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Columna
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María Antonieta, Grace, Carla

Josep Ramoneda

Mientras Carla Bruni va ganando puntos en la opinión pública francesa, coinciden en París dos exposiciones de gran éxito de público sobre dos figuras del universo de las realezas: María Antonieta y Grace Kelly. Cualquiera que conozca el proceso de producción de este tipo exposiciones sabe perfectamente que ambas tenían que estar programadas mucho antes de que la cantante italiana se enrollara con el presidente de la República. No se puede establecer, por tanto, una relación directa entre ellas y este nuevo episodio de un tema tan clásico como la irrupción de una extraña en palacio. Pero nos hemos acostumbrado a dar sentido a las casualidades, convencidos de que hay hilos más o menos escondidos que mueven los azares.

Podría pensarse que en París se están dando signos de ablandamiento de la cultura republicana

Carla Bruni aparte, no deja de ser curioso que dos reinas sean protagonistas de una primavera parisiense con mucha agitación social y con el despido de Patrick Poivre d'Arvor, el presentador estrella de la televisión francesa, primera víctima mediática de la mala imagen de Nicolas Sarkozy. ¿Por qué el alcalde Delanoe, figura ascendente de un partido socialista en crisis, ha cedido el Hôtel de Ville para una exposición de exaltación de la glamurosa figura de la princesa de Mónaco? ¿Qué significa esta recuperación de María Antonieta poco menos que convertida en protomártir de la revolución de las costumbres? Podría pensarse que en París se están dando signos de ablandamiento de la cultura republicana. Y que la presencia de estos dos iconos de la cultura coronada sintoniza perfectamente con los intentos de Sarkozy de desmitificar algunos pilares del republicanismo o de reconstruir una cultura cortesana de nuevo cuño, en que los propietarios de los grandes medios de comunicación hacen las veces de los antiguos aristócratas. Pero creo que lo que más se corresponde con los signos de los tiempos es el punto de vista desde el que están planteadas las dos exposiciones.

Tanto en María Antonieta. Una joven en la arena (Grand Palais) como en Los años Grace Kelly, princesa de Mónaco (Hôtel de Ville) la perspectiva es la imagen. La imagen de María Antonieta que, llegada de Austria siendo una niña, acaba estrellándose contra el espejo. La imagen de Grace Kelly, triunfadora en Hollywood, capaz de mutarse de estrella irresistible en princesa serena y respetable.

María Antonieta aparece como una de las primeras figuras de la historia sometidas al veredicto de la opinión pública, del que sale, como es sabido, perdedora. La exposición relata la historia de una mujer llegada del extranjero para ser reina, que se siente encandenada por las rigideces de Versalles y convierte el Petit Trianon en un espacio de creatividad y de libertad. Esta dimensión de mujer libre es el argumento que legitima su recuperación parisiense. Pero la exposición sobre todo es una sucesión de retratos con los que la reina se muestra a los ciudadanos, en un ejercicio de imagen que no sabe modelar adecuadamente y que acaba volviéndose contra ella cuando se convierte en el motivo central de la prensa satírica de la época, que la convertirá en sospechosa de deslealtad, "la austriaca", despilfarradora, "la señora déficit", libertina y autoritaria, "la señora veto". Tanto énfasis en la imagen, convierte en secundaria la cuestión esencial: el proceso revolucionario que culminará en 1789 y que llevará a Maria Antonieta a la guillotina.

Desde el mismo prisma se lee la vida de Grace Kelly: una secuencia de imágenes desde la niña de una familia próspera americana hasta la estrella de Hollywood que atrae a Hitchcok y acaba en princesa. Si María Antonieta es una mujer poco habituada a la escena pública que, con su huida al Trianon, intenta escapar a las miradas curiosas, Grace Kelly había aprendido en el cine a vivir siempre de cara a la opinión. La exposición necesitaba coartada cultural: la conversión de una artista frívola de Hollywood en protagonista de las películas de un director de culto como Alfred Hitchcok es el acto que la legitima. Moraleja: cuando llega a palacio, esta mujer madura está en condiciones de adaptarse perfectamente a su nueva función. La inesperada muerte en accidente -una tragedia familiar- completa el proceso de construcción del mito.

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Todo es imagen podría ser el lema conductor de las dos exposiciones. Y es así que su coincidencia con la llegada de Carla Bruni a palacio y las convulsiones mediáticas de Sarkozy dejan de ser pura casualidad. Que María Antonieta y Grace Kelly sean protagonistas en París, al año de la elección de Sarkozy, confirma el triunfo de una gran mentira posmoderna: no hay ideología, todo es comunicación. Sobre esta falsa idea, alentada por cierto miedo colectivo a mirar de cara a la realidad, construyó Sarkozy su victoria y su posterior descalabro ante la opinión.

María Antonieta y Grace Kelly son un buen contrapunto en un momento en que Francia intenta entender los efectos devastadores de la bulimia mediática de Nicolás Sarkozy. Sarkozy se hizo omnipresente en los medios, se convirtió en omnipotente realizador de su propio espectáculo y lo pagó con la caída de popularidad más grande jamás conocida por un presidente de la República francesa.

Y en estas llegó Carla Bruni. Como María Antonieta -que llegó de niña y desde el extranjero-, como Grace Kelly -que venía de Hollywood-, es una extraña en la Corte. Su currículo está mas cerca del de la actriz que llega de América que del de la niña educada en una corte lejana. Su presencia es presentida como un riesgo permanente para el presidente, sobre todo si decide seguir con su guitarra y sus canciones. Podría parecer que las dos exposiciones muestran a Carla Bruni la disyuntiva de su destino. Como si tuviera que escoger entre la niña rebelde que nunca se adapta y acaba derrotada por la opinión, y la mujer de pasado intenso que llega para convertirse en una princesa ejemplar. En la sociedad de la comunicación, Carla está más expuesta que sus antecesoras, pero la capacidad de comprensión de la opinión pública es también mucho más grande. Y lo que más caro se paga es la doblez.

De momento, Carla Bruni gana terreno en la opinión. Quizá porque ha sabido leer las catastróficas consecuencias de la voracidad comunicativa de su marido. El problema de la imagen es que tiembla en el momento en que el desdoblamiento de la persona en la máscara con la que quiere presentarse a la opinión es tal que se pierde capacidad de gobernarla. Entonces, la imagen se adueña del personaje. Y éste acaba creyéndose sus propias mentiras, sus medias verdades. Y por lo general, la ciudadanía no tarda en darse cuenta y a girarle la cara. Es la vía por la que mueren los políticos que creen que todo es comunicación.

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