_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Arrepentíos!

La última aportación de Andalucía al I+D+i es el consumidor de guardia. Un joven que pertenece a la federación de consumidores Facua nos alarma un día sí y otro también desde la televisión sobre los riesgos de consumir éste o aquel producto. Cuando no son unos caramelos chinos, es la leche en polvo o determinados juguetes que si un niño los chupa puede sufrir graves consecuencias. Es de tranquilidad saber que alguien vela por lo que consumimos y que un joven ciudadano y su red de voluntarios (seguramente subvencionados) saben de los efectos sobre la salud del más extravagante producto que haya en una tienda de todo a un euro. Es lo que tiene la sociedad de consumo de masas, que desde el más recóndito lugar del planeta nos llegan productos manufacturados sin control. Ya se sabe que muchas veces es mejor no preguntar con qué están hechos algunos alimentos, pero menos mal que tenemos a los consumidores andaluces que nos alertan sobre cualquier riesgo, desde los efectos de las hamburguesas, al calzado o a las hipotecas. Vivimos en una sociedad plagada de expertos, gente que en su infinita sabiduría nos atemorizan de manera constante o derraman sus conocimientos sobre las cosas más extrañas. Tenemos especialistas de todo tipo pero abundan los científicos, los ecologistas y los economistas. Siempre hay un tipo que hizo un máster por una universidad americana que se sabe el efecto sobre el cambio climático de la romería del Rocío o de las flatulencias del cerdo ibérico. Ya sabíamos que llevamos al mundo hacia la destrucción, pero ahora nos dan medidas en toneladas de CO2 cualquier cosa, desde la afición por el fútbol hasta la recogida de erizos en la playa de La Caleta. La ciencia ha avanzado tanto que cualquier actividad es mensurable. Está de moda el Apocalipsis, los expertos que nos cuentan lo mal que va todo, esos que llaman "profesionales de la preocupación", los que nos asustan cada mañana desde la radio, la televisión o los periódicos, los que nos cuentan lo poco que nos queda sobre la Tierra. ¡Arrepentíos, el fin del mundo está cerca! Ya sabíamos por Al Gore que si no ponemos medidas para evitarlo el mundo va a la catástrofe. Ahora por esa vía se han colado ecologistas y científicos diversos que nos auguran el Apocalipsis. Sin ir más lejos, parece que la gusana de canutillo está al borde de la extinción fruto del calentamiento del planeta, síntoma inequívoco del desastre que nos espera. Ítem más, de los cuatro linces que quedan a uno le ha dado una alferecía y en la berrea se ha visto a un ciervo afónico, síntomas de cómo el hombre se ha cargado el planeta. Vivimos con el aliento contenido.

Los economistas de guardia nos dan pruebas de lo mal que va todo. Cómo bajan las ventas de cualquier producto, prueba irrefutable de que estamos en crisis, por si usted no se había enterado. No sólo bajan los pisos, la venta de coches, aumenta el paro y el déficit público. Ahora nos cuentan también que baja el número de licencias de obras, de proyectos visados por los arquitectos, de ventas de maquinillas de afeitar y de valdepeñas con casera. Cada día tenemos un dato nuevo de que la cosa está mal. No sé si usted se habrá enterado de que estamos en crisis pero por si no lo sabe los medios de comunicación se lo recordamos con nuevos datos a cada momento, para que usted sepa que el Nikkei, el Ibex y el Dow-Jones van fatal. Menos mal que cerró el Bolsín de Sevilla, que si no le daríamos un giro andaluz al crash mundial. En cada esquina nos espera el experto con un micrófono. Eso sin contar con la tradicional encuesta en la calle Sierpes donde el pueblo soberano confirma lo que ya sabíamos con el gracejo popular: que la cosa está cortita y la de Ubrique en las últimas. Si usted no lo sabía, se lo recordamos a cada momento no vaya a ser que le entre un peligroso ataque de optimismo. Así que ya saben ustedes que entre el consumo irresponsable, el CO2 y las subprime, como cantaba el Masa en Tres Notas Musicales "está la cosa chunga".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_