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Columna
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Crisis 2

Enrique Gil Calvo

La apoteosis de Zapatero escenificada en el congreso socialista no ha logrado ocultar la preocupante impresión que causó el presidente del Gobierno en el debate parlamentario sobre la marcha de la crisis. Como se temía, se negó a reconocer la realidad, resistiéndose a asumir la auténtica gravedad de los hechos. Lo de menos es su empeño supersticioso en evitar la palabra crisis para no mentar la bicha, lo que revela una creencia irracional en el pensamiento mágico, como si quisiera decir "Crisis, esfúmate" al estilo del "Sésamo, ábrete". Pues por malo que sea ese lapsus semántico resulta mucho peor su porfiada persistencia en el error tanto de diagnóstico como de pronóstico.

Comencemos por el errado diagnóstico. Es verdad que estamos ante una crisis global causada por la caída de los mercados hipotecarios y financieros y por la crecida especulativa de los mercados energéticos. Pero eso sólo explica la mitad de la crisis española, cuya etiología presenta dos componentes que se realimentan entre sí. Además de esa crisis externa, aquí somos víctimas también de una crisis endógena, causada por la caída del mercado inmobiliario tras el estallido de su burbuja especulativa. Esta otra es una crisis exclusivamente local, análoga a la irlandesa o británica, pero cuya magnitud absoluta es incomparablemente mayor, habiéndose estimado en el 12% del PIB de la eurozona. Lo cual invalida la supuesta solidez y fortaleza de nuestra economía, tal como presume Zapatero. Por el contrario, estamos afectados por un cáncer que ya se venía larvando desde hace años, y cuya destructiva metástasis es de naturaleza tanto económica (improductividad y baja competitividad de nuestro modelo de crecimiento) como política (corrupción municipal y autonómica) y ecológica (degradación del suelo por hipertrofia urbanística). De ahí que para luchar contra la crisis estamos en peores condiciones que el resto de Europa.

Y de estos dos componentes de la crisis española, que fortuitamente han venido a coincidir en el tiempo, el interno es mucho más preocupante que el exterior. En efecto, la crisis global podría agotarse en breve plazo, pues responde a la gran elasticidad de unos mercados tan volátiles como son los financieros. Así que, durante la segunda mitad de esta legislatura, esa crisis externa ya estará probablemente superada. Mientras que, en cambio, el mercado inmobiliario es de ciclo mucho más largo. Entre nosotros su fase alcista se inició en 1997 y alcanzó su cénit en 2005, comenzando a declinar sólo a finales del año pasado. Es verdad que su caída está siendo tan intensa que podría tocar fondo a corto plazo, en el próximo invierno o en el siguiente. Pero su recuperación al alza tardará bastante más, ya que para vender el stock de millones de viviendas excedentes hacen falta muchas primaveras, llevándonos más allá de las próximas elecciones generales.

Y entretanto, cambiará el clima de opinión de la población española. Venimos de un ciclo de doce años de vacas gordas donde todas las expectativas económicas y sociales apuntaban cada vez más alto, al compás del efecto riqueza creado por la constante revalorización de los patrimonios inmobiliarios. De ahí el alegre consumismo rentista de una sociedad de pequeños propietarios que contrataban inmigrantes para dejar de trabajar mientras ostentaban su arribismo de nuevos ricos. Pero tras el fugaz fin de fiesta del campeonato futbolístico, todo ese clima pujante se vendrá abajo para ser sustituido por una atmósfera depresiva de quiebra, empobrecimiento y ruina creciente. Pues lo malo no es sólo la coyuntura, con su constante goteo de cifras negativas en materia de crecimiento, desempleo, inflación y morosidad. Sino que aún es peor el sombrío horizonte que se vislumbra ante la continua desvalorización de los patrimonios mobiliarios (fondos de pensiones e inversión) e inmobiliarios (viviendas y segundas residencias). Si hasta el invierno pasado parecía que cada vez íbamos a más, hoy en cambio nos parece que vamos de más a menos: de mal en peor.

¿Qué se puede hacer? No mucho, la verdad, al margen de aplicar paños calientes para paliar los peores daños colaterales. Y no se puede hacer mucho porque ahora ya es demasiado tarde, pues para anticiparse y prevenir la esperada llegada de la crisis habría sido preciso intervenir mucho antes. En cuanto Zapatero llegó al poder, tendría que haber cambiado el modelo especulativo de crecimiento inmobiliario impuesto por Aznar para sustituirlo por otro más productivo, eficiente, innovador y competitivo. Pero nada se hizo entonces, durante la bonanza que presidió la anterior legislatura, y ahora todo es mucho más difícil porque la crisis se nos ha echado encima. Por eso sólo queda apretarse el cinturón y hacer de necesidad virtud, tratando de reconvertir la economía especulativa desde sus propias ruinas.

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