisis para romper sus propias inercias y abandonos, reconstruirse en principios, deslocalizar y rellenar con sustancia tanto discurso anclado y vacío; re-sintonizarse y reconectarse, en definitiva, con los ciudadanos que son quienes están en este momento pagando la crisis, en el doble sentido de padecer y poner la cartera.

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