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Reportaje:LIBROS | Ensayo

Lo monstruoso no caduca

Dios mío, Dios mío, es un muñeco roto!", dijo la matrona tras asistir al nacimiento de los hermanos Eckhart. Las palabras iban dedicadas a John, el segundo de los idénticos que "emergió del vientre de su madre sin la parte inferior de su cuerpo por debajo del costillar". A pesar de las dificultades Mr. Johny sobrevivió y pasó a formar parte de la leyenda del cine veinte años más tarde en Freaks (La parada de los monstruos, 1932). En 1931, Tod Browning le daría la bienvenida, tras pagarle un billete de tren en primera, invitándole a sentarse a su lado durante el rodaje, cuenta David J. Skal en Monster Show. Johny habría de compartir cartel con otra serie de prodigios tales como el Príncipe Randian, un individuo sin brazos ni piernas, el microcéfalo Schlitze o las hermanas Hilton, siamesas unidas por la cadera. Browning prometió que sería "la película de horror definitiva", "pedí algo horrible, y lo he conseguido", constató el productor Irving Thalberg tras leer el guión. Esta y otras muchas anécdotas sobre los protagonistas, el proceso de producción y el escándalo que generaron películas como Freaks lo recoge Skal a lo largo de su particular historia cultural del horror, finalmente traducida al castellano en Valdemar. Asimismo coincide con la publicación de dos antologías de relatos libres sobre Drácula y Frankenstein por parte de la editorial 451, demostrando una vez más que lo monstruoso no caduca. Desde El gabinete del doctor Caligari, pasando por los cómics de terror de E. C. en los cincuenta y hasta las novelas de Stephen King, Skal incide en la estrecha relación entre los monstruos de la ficción y la realidad contemporánea, especialmente en Norteamérica. Monster Show hace hincapié en algunos momentos críticos del siglo XX y establece un paralelismo entre los horrores de la guerra y la pantalla, pero también se refiere a otro tipo de crisis y eventos como el terror generado en los ochenta por el sida y que coincidió con una presencia cada vez mayor de sangre en las pantallas.

Los monstruos aparecen y reaparecen constantemente y en cada mutación nos enseñan lo peor y lo mejor de nuestro tiempo

Freaks, a pesar de haberse convertido en una película de culto en una época más reciente, no obtuvo entonces el éxito esperado y se saltó, siguiendo a Skal, la única regla inviolable de Hollywood, la de obtener beneficios. Los personajes de Freaks eran demasiado reales, su tratamiento ambiguo entre la compasión y la explotación tampoco favoreció el éxito. Cuenta Skal que de todo el reparto tan sólo Johny Eyck, también llamado "medio hombre", y el enano Angelo Rositto "manifestaron su afecto por el director en años posteriores". No ocurrió así con los éxitos de Drácula (Tod Browning, 1931) y Frankenstein (James Whale, 1931), una pareja que demostraría a lo largo de los años su rentabilidad desde que comenzara una de las principales oleadas de terror cinematográfico en la década de los treinta y de manos de la Universal, seguidos de cerca por la momia, el hombre lobo o el hombre invisible. Fue precisamente el éxito taquillero de Drácula lo que concedió a Browning la confianza de los productores para llevar a cabo Freaks, su descalabro definitivo. La diferencia fundamental entre los clásicos monstruos de la Universal y Freaks era que estos últimos no respetaban la distancia que separaba el terror del terror-arte, imprescindible para el disfrute.

Las imágenes del vampiro en Drácula, basadas en la adaptación teatral de John Balderston y Hamilton Deane para Broadway, cuyos avatares también cuenta Skal, así como la criatura de Mary Shelley, demostraron ser siempre eficaces y mucho más rentables que Freaks, no sólo en aquellas primeras producciones sino en cualquiera de sus versiones, juntos en sesión doble o por separado. A pesar de que ambos han sido estereotipados en unas máscaras muy concretas, precisamente las que esos mismos éxitos difundieron en los años treinta a través de los rostros de Bela Lugosi y Boris Karloff, continuos ejercicios de estilo han ido versionando y recreando a esos monstruos en variaciones que han crecido en progresión geométrica, demostrando que más allá de sus disfraces de Halloween todavía están lejos de agotarse.

De un modo parecido al fanfiction, o fanfic, por el cual los fans de personajes de relatos originales continúan sus historias libremente, Drácula y Frankenstein son probablemente los personajes que más han crecido fuera de sus novelas. A menudo se afirma que Drácula nunca se ha dejado de imprimir, pero lo que es mucho más significativo es que se trata de una novela que genera nuevas lecturas en vez de agotarlas, como señala Ken Gelder en Reading the Vampire. Drácula, al igual que Frankenstein, nunca se ha dejado de reescribir, las versiones y ensayos centuplican en volumen a los originales y se extienden en un rizoma ingobernable. Lejos de lo que se suele afirmar, el poder cautivador de estos monstruos no reside en su vinculación a un supuesto "inconsciente colectivo" o a "la noche de los tiempos", sino a su fuerza como imágenes que plantean conflictos contemporáneos. El secreto de su éxito y supervivencia a lo largo de estos años reside en la capacidad de transformación y adaptación al presente. No sólo en las lecturas críticas de sus textos originales, sino a través de las continuas reescrituras y continuaciones. Los monstruos aparecen y reaparecen constantemente y en cada mutación nos enseñan lo peor y lo mejor de nuestro tiempo, sus cualidades son a menudo rasgos de humanidad exagerados, como el egoísmo del vampiro o la frustración del monstruo de Frankenstein, pero en el momento que intentamos reducirlos se escapan de sus creadores o simplemente resucitan en otro lugar.

Los dos volúmenes de reciente publicación por parte de la editorial 451 recogen algunas de estas nuevas revisiones por parte de escritores contemporáneos editados por Fernando Marías. No se trata tanto de nuevas versiones de los clásicos como los testimonios inéditos de personajes olvidados, actualizaciones de sus motivos así como de relatos que libremente evocan alguna de sus facetas. La niña que arroja margaritas al lago, en una de las escenas más memorables del filme Frankenstein de James Whale, cuenta su versión de la historia en El Lago, de Espido Freire, antes de terminar ahogada en el fondo detrás de sus margaritas. Un lúcido Rendfield, el loco al servicio de Drácula que ha sido interpretado por Klauss Kinski o Tom Waits, se hace de rogar ante un psicólogo en busca de información en Vampiros en Weimar de Ricardo Menéndez Salmón. En Carta dirigida a las novias de Drácula, el Conde escribe desde Londres relatando a sus compañeras la estancia en la capital británica y sus encuentros con Oscar Wilde o el propio Jack el Destripador. Al contrario que en la novela de Bram Stoker en la que todos daban su versión de la historia menos el monstruo, el vampiro toma aquí la palabra.

Desde la novela de Fred Saberhagen La voz de Drácula (The Dracula tape, 1975), donde el Conde contaba en una grabación lo ocurrido en la novela de Stoker adelantándose en su fórmula a Entrevista con el vampiro (1976) de Anne Rice, muchas han sido las ficciones que se han puesto del lado del monstruo. En La voz de Drácula el vampiro se explayaba a gusto, como lo hacía la criatura frente a su creador Victor Frankenstein, justificando sus acciones frente a la barbarie de los cazavampiros o del propio Victor respectivamente, y llamando la atención sobre dónde estaba lo monstruoso. Cuenta Skal en Monster Show que Johny Eyck dijo al final de sus días: "Si quiero ver Freaks, lo único que tengo que hacer es mirar por la ventana".

Monster Show. Una historia cultural del horror. David J. Skal . Traducción de Óscar Palmer. Valdemar. Madrid, 2008. 576 páginas. 22 euros. Drácula. Fernando Marías (editor). Carmen Posadas, José María Merino, Ricardo Menéndez Salmón, Gustavo Martín Garzo, Eduardo Lago, Raúl Guerra Garrido, Cristina Cerrada, Santiago Sequeiros. 451. Madrid, 2008. 148 páginas. 24,50 euros. Frankenstein. Fernando Marías (editor). Lourdes Ventura, Santiago Sequeiros, Paula Izquierdo, Espido Freire, Ángeles Caso, Pilar Adón, Lola Beccaria, Irene Gracia. 451. Madrid, 2008. 185 páginas. 24,50 euros.

Ilustración de Zeina Abirached, cuyo libro <i>El juego de las golondrinas</i> publicará SinSentido en otoño.
Ilustración de Zeina Abirached, cuyo libro El juego de las golondrinas publicará SinSentido en otoño.

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