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Reportaje:PURO TEATRO

El tiempo y los Daulte

Marcos Ordóñez

Nunca estuviste tan adorable (un guiño a You Were Never Lovelier, la película "argentina" de Rita Hayworth y Fred Astaire) es la joya de la corona de Javier Daulte. Nació como un encargo con pie forzado: contar, en teatro, una historia con personas reales. El dramaturgo eligió a su propia familia, su propia prehistoria: lo que ocurrió antes de que él estuviera "allí". Los protagonistas son sus abuelos, padres, tíos y vecinos, y "allí" es el bonaerense y postinero barrio de Olivos, muy cerca de la Casa Rosada, en pleno boom económico de los cincuenta. "La vida de cualquier familia", escribe en el programa, "tiene un carácter épico, porque está sometida al paso del tiempo. El tiempo es el gran antagonista de la obra". La corrosión del tiempo y la "leyenda oral" de los Daulte (su "novela familiar", como diría Herr Freud) son, pues, los dos ejes que determinan la singularísima estructura de esta comedia. El primer acto es la visión del mito, el tiempo de las ilusiones: lo que el autor fantasea que sucedió. El segundo, la mirada retrospectiva del adulto: lo que teme que sucediera, la historia secreta que cuestiona la idílica leyenda. El epílogo, lo que desearía que hubiera sucedido: el ensueño dolorosamente consciente de su imposibilidad.

Javier Daulte reinventa, tal vez sin proponérselo, el costumbrismo melancólico de Roberto Cossa

La acción arranca en 1955, cuando la rama materna deja el suburbio y llega a la tierra de promisión, dispuesta a empezar una nueva vida. El centro móvil y fulgurante del primer acto es Blanca, la entonces joven abuela, a la que Daulte contempla como un cruce entre Kay Kendall y la Elina Colomer de La familia Falcón: una criatura tan egoísta como encantadora, que se refugia en un sofisticado universo paralelo de pamelas, guantes largos y admiradores secretos. En el flamante apartamento, entre muebles "americanos" y un gigantesco televisor, revolotean los hijos, Rodolfo y Noemí, futura madre del dramaturgo, y su amiga y casi gemela Amalia. Siempre en un rincón de la escena, como una presencia ausente, un hombre borrado por su eterno mono de mecánico: el abuelo Salvador, dueño de un modesto taller pero dispuesto a hacer lo que sea para que Blanca vea cumplidos sus sueños de grandeza. Del primer cuadro, casi una relectura dislocada de I love Lucy, saltamos al soliloquio alcohólico, desolador y ferozmente cómico de Marta, la vecina, y al no menos atormentado edipazo de Rodolfo, que culmina con un inesperado número musical: los tres adolescentes cantan y bailan un My baby don't care for me que hubiera podido firmar Dennis Potter. La canción rebrotará poco más tarde, con un significado nuevo y turbulento. Anotamos las disonancias que perforan el barniz de la comedia: los regalos misteriosos, la pareja invisible al otro lado del teléfono, los brotes de ansiedad, la silla de ruedas, el cuchillo. Casi al final del primer acto, el abuelo mudo, siempre a la sombra de la arrolladora Blanca, se confiesa a un desconocido, Roly, que viene a pedir la mano de Noemí. El diálogo, en el más puro Daulte style, serpentea entre la falsa banalidad y el absurdo hasta desembocar en una revelación conmovedora, muy adecuadamente subrayada por un nuevo número musical: Runaway, de Del Shannon. De repente estamos en los setenta y cambia la estrategia: se nos escamotea una década y hemos de llenar el hueco, averiguar todo lo que sucedió en ese tiempo. Blanca ha envejecido, los niños se han casado, el bebé Daulte berrea en la habitación vecina. Buena parte de lo que hemos visto y oído podrían ser falsos recuerdos, exageraciones, malentendidos: pláticas de familia. O verdades contrapuestas, según quien las cuente. A cada giro de la trama todo adquiere un nuevo y hondo sentido, y la emoción brota cuando y donde menos se la espera, como la lectura, en off, de la carta que Roly escribe, desde su oficina, al pequeño Javier. El epílogo comienza con un da capo ficcionalizado: retornan frases que ya conocíamos, pero ahora proceden del omnipresente televisor, que emite You Never Were Lovelier, cuya trama inspira uno de los secretos de la obra: la identidad del admirador de Blanca. Todo podría volver a empezar, con los hombres de la familia vestidos de frac y las mujeres envueltas en seda y bajando por una escalera de mármol, definitivo y precioso homenaje del autor a sus padres. Nunca estuviste tan adorable puede desconcertar, por sus continuos y magistrales cambios de rumbo, al espectador que espera una comedia "convencional". Daulte reinventa, tal vez sin proponérselo, el costumbrismo melancólico de Roberto Cossa y acaba trazando un puente inesperado entre Priestley (El tiempo y los Conway, desde luego, pero también Esquina peligrosa) y las primeras ficciones de Manuel Puig, con La traición de Rita Hayworth a la cabeza: el mismo oído afinadísimo para el lenguaje coloquial, la huida de la cotidianidad asfixiada a través del anhelo hollywoodiense. Por debajo, indiscutible, el caudaloso y serpenteante río de Chéjov. Vi la función hará dos años, con el elenco argentino encabezado por Maria Oneto, Mirta Busnelli y Carlos Portaluppi. La puesta que ha dirigido en el Valle-Inclán no fluye con la misma ligereza que su versión original. Anabel Alonso está absolutamente formidable en el rol de Blanca: un gran trabajo, un gran viaje físico y tonal, desde la frivolidad juvenil hasta la ácida amargura de su vejez. Compartiendo podio, Carme Poll (Noemí) y Rubén Ametllé (Roly), que casi parece porteño. Al primer acto le sobra caos, griterío y opacidad: ese vendaval de conversaciones entrecortadas y superpuestas requiere engrase, so pena de fatigar al público. En los veteranos Lurdes Barba (Marta, la vecina) y Francesc Lucchetti (el abuelo Salvador) pesan demasiado sus palabras. Sus personajes también tienen humor, y de ese humor brota el patetismo y la emoción: falta ese contraste, esa alquimia fundamental, que Daulte todavía no ha logrado marcarles. Así, la comedia tiene un primer acto desajustado y no funciona plenamente hasta el segundo: Barba y Luchetti pulsan a la perfección la tecla dramática, y Mireia Sanmartín (Amalia) y Albert Ausellé (Rodolfo) recuperan el fuelle. -

Nunca estuviste tan adorable, de Javier Daulte, se representa en el Teatro Valle-Inclán de Madrid hasta el 22 de junio. www.cdn.mcu.es

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