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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Sobre el arco iris

1- Hay mañanas en que uno se levanta con el pie izquierdo de lo extraño, el pie izquierdo de lo raro por antonomasia. Al principio, sólo es un e-mail que encuentras ahí, en la pantalla del ordenador:

"Me permito molestarlo por un asunto de poca importancia. En marzo pasado estuve en Granada, actuando con el grupo de Les Luthiers. Una mañana, en La Alhambra, un señor me felicitó por nuestro espectáculo, que había visto la noche anterior. Un rato después me di cuenta de que ese hombre era muy parecido a usted. Empecé entonces a buscarlo entre japoneses, sin éxito. Y me quedé con la duda: ¿sería usted o un sosias? Disculpe la molestia por esta tontería, pero después de varios meses sigo preguntándome si era o no. No es necesario que pierda su tiempo contestándome. Si no recibo respuesta, deduciré que no era. Le saluda atentamente...".

Tanto si el firmante es él mismo como si es un sosias, le ruego que me disculpe por responderle sin que sea necesario. Se lo digo ahora sin más: yo no fui, yo no era, yo no. Pero es que no. Espero haber resuelto su hamletiana duda. Y perdone por responderle públicamente, pero si usted es de Les Luthiers, apreciará que hablemos así, de forma sonora, en voz alta.

2- Al principio sólo es un e-mail a primera hora de la mañana. Luego uno se prepara para llevar a Correos varias cartas y paquetes. Hacia las diez y media, irrumpo en plena calle con gafas de sol y andar sosegado y me detengo en el primer semáforo en rojo para los peatones. A mi lado, otro transeúnte me mira con fijación absurda. No le conozco de nada. Todavía no me he enterado -voy a saberlo ahora- de que estoy en una de esas mañanas que llamo "de síndrome de pie izquierdo de lo raro" y que acabaré buscando la salvación a través de una buena siesta.

-¿Ha logrado usted alguna vez entender de qué va la filosofía?- me pregunta. Lógica perplejidad por mi parte, aunque disimulo todo lo que puedo. Me dedico a buscar la mejor forma de responder al hombre que tiene problemas con la filosofía. Parece salido de un relato raro, pero es un peatón de carne y hueso, salvo que la realidad la invente yo mismo sin darme cuenta. Me acuerdo de Unamuno, egotista ridículo que llegó a sospechar que los otros no existían, que eran sólo una invención suya para evitar la angustia que le provocaría descubrir que estaba solo en el mundo.

Esta teoría unamuniana me parece sumamente ególatra. Y, además, inaceptable. Aunque, vistas las cosas desde esa óptica, la verdad es que hay mañanas en las que todos los que se cruzan en mi camino parecen formar parte de algún extraño juego escénico y conspirativo, estar asociados en una trama como de película de David Mamet. Hay días en que todo el mundo parece haberse puesto de acuerdo para seguir las pautas de un guión de cine muy bien elaborado. Y hay días en que se ve perfectamente que las risas no pertenecen a los que ríen.

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-¿Usted no capta de qué va la filosofía? -le respondo al peatón.

El hombre no contesta. El semáforo cambia a verde, y yo no cruzo. Me quedo quieto, a la espera de que llegue el momento en que pueda decir que el peatón se ha perdido en la lejanía. Adiós al peatón de la filosofía. Inmóvil en ese cruce de calles, acuso la sorpresa de ver que la luz del día se va volviendo muy vívida y comienzo a sentirme en el séptimo paraíso. Es como si estuviera en el más allá. Sólo cuando entro en la oficina de Correos, noto que he descendido de nuevo a la Tierra. Pregunto quién es el último de la zigzagueante cola para adquirir sellos. Oigo hablar del problema del agua. Y quinta rareza de la mañana: un señor inicia un monólogo diciendo que amaba el mar, y el mar le amaba.

-Pero durante años -concluye- lo traicioné por culpa de una mujer que vivía en la montaña.

3 - "Al mediodia, al ir a proveerme de bebidas y alimentos, la chiflada del barrio me dice que el agua puede estar electrizada. No clasifico su frase como una rareza, porque la chiflada es más bien una resignación cotidiana y una costumbre. Ya en casa, me adentro en Congreso de futurología, una novela en la que se diría que su autor, Stanislaw Lem, quiere colaborar en la mañana del pie izquierdo, sobre todo cuando dice que de igual modo que se clora y hasta fluora el agua corriente, ¿qué impide a los gobiernos añadir ciertos compuestos que hagan fácilmente maleable a la ciudadanía? ¿Y por qué detenerse sólo en el agua? ¿Por qué no drogar también los alimentos? Lem hace una llamada de atención al respecto, y las conclusiones a las que llega son tan inquietantes que hasta me alegro de que haya huelga de transportes y apenas lleguen ya todos esos productos desde hace tantos años maleados.A la hora del almuerzo, llueve. En la televisión no paran de hablar de los embalses con los que piensan que nos han tenido en vilo en las últimas semanas. En realidad, es un tema político de ellos, no tiene por qué ser también un tema nuestro. "La poesía mejora los embalses", decía Vilém Vok. Me pregunto cuántos días llevamos con el tema del agua, que primero ha sido noticia por la carestía y luego por la abundancia, pero sin que hayan abordado nunca el tema oculto del agua enviciada. Sólo la siesta. Sólo ella puede rescatarme del síndrome del pie izquierdo de lo raro. Levemente narcotizado ya por el sueño, intuyo remordimientos del locutor televisivo por haber traicionado al mar. Entro en el séptimo paraíso y escucho Somewhere over the rainbow en la radio del vecino. Un mar infinitamente azul, sin cloro ni manipulaciones, con franjas plateadas que a lo lejos extienden su blancura hasta los últimos confines.

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