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Reportaje:TOUR 2008

Las primarias de Riis

El director del CSC solucionó la cuestión del liderazgo en el equipo con un método tan heterodoxo como extrañamente efectivo

Carlos Arribas

Termina Carlos Sastre de brindar al cielo su Tour y ya está Bjarne Riis corriendo como un loco, 400 metros con obstáculos alrededor de la cerca que delimita la meta. En la vida se le ha visto así al gran danés, tan hierático siempre y ahora despendolado, la enorme mandíbula batiendo al ritmo de las zancadas en expresiva mueca de alegría. Si hasta a la carrera da la mano, sudorosa, ardiente, a extraños a los que no saluda nunca... Lo que cambia ganar un Tour. Lo que supone no haber perdido un Tour en el que, finalmente, el único rival era su propio potencial: como si alguien con el mejor coche de lejos no fuera capaz de manejarlo para ganar el gran premio.

Doce años después de ganar su Tour como corredor en el que debería haber sido el sexto Tour de Miguel Indurain -una victoria a la que después renunció simbólicamente confesando que la había conseguido bajo la influencia de la EPO-, Riis ha logrado el mismo éxito como director -y es el primero de la historia que lo consigue-, un objetivo que perseguía desde que a comienzos de siglo montó el CSC. Lo intentó antes con Tyler Hamilton, un ciclista norteamericano que le levantó a Lance Armstrong y que lo único que le dio fue grandes titulares aquel año que terminó la grande boucle con la clavícula rota.

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Se lo quitó de encima con el tiempo justo para librarse de su positivo y se encomendó a Ivan Basso, un italiano que sí que fue atrapado por la lucha antidopaje justo el año en que la retirada de Armstrong le había dejado libre el paso. Y, cuando estaba dispuesto a encomendarse al tremendo talento, aún virgen en el Tour, del joven Andy Schleck, apareció en su retrovisor el rostro seguro de Sastre. "Este año quiero el equipo a mi disposición", le dijo el de El Barraco en noviembre pasado. "Llevaba años esperando este momento", le respondió Riis; "por fin has dado el paso que debías". Y ése era el plan. Y hasta antes del Tour los hermanos Schleck, promovidos al nivel estelar por los medios del ciclismo, ávidos de caras nuevas que permitieran pasar la página del pasado, siempre repetían que el líder del equipo era Sastre. Pero la dramaturgia del Tour quiso ser diferente.

Apoyados en un trazado que dejaba lo más duro para los últimos días, en la indecisión del jefe danés, heredero de Hamlet en cierto modo, que prefirió llevar la carrera amarrada en nombre del equipo, y en su frescura de piernas y calidad, los hermanos Schleck, hechos uno en el mayor, Frank, consiguieron el liderato. Le plantearon un problema tremendo a Riis, inmovilizado en su táctica de ataque a la defensiva y que no quiso ni aprovechar el hecho de que Andy, el más fuerte del Tour, fuera de combate precisamente por su terrible compañero Voigt en el Tourmalet, podía atacar desde lejos en los Alpes, desnudar a Evans y romper la carrera. Ante ese movimiento, que los más tradicionalistas y amantes del espectáculo se pasaron medio Tour reclamando, Riis recurrió a una solución heterodoxa: organizó unas primarias en el equipo: el que mejor marchara en Alpe d'Huez, Sastre o Frank, sería el líder. Por suerte para Riis, ganó Sastre -ayer, recuerden, dobló a Frank, partido tres minutos antes- y, por fortuna, no sólo no se dejó energías en la campaña interna, sino que se hizo aún más fuerte, tanto como para derrotar al candidato del equipo rival en las definitivas.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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